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Met Gala 2025: cuando vestirse sigue siendo un acto político
La Met Gala 2025 celebra la elegancia negra en su forma más histórica y reivindicativa. Pero en la gran pasarela del espectáculo global, hasta los gestos cargados de sentido podrían correr el riesgo de diluirse en la superficie

Durante décadas, la Met Gala ha sido descrita como la noche más importante de la moda. Pero esa etiqueta se vuelve insuficiente cuando el propio evento se convierte en un espejo de las tensiones culturales que atraviesan a la industria. Este año, bajo la temática Superfine: Tailoring Black Style, la gala se adentra en un terreno delicado. No se trata, como en otras ediciones, de rendir tributo a diseñadores legendarios o inspirarse en grandes narrativas estéticas. Se trata, más bien, de mirar hacia una historia de exclusión, apropiación, invisibilización y, al mismo tiempo, de profunda creatividad, dignidad y resistencia.
Más que un código de vestimenta: la historia de la elegancia negra como resistencia silenciosa
El dandismo negro no es una tendencia. No es un giro estilístico. Es, como subraya la comisaria Mónica Miller en su ensayo Slaves to Fashion, "una forma histórica de darle una respuesta al mundo". La exposición que inaugura el Costume Institute el 10 de mayo -y cuya gala benéfica de este lunes sirve como pistoletazo de salida- no parte de una imagen glamurosa, sino de un vacío: aquel que definió la llegada de los africanos esclavizados a América. Privados incluso de sus ropas, las primeras generaciones de afrodescendientes comenzaron a subvertir las imposiciones europeas añadiendo pequeños detalles que, poco a poco, se convirtieron en gestos de autoafirmación. Botones cosidos con esmero, cintas que transformaban prendas estándar, perfumes que añadían un toque personal. Cada adorno era un acto de resistencia.
Desde esos gestos mínimos hasta las siluetas extravagantes del zoot suit, la historia del dandismo negro es, en esencia, la historia de cómo vestirse puede ser un manifiesto. El esclavo afrocaribeño, Julius Soubise, -liberado en el siglo XVIII y célebre por su estilo tan teatral como irónico- se burló de la mirada blanca que pretendía domesticarlo. Exageró su vestuario hasta convertirlo en parodia. Lo mismo ocurrió con William y Ellen Craft, una pareja de esclavos estadounidenses que utilizaron la vestimenta como camuflaje para escapar y conseguir su libertad. O con los miles de afroamericanos que, en 1917, marcharon en silencio por la Quinta Avenida, vestidos de negro, para enfrentar con sobriedad la violencia que buscaba reducirlos.
Homenajear el dandismo negro, por consiguiente, no es solo celebrar su elegancia, sino llevar una historia cargada de resistencia a uno de los escenarios más expuestos del mundo de la moda, asumiendo el desafío de que no se diluya en la superficie. Porque en la Met Gala, los relatos profundos conviven —y a menudo chocan— con el imperativo de la viralidad. Lo que en las vitrinas del museo se estudia con rigor, en la alfombra, puede acabar convertido en disfraz. O en meme.
En ese contexto, la paradoja del evento resulta ineludible. La Met Gala no es Harlem en los años 20 ni las calles de Nueva York en plena protesta. Es, como recuerda cada entrada de 75.000 dólares y cada mesa de 350.000, un evento hecho para y por el poder. En sus escalinatas se pasean celebridades, marcas globales y figuras que pocas veces conviven con la precariedad que todavía afecta a muchos creativos racializados. La elección del modelo Christian Latchman como rostro oficial de la exposición es, en ese sentido, tan reveladora como inquietante. Mientras su imagen recorre el mundo vestido con un esmoquin de Grace Wales Bonner, él sigue trabajando en una tienda de suplementos para sostener su día a día. Su historia, que se hizo viral en redes, es un recordatorio de que la representación no siempre se traduce en oportunidades reales.
¿Cómo interpretar, entonces, la consigna Tailored for You? ¿Es posible celebrar el dandismo negro sin caer en la apropiación cultural o en la trivialización? Mientras la pregunta flota en el ambiente, no faltan razones para mirar con esperanza. La elección de anfitriones como A$AP Rocky, Colman Domingo o Lewis Hamilton aporta voces que conocen desde dentro lo que significa moverse en un circuito históricamente dominado por la élite blanca.
En cuanto a los diseñadores, perfiles como Wales Bonner han convertido la sastrería negra en un vehículo de expresión política y estética, pero no es la única mirada que se espera ver representada. La consigna invita también a reivindicar la diversidad de propuestas dentro de la moda negra y afrodescendiente, que trascienden la sastrería tradicional. Creadores como LaQuan Smith, conocido por su enfoque sensual y urbano; Christopher John Rogers, aclamado por su uso del color y la teatralidad; Sergio Hudson, referencia en elegancia sofisticada; o Martine Rose, pionera en reinterpretar la sastrería desde un lenguaje contemporáneo y considerada una de las voces más influyentes de la moda masculina actual -y posible sucesora de Demna en Balenciaga- podrían formar parte de esta narrativa plural. En sus manos y en sus creaciones, la historia huye del molde único y se despliega en matices.
Aun así, el riesgo existe. Las alfombras rojas —y en especial la de la Met Gala— son terreno fértil tanto para gestos llenos de significado como para interpretaciones vacías.La espectacularidad puede realzar el símbolo, pero también opacarlo. El homenaje puede brillar con respeto o diluirse en un disfraz. Todo depende, en última instancia, de cómo se sostenga el relato más allá de la imagen. Porque, aunque mañana todo pueda reducirse a titulares o listas de mejores vestidos, vestirse seguirá siendo un acto político. Y esta vez, más que nunca, el mundo estará mirando.
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