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Academia de papel

Errores notorios en la gestión del COVID-19

Al inicio, el Gobierno desbordó optimismo, confundiendo deseos con realidad

Reunión de Pedro Sánchez con el Comité Científico del Covid-19
El ministro de Sanidad, Salvador Illa; el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez; y la directora adjunta del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), María José Sierra.MoncloaMoncloa

Como es sabido, en toda toma de decisiones pueden cometerse tres tipos de errores: estratégicos, tácticos y operativos. Pues bien, en la gestión de la pandemia del coronavirus se han cometido, se están cometiendo y, si se sigue así, se cometerán los siguientes errores:

Estratégicos. En primer lugar, es palmaria una carencia absoluta de planificación. Y no cabe aducir, como se ha hecho, lo novedoso de este virus, o la falta de precedentes de esta pandemia, porque todas las pandemias víricas comparten la mayoría de los parámetros; por ejemplo, tipo y vector(es) de propagación, tasa de contagio, período de incubación, virulencia, etc., aunque naturalmente varíen los valores de los mismos. Y en lo referente a los precedentes, señalar que, por ignorancia, intereses espurios o vaya usted a saber por qué, el Gobierno, lisa y llanamente falta a la verdad.

En efecto, con motivo de la mal e injustamente llamada gripe española, en el Boletín Oficial Extraordinario de la provincia de Burgos del 4 de octubre de 1918, y firmado por su gobernador civil, Andrés Alonso López se decía: “(....) habiéndose cometido por algunos pueblos la imprudencia, a pesar de lo dispuesto por este Gobierno Civil (...), de celebrar las fiestas de la localidad, dando origen con ello a que se haya difundido velozmente la epidemia entre el vecindario, creando con ello situaciones angustiosas para dichos pueblos, vuelvo a reiterar a los que todavía no estén convencidos del grave peligro que esto encierra, que se abstengan terminantemente de celebrar dichas fiestas o reuniones (...). Asimismo, recuerdo que la infección se propaga por las gotitas de saliva que despide el que tose, habla, etc., a nuestro lado, al ser respiradas por los que le rodean... Que se abstengan, en consecuencia, de permanecer en locales cerrados, mal ventilados, donde se reúnen mucha gente, como tabernas, cafés, etc. Que se extreme la limpieza de las casas. Que se tengan abiertas todo el día las ventanas de los dormitorios y se ventilen con frecuencia los locales donde permanecen durante el día. Estar en el campo el mayor tiempo posible porque el aire libre, el agua y luz son los mejores desinfectantes en esta ocasión. Tener mucha limpieza de la boca y en una palabra, seguir los consejos del Médico y desoír a los ignorantes (...).” Ese sí era un verdadero gobernante.

En segundo término, toda planificación, por definición, debe ser adaptativa y, en consecuencia, prever todas las situaciones posibles, en especial aquellas carentes de antecedentes y de conocimientos cabales. Esta planificación era responsabilidad del Ministerio de Sanidad. De hecho, es una de las pocas competencias que aún tiene.

Ahora bien, es imposible tener una planificación acorde con el mundo actual sin que los modelos adaptativos que use contengan: razonamiento anterogado, razonamiento plausible, deuteroaprendizaje, técnicas y reglas heurísticas; en fin, todo el arsenal de técnicas, métodos y herramientas contrastadas en inteligencia artificial, amén de las técnicas y modelos clásicos de investigación operativa y teoría de la decisión. Y de todo ello, ni rastro ni siquiera perspectivas de que se tenga en el medio plazo.

El segundo error estratégico fue el no ponerse en el caso peor. Este error, conocido habitualmente como ley de Murphy, es de manual y de parvulario en toma de decisiones. Según dicha ley: “si algo puede ir mal, irá mal”, pero es que, además de no ser inteligente, el no tomar esta postura no es de gente lista. La razón es obvia, pues en el caso de se cumpla el vaticinio, quien lo realiza puede anotarse el tanto, y si, afortunadamente, no se cumple el nefasto vaticinio, el respiro y alivio es tan profundo que la gente se olvida de la equivocación en el mismo.

Pues bien, el Gobierno no es que no se pusiera en el peor caso, es que desbordó optimismo, en el mejor de los casos, confundiendo deseos con realidad, véanse las primeras declaraciones del doctor Simón acerca de la pandemia, y su permisividad ante eventos multitudinarios. Optimismo fruto de la ignorancia, la incompetencia o de intereses espurios o incluso de una mezcla de los tres.

En tercer lugar, y en este nivel estratégico, cuando uno asume toda la responsabilidad, como sucede con la declaración del Estado de Alarma, se tiene que tener el control real, y no solo el del BOE, de todos los medios tanto humanos como materiales, equipos, instalaciones y financieros, cosas que ciertamente no se ha producido. Baste como botón de muestra, el que después de centralizar todo hubo que devolver la mayoría de las competencias a las comunidades autónomas y, lo que es peor, ni siquiera se pudo o se quiso coordinar ciertas actuaciones imprescindibles como eran la compra de material, la utilización de recursos etc., haciendo que la eficiencia fuera máxima, sino que ni siquiera se consiguiera la eficacia y la efectividad exigibles.

