Coronavirus

Verano de pandemia

"Todas las dictaduras vienen impuestas por minorías, por eso más tarde o más temprano acaban cayendo"

La viñeta de TC
La viñeta de TCLa RazónLa Razón

Hemos vivido una primavera de película muy mala, un «blockbuster» hollywoodiense con masificaciones en los hospitales en vez de en las taquillas. Ha tenido un protagonista terrorífico y unos actores secundarios nefastos. El guion es para llorar. No han faltado las marabuntas de extras que se han dedicado a la bulla, al griterío fanático y hacer gestos y movimientos raros, en primer o segundo término, para desasosiego del espectador. Y también para tumbar estatuas y quemar en la hoguera social a sus enemigos. Es en esencia es un remake, la película original es catalana. Y como en la precuela, cuyo argumento era algo tan inofensivo en comparación con el virus como la independencia, los debates se han convertido en discusiones, los contrarios en enemigos, los comentarios o a grito pelado o con disimulo y por lo bajini para no levantar sospechas ni ser señalado. La amenaza de secuela es real y desgraciadamente cuenta con el mismo reparto, la misma dirección, el mismo productor. Pero ya estamos en verano. Ha llegado el olor a pepino del gazpacho, al césped recién regado, al cloro de la piscina, a sal. Y aunque esta perspectiva permita un ligero soplo de esperanza, para miles de familias, sean cifras oficiales o no, también van a ser unos meses de doloroso silencio. Nadie va a convertir el hacer una paella o una barbacoa en un hito familiar semejante a una comunión. El sofá de la siesta veraniega, esa de cabeza ladeada con gafas que resbalan de la nariz, el suplemento del periódico deslizándose de las manos flojas, va a estar desoladamente vacío. Hay recuerdos que nunca van a borrarse y otros que ya no van a ser posibles. Muchos nietos nunca recordarán el aprender a nadar con sus abuelos, ir a comprar el pan por la mañana, refugiarse en un porche de una tormenta de verano súbita como aquellas del Sardinero. Quizás ese silencio llegue a oídos de los políticos que cuentan solo las vidas salvadas y aminoran las pérdidas que ven en esta desgracia una oportunidad de arrancar unos votos y arrinconar a la oposición. O a los del doctor de vocecilla ronca de bruja de cuento que nos dijo que no había de qué preocuparse. O a los que ya se cuelgan medallas antes del desenlace como el humillado Vernon. Por lo menos este inicio de la canícula comienza con un acuerdo. Al que no se suman ni Vox ni los indepes. Que cada uno saque sus propias lecturas. Claro que Podemos está dentro de ese acuerdo porque es el Gobierno. Procuro olvidarlo de cuando en cuando para no inquietarme en exceso, gente que se declara comunista con tanto poder. No entiendo cómo se permiten tamaña exhibición de totalitarismo. Algo que se ve reflejado en la pervertida y perversa noosfera –el pobre Teilhard de Chardin qué maravillada tristeza si viviera– donde continúan los comportamientos antidemocráticos por los que curiosamente se dejan guiar los gobiernos. Nada hay más contrario a nuestros sistemas que el gobierno de las minorías. Todas las dictaduras vienen impuestas por minorías, por eso más tarde o más temprano acaban cayendo. La democracia es el gobierno de las mayorías en igualdad de derechos y sin perjuicio para otros grupos diferentes que puedan convivir en el mismo espacio. Lo que es absolutamente incompatible con los valores democráticos – recuerden cualquier dictadura– es permitir que sean pequeños grupos de fanáticos los que impongan su visión de la sociedad. Tengan o no ofensas pendientes, reales o imaginarias. Hay que avanzar en derechos y en igualdad y corregir las discriminaciones pero sin buscar enemigos ni negar a los demás sus propias concepciones. Claro que nos preocupamos porque tumban estatuas de grandes personajes de nuestra Historia en Estados Unidos y aquí cada 12 de octubre saltan los habituales cantamañanas a decir que Colón no descubrió nada y que es un genocida. Y en Cataluña los niños tienen cada vez más complicado aprender en el idioma de su país, este español con el que Cervantes el perseguido maravilló al mundo y que hablan casi seiscientos millones de personas cada día.

Tengo un aliado para hacerme mi cabaña de cojines. El padre de mi querido amigo F. me ha dejado un par de libros de Gistau, vengo de uno de Chaves Nogales y ahora estoy con otro de Umbral. No ha sido voluntario lo de leer a periodistas muertos pero visto el panorama no es mala idea, no vayan a prohibirles. A Gistau por violento boxeador, a Umbral por machista vividor y a Chaves Nogales por sospecha de fascista. Entre medias, esos momentos de indolencia veraniega son perfectos también para la poesía. Así igual podemos llegar todos en negativo a esa tristeza dulce del sendero de pinares dormidos y praderas segadas de las que hablaba Juan Ramón y poder disfrutar de una tarde violeta de septiembre que también huela a heno.