José María Marco

Reconstruir el centro

La Razón
La RazónLa Razón

El final del bipartidismo arranca o culmina –vaya usted a saber– con una situación curiosamente parecida a la de antes. Hay dos grandes bloques nacionales, uno de izquierdas (PSOE–Podemos) y otro de centro derecha (PP–Ciudadanos). Ninguno de los dos alcanza la mayoría absoluta y los nacionalistas vuelven a jugar de partidos bisagra. Hay diferencias, claro. Los nacionalistas están radicalizados en su proceso secesionista. Dentro del bloque de izquierdas, las tendencias extremas se han acentuado y el discurso neocomunista ha alcanzado una importancia nueva. Finalmente, el centro derecha se ha roto en dos organizaciones, aunque no por el lado extremo, sino por el central.

En vista de la frágil situación española y de la recesión de la que salimos, lo lógico (es decir, lo ideal) sería pensar en una coalición centrista de amplio espectro. Iría encabezada por el ganador de las elecciones, pero integraría al PSOE y, en tercer lugar, a Ciudadanos. También se podría pensar en una coalición PP–Ciudadanos, la preferida de los votantes, con el apoyo externo y coyuntural del PSOE. Como lo que han decidido los votantes es un panorama político en el que lo nuevo se sume a lo anterior, sin rupturas y sin transiciones, sería bueno dejar de lado la estúpida retórica de lo viejo y lo nuevo, los becarios y los ancianos. Si va a ser difícil formar gobierno, más difícil todavía serían las grandes reformas constitucionales. Una cierta humildad y mucho patriotismo serán bienvenidos.

El caso es que, como siempre, la capacidad de gobernar se sitúa en el centro del espectro político. De él se han alejado el PSOE y el PP. Dejo de lado el caso del PSOE, que me parece incorregible. El PP, en cambio, tiene en sus manos la posibilidad de reconstruir un centro derecha. Es indispensable un trabajo puramente político destinado a Ciudadanos, pero no estaría de más un trabajo más de largo plazo, en el que lo realizado en estos cuatro años, que es mucho y muy serio, cobrara un sentido inteligible y diera pie a un marco de ideas y de percepciones capaz de fundar una legitimidad propia, que atrajera a los centristas sin centro. Que no haya habido tiempo para hacerlo en estos años no quiere decir que no sea tan importante, y más urgente aún, que antes. Cataluña es un excelente ejemplo de lo que ocurre cuando el centro queda desierto.