Tácticos.

En lo que respecta a los errores tácticos, señalar solo un par de ellos. El primero concierne al conteo del número de contagiados y fallecidos, en ambos casos muy superiores a los proporcionados, que son más falsos que los duros de uralita. En efecto, sin test fiables de detección es imposible saber no solo a ciencia cierta, si no ni siquiera aproximadamente, cuántos contagios se han producido, se están produciendo o se producirán. Evidentemente, sería imposible hacer, en muy poco tiempo, test a toda la población, pero teniendo en cuenta la teoría de muestras y con un nivel de significación de más del 95 %, sí que se podría haber hecho. Y, en lo que respecta a los fallecidos, el cómputo es aún más fácil de realizar usando los muertos de años anteriores en los mismos meses, la diferencia, en positivo, hay que ponerla en el haber, del Covid-19. Lo demás es desinformación dolosa y no vale el mal de muchos o el uso de protocolos erróneos, pues hoy se sabe muy bien que en sanidad el mal de muchos es pandemia y que los protocolos no son la Biblia, y naturalmente pueden y deben cambiarse cuando son erróneos.

El segundo, consiste en no considerar y seguir los ejemplos válidos como es el coreano, sin duda mucho mejor y más eficiente, es decir, menos costoso en fallecidos y mucho más barato económicamente hablando. Porque esa es otra, las consecuencias de la pésima toma de decisiones adoptada, las malas por sí mismas y las buenas por tardías, tendrán secuelas tanto económicas, caída del PIB, y sociales, aumento espectacular del paro. Ambas van a ser de órdago a lo grande, hasta el punto de que, con probabilidad rayana en la certeza, lo peor está por llegar. Una vez más, con test y medidas preventivas no habría necesidad de parar todo el tejido productivo.

Operativos.

En lo que se refiere a los errores operativos, y sin afán de exhaustividad, hay que señalar los siguientes: Uno, en toda guerra lo primero que hay que tener en cuenta es el cuidado de los que están en primera línea, en este caso el personal sanitario, dotándolo de todos los medios para que se produzca el mínimo número de bajas entre ellos, cosa que no se hizo. ¿Cómo es posible que, por falta de material pues nadie puede creer que los sanitarios no toman todas las precauciones posibles, se hayan producido tantos contagios entre el personal sanitario hasta el punto de tener la ratio mayor del mundo?

Dos, salvo que se quisiera hacerlo a propósito, ¿cómo no se tomaron, ab initio, las medidas idóneas en lo que concierne a las residencias de mayores? ¿Cómo es posible que más del 50% de los fallecidos corresponda a dichas personas? Tres, se dice que corren malos tiempos cuando hay que explicar lo obvio, en esas se está. En efecto, en cualquier pandemia si se deja a su albur, tarde o temprano, ésta desaparece. El cuándo, depende de sus tasas de contagio, virulencia y de la distancia de contagio.

El hecho es que una vez que contagie a todos los que pueda y estos se mueran o se inmunicen y se alcance así una distancia de no contagio, el virus, al no poder contagiar a nadie, acaba por desaparecer. Así que decir que la batalla, que no la guerra -pues vendrán otras pandemias- se va a ganar, es una obviedad, pues se ganaría incluso sin hacer nada. Pero es que, además, sería una victoria pírrica, dado el número de bajas y demás, y efímera, dado que vendrán otras. Y para que lo anterior no se malinterprete, no se está diciendo con esto que debiera dejarse el virus a su albur. Nada de eso, lo que se está diciendo es que los portavoces del gobierno dejen de decir obviedades y anotarse tantos que, en absoluto, le corresponden.

Cuarto, el Premio Nobel de física y magnífico científico Richard P. Feynman, en su discurso de la ceremonia de graduación en el CalTech de 1974, hablaba de “cultos cargo”, y ponía el siguiente ejemplo del mismo. En una isla de los mares del sur los nativos veían aterrizar aviones con montones de mercancías, chucherías; en fin, de todo, de modo que, además de por el clima y su situación geográfica, se convirtió en un auténtico edén.

Cuando tras el avance de las tropas norteamericanas, éstas abandonaron la isla y los aviones de carga dejaron de aterrizar, los nativos se las arreglaron para construir cosas como pistas de aterrizaje, hogueras a ambos lados de dicha supuesta pista para iluminarla, así como construir una cabaña para que se sienten dentro unos hombres cada uno de ellos con dos cáscaras de coco unidas por unas hojas de bambú como si fueran auriculares, y varas de bambú a modo de antenas. En suma, una carnavalada de centro de control; es decir, aparentemente hacían todo bien, la forma era perfecta pero los aviones no tomaban tierra. Lo mismo cabe decir de este gobierno, al que hay que pedirle que siga la sabia máxima, del invicto generalísimo austríaco Radetzky: “No consideres a los demás por más estúpido de lo que tú te creas”.

Juan Pazos Sierra es Catedrático de Inteligencia Artificial de la Universidad UDIMA y primer doctor en Informática en España