José María Marco

Hablar mal de España

La Razón
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Azaña decía que la mejor manera de guardar un secreto en nuestro país (él decía España, como si este país no fuera el suyo) es publicarlo en un libro. Viene esto a cuento de que estos días muchos compatriotas nuestros se preguntan por qué el sentimiento de pertenencia nacional no está tan extendido entre los españoles como debería estarlo y lo está en otros países. Las respuestas, casi siempre interesantes, varían del apunte de costumbres (nuestro carácter cainita o masoquista) a la historia (la leyenda negra, la crisis del 98) o a la política (Franco, claro está).

Con permiso de mi amigo el director de LA RAZÓN, y dado que llevo muchos años dedicado a escrutar algunos de los secretos de la esfinge española, me permito recomendar a estos conciudadanos la lectura, aunque sea a medias, de mi último libro, «Sueño y destrucción de España. Los nacionalistas españoles 1898-2015». En este asunto, como en casi cualquier otro, conviene ir un poco más allá de lo que se percibe inmediatamente o de lo que se intuye que puede ser cierto. Es imprescindible hacer el esfuerzo intelectual de tomarse en serio la crítica a España e intentar entender qué motivos la han impulsado, qué ha significado y por qué se ha mantenido hasta la actualidad. Sobre todo en vista del contraste con el gigantesco éxito de España y los españoles desde por lo menos la Transición.

No hemos llegado a problematizar nuestra nacionalidad, o nuestra ciudadanía, por un capricho de la historia. La actitud responde a realidades y corrientes profundas, complicadas y destructivas, que estallaron en la crisis que sacudió a todo el mundo en el siglo XX. En el fondo está el nacionalismo, en nuestro caso el regeneracionismo o nacionalismo español, que sigue siendo el nudo del problema: en este punto de la nación y la nacionalidad, nosotros no hemos superado todavía aquella crisis. Y al revés: la manifestación de la lealtad al país o a la nación no es un movimiento espontáneo. Mejor dicho, lo es, como lo es el apego a lo propio, pero se agota si no se enseña, se cuida y se cultiva. En nuestro país este esfuerzo no se ha hecho. Más bien se ha hecho lo contrario, a pesar de la vigencia de la lealtad nacional entre los españoles que indicaban hace poco las páginas de LA RAZÓN.