América Latina

Un retén policial frena a caravana de migrantes en Guatemala

La desesperación de los alrededor de 1.000 migrantes hondureños que se dirigen a pie a Estados Unidos se vio frustrada por la policía y el ejército en el norte de Guatemala, que les impidieron continuar su ruta

Soldiers stand in El Cinchado, Guatemala, on the border with Honduras, Friday, Oct. 2, 2020. Guatemala vowed to detain and return members of a new caravan of about 2,000 migrants that set out from neighboring Honduras in hopes of reaching the United States, saying they represent a health threat amid the coronavirus pandemic. (AP Photo/Moises Castillo)
Soldiers stand in El Cinchado, Guatemala, on the border with Honduras, Friday, Oct. 2, 2020. Guatemala vowed to detain and return members of a new caravan of about 2,000 migrants that set out from neighboring Honduras in hopes of reaching the United States, saying they represent a health threat amid the coronavirus pandemic. (AP Photo/Moises Castillo)Moises CastilloAgencia AP

(AP). La desesperación de los alrededor de 1.000 migrantes hondureños que se dirigen a pie a Estados Unidos aumentó el viernes al encontrarse con un retén de la policía y el ejército en el norte de Guatemala que les impedía continuar su ruta.

Pocas veces desde 2018 una caravana de migrantes ha tenido unas perspectivas tan desalentadoras. El presidente de Guatemala los ve como un riesgo de contagio en plena pandemia del coronavirus y ha prometido deportarlos. Su homólogo mexicano cree que la marcha es un complot para influir en las elecciones de Estados Unidos. Y la recién formada tormenta tropical Gamma amenaza con arrojar lluvias torrenciales sobre su previsible ruta por el sur de México.

El temor a una confrontación aumentó cuando más de 100 soldados y policías guatemaltecos frenaron el avance de los migrantes, que estaban cada vez más frustrados por la falta de comida y avances luego de caminar cientos de kilómetros desde Honduras a principios de semana.

Las voces de los migrantes se oyeron en la autopista rural, pidiendo a las autoridades que les dejasen pasar o les diesen comida.

Al caer la noche, la migrante hondureña Paola Díaz extendió una manta a un lado de la carretera y le puso el pijama a sus hijos de 4 y 6 años con la esperanza de que pudiesen dormir un rato.

Díaz decidió unirse a la caravana junto con su esposo, Alejando Vásquez, de 23 años, porque su salario como mecánico no les alcanzaba para comprar comida para los niños.

“En un principio me quería regresar pero se han abierto puertas que pienso que me van a permitir avanzar”, dijo reconociendo que teme por si hijos si hay un enfrentamiento.

Algunos migrantes asumieron roles improvisados de liderazgo para tratar de dialogar con las fuerzas de seguridad.

“Es que no nos pueden negar el derecho de seguir (...) Díganles a sus jefes que nos den una oportunidad”, dijo un hombre, que no se identificó, a un policía. El agente respondió que los migrantes habían ingresado al país de forma ilegal y que tenían orden de regresarlos a Honduras o de, al menos, no dejarles avanzar hacia la frontera con México.

Las autoridades migratorias guatemaltecas señalaron que algunas de las 2.000 personas que integraban inicialmente la caravana habían accedido a regresar a Honduras. Los demás se dividieron en dos rutas: unos viajaron al norte hacia Peten, donde estaba el retén, y otros tomaron buses al oeste hacia la capital, la Ciudad de Guatemala.

Fernando Sabión, un hondureño de 20 años caminaba sin camisa bajo el sol con Ángel en brazos, un bebé de 4 meses. El niño no era suyo, pero estaba echando la mano a la madre del pequeño, la también hondureña Mádelin, en la agotadora ruta bajo el calor tropical.

“Me voy porque quiero conocer a mi papá. Él está en Estados Unidos y no lo conozco, se fue cuando yo era bebé”, comentó. “Quiero llegar y encontrar un trabajo en construcción”.

Mádelin, que no quiso dar su apellido e intentaba animarse como podía porque ya que se lanzó, no quiere regresar, afirmó que “Aunque vayan empollados los pies, uno lo hace por el bien de sus hijos. Sabíamos que era cansado pero vamos a llegar”.

Algunos consiguieron que vehículos que pasaban por la carretera les llevaran durante algunos kilómetros. Wilmer Chávez, de 35 años, se acomodó con su silla de ruedas en la caja de un camión gracias a la ayuda de otros migrantes.

En México, su presidente, Andrés Manuel López Obrador, sugirió el viernes que la caravana de aproximadamente 2.000 personas que partió de San Pedro Sula, en el norte de Honduras, pudo haber estado organizada teniendo en cuenta la política estadounidense.

“Creo tiene que ver con la elección en Estados Unidos”, manifestó López Obrador. “No tengo todos los elementos, pero hay indicios de que esto se armó con ese propósito. No sé en beneficio de quién, pero no nos estamos chupando el dedo, falta un mes”.

La caravana trajo a la memoria la que se formó en octubre de 2018, poco antes de las elecciones de mitad de legislatura en Estados Unidos y que se volvió un tema destacado en la campaña, avivando la retórica antiinmigración.

Más tarde, la cara de la lucha contra la pandemia en México, el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, asumió un tono más conciliador al asegurar que los migrantes no representan una amenaza para la salud y que el país estaba “moral, legal y políticamente obligado a asistirlos”.

“2.900 personas, de la nacionalidad que sean, es improbable que contribuyeran significativamente a un problema de salud pública de México o para México”, agregó.

En la víspera, el presidente de Guatemala, Alejandro Giammattei, prometió deportar a los migrantes a Honduras alegando sus esfuerzos para contener la pandemia.

“No permitiremos que alguien extranjero que está utilizando métodos ilegales para ingresar a este país crea que tenga el derecho de venir a contaminarnos y ponernos en grave riesgo”, afirmó durante un discurso televisado.

La agencia de migración guatemalteca indicó el viernes que 108 migrantes habían aceptado el retorno voluntario y que 25 menores no acompañados quedaron bajo la tutela de los servicios sociales.

Las caravanas de migrantes centroamericanos han cobrado cierta popularidad en los últimos años porque se considera que el viaje al norte en grupos grandes es mucho más seguro, y muchos no tienen dinero para pagar un coyote para ingresar a Estados Unidos de forma irregular.

En un primer momento contaban con la generosidad y la solidaridad de las comunidades por las que pasaban, especialmente en el sur de México. Pero la situación se complicó el año pasado cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, amenazó a las autoridades mexicanas con imponer sanciones a todas sus exportaciones si no cortaban esos flujos. En respuesta, el gobierno mexicano bloqueó el paso a las nuevas caravanas con miles de efectivos de la Guardia Nacional.

La última, en enero de este año, fue desmantelada por guardas mexicanos.

Esta semana, México advirtió que hará cumplir sus leyes migratorias y que llevará ante la justicia a quienes pongan en riesgo la salud pública.

Pero incluso si pudieran atravesar México sin problemas, Estados Unidos ha cerrado esencialmente sus fronteras a la inmigración legal y entrar de forma irregular es tan dificil como siempre.