Semana Santa
Del tonto al friki: el camino sin retorno de la nueva Semana Santa
El Paseo recupera la obra de Francisco Robles en la que retrató la fiesta y publica la actualización 3.0 del torta cofrade
Después de 23 años ni Sevilla ni la Semana Santa son ya las mismas. A ambas les pasaron por encima las carreritas, los foros de Internet, las sillas de los chinos, el teléfono móvil, las redes sociales y hasta las procesiones de vísperas (ahora ilegales). Después de todo eso, salimos como de un túnel a algo que se parece cada vez menos a la fiesta que Francisco Robles retrató en 1997 bajo el título sugerente de «Tontos de capirote».
Sutilmente, con el boca a boca, se convirtió hace casi un cuarto de siglo en un best-seller que con el tiempo llegó a salir hasta en el añorado «Catálogo cofrade», de donde se nutría la estantería del tonto de los libros de Semana Santa, al que Robles, «donoso escrutinio», salvó de aparecer en su antología de tortas de los pasos. «Tontos de capirote» sirvió en su momento para vertebrar y poner luz sobre cómo era ese mundo familiar y cerrado en el que pululaban en plena felicidad los tontos de Paco Robles. Después de este tiempo, muchos han pasado a la extinción o se han convertido con el paso del tiempo en una nueva especie que ya son los «Frikis de capirote», el «revival» que la editorial El Paseo acaba de publicar junto al primero y que se convierte en un registro de la plaga que hoy asola la Semana Santa. A Robles en «Tontos» le pasa lo que a Fellini con sus personajes, que aunque los presentase como el director de un circo los trata con ternura, los comprende, los hace suyos. Ese fue el éxito de 1997, te daba pena de la novia del «Tonto del bombardino» o te lamentabas de las noches frías en las que el «Tonto del radiocasette» volvía con miedo a la barriada con el aparato de música bajo la gabardina después del ensayo de costaleros. Esa humanidad que desprendía entonces la Semana Santa hoy ha desaparecido. Había una conexión, ahora también, pero Robles a los frikis les mete el diente, le sale la mala leche, no los comprende, les da distancia. Sin embargo, la carcajada, como en «Tontos» en muchos pasajes sigue intacta, además de las expresiones clásicas en el mundo «roblesiano»: «Gris marengo, que es el único que tengo». También otras pinceladas como la sexualidad solitaria de algunos personajes al calor del azahar en flor o las referencias a los poetas fundamentales como Rafael Montesinos: «El friki de las croquetas coge el camino más corto para hincarse tres montaditos de melva».
Dice Robles que a él sus «Tontos» le cambiaron la vida cuando no soñaba con ser escritor y pasaba desapercibido por la calle. También aquel libro modificó el prisma con el que los cofrades miraban y se miraban en aquel mundo finisicecular. Callejón del Gato, donde cada tonto se refleja en más de una estampa. Al principio le pica, le escuece incluso verse desnudo en su propio espejo, pero conforme se va conociendo se entiende mejor, se acepta y al final incluso hasta se mea de risa si cuenta con la suficiente inteligencia y sentido del humor. Esto es lo más complicado de hacer en el mundo donde ha florecido el friki, un ser que se mueve en un espacio sin sustancia donde lo trivial se ha vuelto relevante: un ensayo de costaleros, un comunicado, el cambio de una banda. Todo sin pizca de gracia, ni de empatía. Ya es otro el mundo y otra la Semana Santa, sólo hay que comparar ambos libros para que florezca, como lirio entre espinas, el «tonto de la nostalgia», haciendo honor a su etimología, con el retorno del dolor.
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