América Latina
El drama mexicano por la repatriación de fallecidos por coronavirus
La cremación no es la opción preferible para muchos mexicanos, muchos de ellos católicos y orgullosos de su país a pesar de los motivos que los fuerzan a emigrar
(AP). Cuando Crescencio Flores murió tras contagiarse de coronavirus en abril en Nueva York, sus padres en México pidieron sólo una cosa: recibir el cuerpo de su hijo para poder enterrarlo en su país natal.
Su hermano Francisco lleva casi dos meses hablando con funcionarios en México y Estados Unidos para intentar repatriar el cuerpo. De momento, sin embargo, aún no ha conseguido que le den ni siquiera una fecha, mientras el cuerpo embalsamado de Crescencio sigue en una funeraria de Brooklyn.
Crescencio, un trabajador de la construcción de 56 años, vivió 20 años en Estados Unidos enviando remesas regularmente a sus padres, pero nunca había viajado a su casa en el diminuto pueblo de Huehuepiaxtla, en el estado de Puebla.
“Yo lo hago porque mis padres, de 85 y 87 años, viven allá. Ellos tienen sus costumbres muy arraigadas”, dijo Francisco. “Quieren dar cristiana sepultura a los restos de su hijo”.
La situación de la familia Flores no es única.
Más de 1.100 inmigrantes mexicanos han muerto de coronavirus en Estados Unidos, según el gobierno mexicano, y numerosas familias están intentando enviar sus restos a México sin éxito.
Repatriar un cuerpo a su país de origen nunca es fácil, pero el coronavirus ha agregado nuevos obstáculos burocráticos y retrasos al proceso. Esto ocurre en momentos en que muchos mexicanos -el mayor grupo de inmigrantes en Estados Unidos- han perdido sus empleos en la construcción, comercios, restaurantes y otros sectores.
Para familiares en duelo en ambos lados de la frontera los desafíos son muchos: funerarias abrumadas de trabajo, retrasos de papeleo porque las oficinas tanto en México como en Estados Unidos no cuentan con todo su personal y falta de vuelos internacionales y nacionales.
Algunos estados mexicanos han agregado además su propia burocracia al proceso, algo que los inmigrantes aseguran les imposibilita enviar a sus seres queridos a casa. Los desafíos son tantos que el consulado mexicano en Los Ángeles anima a los inmigrantes a usar la cremación en lugar de la repatriación de cuerpos, dijo Felipe Carrera, un funcionario consular.
“Sé que nuestra cultura se enfoca mucho en que se cumpla el último deseo de un ser querido (ser devuelto a México), pero queremos que se considere la cremación”, explicó. “En una situación como esta, animamos a nuestra comunidad a considerar distintas opciones”.
Carrera destacó que las cenizas pueden usarse de forma creativa: se pueden plantar junto a las semillas de un árbol o se pueden esparcir en un lugar importante para la familia. Transportarlas a México es más fácil, además, que repatriar un cuerpo.
“Si una familia decide cremar, en una semana o 10 días las cenizas de un ser querido pueden estar en México”, dijo Carrera, que no especificó cuánto puede tardar la repatriación de un cuerpo. Pero varias familias que decidieron cremar los restos de sus seres queridos aseguran que el proceso de enviar las cenizas a México es, de hecho, bastante largo: ahora puede tomar semanas o meses.
La cremación no es la opción preferible para muchos mexicanos. Muchos de ellos católicos y orgullosos de su país a pesar de los motivos que los fuerzan a emigrar, viven con la esperanza de algún día poder regresar a casa, aunque sea en un ataúd. Y muchos, especialmente aquellos que carecen de un estatus legal en Estados Unidos, no han pisado México en décadas, lo que hace que el regreso a casa en la muerte sea aún más significativo para sus parientes.
Kristin Norget, una profesora de antropología de McGill University en Montreal, Canadá, dijo que para los católicos mexicanos es importante tener el cuerpo de los familiares fallecidos para darles una “buena sepultura”.
“El cuerpo es como una especie de carcasa que envuelve a la persona y los funerales son eventos muy importantes en los que la persona está ahí, el cajón está abierto, las personas se acercan y se despiden de esa persona, la tocan, la besan”, explicó Norget. “Es esa relación de tocar al cadáver que representa a la persona”.
Por más de un mes la familia de Javier Morales, de 48 años, y su hermano Martín, de 39, trató de repatriar los dos cadáveres a Santa Catarina Yosonotú, un pueblo del estado mexicano de Oaxaca. Ambos murieron en Nueva Jersey con un día de diferencia la primera semana de abril. Los dos se habían ido de su pueblo cuando eran adolescentes y la familia quería enterrarlos allí.
Pero después de haber cumplido con las regulaciones estadounidenses y mexicanas, la familia dijo que tropezó con obstáculos de las autoridades sanitarias del estado de Oaxaca. Finalmente se cansaron y decidieron cremar a los hermanos. Ahora están intentando enviar las cenizas, lo que estiman les llevará varias semanas.
Además de las dificultades burocráticas la familia ha gastado más de 12.000 dólares por el tiempo que los cadáveres han permanecido en la funeraria y la cremación.
“Es muy triste,” dijo Rogelio Martín, un primo cercano de los hermanos. “Queríamos enviarlos a casa pero no fue posible.”
La familia de Félix Pinzón pasó por un proceso similar a las otras familias.
Pinzón quería mandar el cuerpo de su medio hermano Basilio Juárez, un trabajador de la construcción de 45 años, a Cuautla, una ciudad del estado de Morelos, en el centro de México. El consulado, sin embargo, le advirtió que el proceso sería complicado, dijo.
La esposa de Juárez y dos hijos que están en México “querían ver el cuerpo, físicamente querían ver el cuerpo” dijo Pinzón. “Querían que yo lo enviara. Mi sobrina no lo entendía bien al principio, no lo quería aceptar (que no era posible enviarlo)”.
Aunque lo cremaron, Pinzón no podrá enviar las cenizas pronto. La cremación le costó 2.100 dólares que tuvo que pagar con una tarjeta de crédito porque desde hace más de dos meses no consigue trabajo en la construcción.
Cuando Marta Ramos falleció en Nueva York, su hija Juanita Ramos, que vive en Bakersfield, California, esperaba cumplir los deseos de su madre: ser enterrada en su México natal.
Como repatriar el cadáver sería difícil, Ramos y sus dos medias hermanas pensaron en cremar a su madre, de 63 años, para al menos enviar las cenizas. Pero la funeraria les dijo que debido a la cantidad de cadáveres que había, la cremación podría tomar un mes. Pensaron que era demasiado tiempo, y por temor a que el cadáver se perdiera, decidieron que la madre fuera enterrada en un cementerio de Nueva York.
Su tía, Agustina Ramos, de 55 años, había muerto unas dos semanas antes que su madre y ya había sido enterrada en ese cementerio. “Tuvo gracias a Dios un lugarcito donde quedó” enterrada, dijo Ramos.
Desde Huehuepiaxtla, en Puebla, otro hermano de Crescencio Flores, Gerardo, describió la espera para recibir el cuerpo de su hermano como larga y dolorosa.
“Nosotros creemos que en el momento en que mi hermano esté sepultado, aunque sea un dolor fuerte, en esta triste situación, va a ser el último episodio. Vamos a cerrar la página”, dijo en una entrevista telefónica. “Mis padres ya van a saber dónde está su hijo”.
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