Salud
Los científicos, en pie de guerra contra la “desinformación” sobre el “vapeo”
Durante un encuentro internacional celebrado el pasado 14 de noviembre en la Royal Society de Londres, hasta 22 investigadores expusieron sus estudios en relación con las nuevas formas de consumo de nicotina
Vivir en la era de la información no nos garantiza estar bien informados. Con la llegada de la revolución digital, la comunicación experimentó una transformación sin precedentes, con la que los datos se volvieron accesibles casi al instante de ser generados y a golpe de un simple «clic».
Sin embargo, hemos entrado en una etapa de sobreinformación en la que, sin sentido crítico y capacidad de selección del contenido, corremos el riesgo de vivir en una constante «infoxicación». Un contexto en el que determinados debates ocupan un lugar construido por la controversia y en el que ciertas posturas tienen que pelear por conseguir un espacio seguro para su verdad.
Así les ocurre a todos los científicos y científicas que, respaldados por años de investigaciones empíricas, se mueven en un marco de estudio tan impopular entre la población civil y los poderes públicos como es el de la regulación de las alternativas sin combustión como medida de reducción del daño del tabaquismo. Una comunidad que el pasado 14 de noviembre se reunió en la Royal Society de Londres para celebrar la 7ª Cumbre Anual sobre el Cigarrillo Electrónico en un encuentro totalmente independiente de la industria tabaquera y de cualquier poder político para exponer la situación actual en términos científicos y en favor de la regulación del producto al que asistió LA RAZÓN.
Con la opinión pública dividida tras el enorme impacto de la reciente crisis en salud pulmonar vivida en Estados Unidos –se han relacionado más de 40 muertes y otras 2.000 hospitalizaciones con el «vapeo»–, aunque las causas apuntan al uso de sustancias ilegales y teniendo en su contra a compañeros de profesión y a la gran mayoría de aparatos gubernamentales –a excepción de países como Estados Unidos o Gran Bretaña–, esta parte de la comunidad científica confía en que la aclaración de dichos sucesos allane el terreno para la apertura de nuevas perspectivas políticas al respecto. Unas en las que se tengan en cuenta las evidencias científicas que atribuyen a la combustión del tabaco la principal responsabilidad sobre las enfermedades causadas por este hábito al emitirse en este proceso unas 100 sustancias tóxicas, con lo que las alternativas sin humo, sin ser inocuas, podrían reducir hasta en un 95% los riesgos.
Comunicar, la clave del exito
Y es que, tal y como afirmó la profesora Linda Bauld de la Universidad de Edimburgo durante la cumbre, «comunicar los resultados de las investigaciones para la mejor comprensión de la regulación de las alternativas es la clave del éxito a pesar de que estos estudios sean constantemente ahogados por quienes enfatizan los riesgos e ignoran las oportunidades de la reducción del daño del tabaco». Así pues, y de la misma manera que los primeros resultados científicos sobre los consumidores estadounidenses afectados apuntan a que la causa de su enfermedad es un aceite de marihuana comercializado en el mercado negro –tal y como argumentó en su exposición Cliff Douglas, vicepresidente de la Sociedad Norteamericana contra el Cáncer para el Control del Tabaco–, estos expertos aprovecharon sus intervenciones para contradecir, desde sus vivencias y conocimientos, varias informaciones generalizas sobre el uso del cigarrillo electrónico.
La polémica en torno a las muertes vinculadas al uso de dispositivos de «vapeo» con sustancias adquiridas de forma ilícita no es la única razón de discusión entre detractores y defensores del cigarrillo electrónico; de hecho, el debate tiene más puntos calientes que nunca. Uno de los que más preocupa a la ciudadanía es el que se refiere al «vapeo» entre jóvenes e, incluso, menores de edad, tema muy vinculado a su vez con la controvertida pregunta abierta: ¿sabores sí o sabores no? Para los detractores del producto, esta característica podría ser un atractivo añadido a los ojos de los nuevos consumidores, particularmente, para el público más joven; sin embargo, varios científicos especializados defienden la importancia de estos estímulos para hacer efectivo el cambio del tabaco de combustión a las alternativas sin humo para, posteriormente, poder alcanzar el abstencionismo deseado.
Otro motivo de desacuerdo entre una parte y otra es la afirmación de algunos de que la costumbre de «vapear» podría reavivar de nuevo el hábito de fumar y desmotivar a los fumadores que quieren dejar de serlo. Sobre este tema habló alto y claro la doctora Sara Jackson, del University College de Londres: «Los datos demuestran que el cigarrillo electrónico no está normalizando de nuevo el uso del tabaco, como ver ‘‘vapear’’ a otros tampoco mina las intenciones de los fumadores de dejar el tabaco», concluyó rotundamente la investigadora con sus estudios científicos como garantía.
Pero si hubo una afirmación que los 22 investigadores quisieron desmentir fue la de que las estrategias de reducción del daño del tabaquismo son excluyentes de las políticas de prevención o cesación que, por otra parte, parecen haber tocado techo –los datos apuntan a un repunte en el uso del cigarrillo, lo que evidencia la falta de eficacia de estas estrategias seguidas, por ejemplo, en España–. «Estamos hablando de dos formas de ver una misma realidad que no solo no son contrarias, sino que deberían complementarse e ir de la mano», aseguró el profesor Jasjit S. Ahluwalia, de la Universidad de Brown.
Regular frente a la prohibición
Como conclusión común –no sin discrepancias en cuanto al nivel ideal de restricción del producto–, todos los ponentes defendieron la conveniencia de la regulación en los mercados del cigarrillo electrónico frente a su prohibición como medida más efectiva de control del tabaquismo. «Que se hayan dado casos de muertes por consumo de productos adulterados con sustancias ilegales en Estados Unidos es una demostración más de la necesidad de regular estas alternativas», argumentó el profesor Robert West, del University College de Londres. Una meta que difícilmente será alcanzada por los distintos países si no mejoran los flujos de comunicación e información entre la comunidad científica, las autoridades y la población afectada. Una tarea que esta parte de la comunidad científica en favor de la reducción del daño del tabaquismo como complemento a las políticas de prevención y cesación está dispuesta a seguir cumpliendo en esta particular batalla por hacerse oír y colocar los resultados de sus estudios al mismo nivel de credibilidad que los demás ante la opinión pública con un objetivo único: remar junto al resto de interesados hacia un futuro sin cigarrillos.
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