"Letras Atlánticas"
Federico del amor
«Muchos saben que lo van a matar pero Lorca se queda en Granada»
Empieza abril en jueves Santo y recuerdo un poema de Lorca al Arcángel Gabriel, el ángel de los poetas, el mensajero: El Arcángel San Gabriel,/entre azucena y sonrisa,/bisnieto de la Giralda,/se acercaba de visita./En su chaleco bordado/grillos ocultos palpitan./Las estrellas de la noche/se volvieron campanillas./San Gabriel: Aquí me tienes/con tres clavos de alegría./Tu fulgor abre jazmines/sobre mi cara encendida.
Federico, con sus jazmines y sus grillos, su luna y su corazón con clavos, atraviesa el mar con su poesía.
En 1933, viaja a Buenos Aires y su arte flota en todo el ambiente. Se aloja en el Hotel Castelar de la Avenida de Mayo, entre la Casa Rosada y el Congreso. Desde que estuvo allí, el hotel conserva la habitación 704 como «Habitación Museo» de Federico, con sus cosas, fotos, dibujos y manuscritos.
Vive en Buenos Aires entre octubre del 33 y marzo del 34. Viaja a Rosario, a Montevideo y su actividad literaria es muy intensa. Conferencias mágicas como «Juego y teoría del duende» y «El cante jondo. Primitivo canto andaluz». Junto a Lola Membrives luce sus obras de teatro, «Bodas de sangre», «La zapatera prodigiosa», «Mariana Pineda» y estrena la función de títeres «Retablillo de don Cristóbal». Da una conferencia sobre Rubén Darío con Pablo Neruda. Asiste, vestido de marinero, a la presentación de la novela «45 días y 30 marineros» de Norah Lange. Victoria Ocampo, fundadora de la mítica editorial Sur, publica una nueva versión del Romancero gitano. Su energía fascinante cautiva el ambiente literario rioplatense y su presencia es imborrable.
Federico ama Buenos Aires y durante sus meses en la ciudad, regala este dibujo a un amigo. El dibujo «Marinero del amor» solo se exhibe una vez en España, después vuelve al Río de la Plata donde permanece hasta el año pasado y ahora forma parte del fondo permanente del Museo del Escritor de Madrid. Un dibujo lorquianamente puro, marinero, enamorado, con un abrazo invisible, ojos llorados y el corazón clavado por una flecha-cruz y unas ramas de olivo.
Buenos Aires/tiene algo vivo y personal,/algo lleno de dramático latido,/algo inconfundible y original,/en medio de sus mil razas,/que atrae al viajero y lo fascina... Escribe sin saber que es la única vez que verá el Obelisco. A su regreso de Argentina, pasa el día de su santo, 18 de julio, en la Huerta del Tamarit – Huerta de San Vicente y termina de escribir uno de sus libros más divinos: Diván del Tamarit. El universo de Federico es inmenso y recorre las poesías del mundo desde nuestro idioma; en este caso, se detiene en la poesía persa, los divanes, la qasida, el ghazal y nos regala esta maravilla Andalusí de doce gacelas y nueve casidas extraordinarias.
El año siguiente, 1935, pasa la Semana Santa en Sevilla y disfruta la Feria en la caseta «La Venta de los Gatos» junto a varios amigos como Jorge Guillén y Chaves Nogales. Escribe a su familia: “Lo he pasado muy bien y Sevilla está hermosísima”. No sabe que es la última vez que verá la Giralda.
En otoño, viaja con Margarita Xirgu a Barcelona y se reencuentra con Dalí, ya enamorado de Gala, después de siete años de distanciamiento. Es la despedida que nadie imagina y una pareja que se convierte en mito. Nos quedan las cartas, la Oda a Salvador Dalí (¡Oh, Salvador Dalí, de voz aceitunada!), el juego de los putrefactos, el cuadro «La miel es más dulce que la sangre», la fusión de cabezas que dibuja Dalí en 1942 porque sigue pensando en su querido amigo y sigue consternado por su muerte. «Esos somos Lorca y yo juntos. Son nuestras cabezas unidas».
Viaja a Valencia y mientras sufre los desamores de Rapún, escribe los «Sonetos del amor oscuro»: Quiero llorar mi pena y te lo digo/para que tú me quieras y me llores/en un anochecer de ruiseñores/con un puñal, con besos y contigo. (…) Que lo que no me des y no te pida/será para la muerte, que no deja/ni sombra por la carne estremecida.
En junio de 1936, cumple 38 años. Participa en un recital poético en Madrid con Alberti, Cernuda, Altolaguirre, Aleixandre y Neruda. Termina de escribir «La casa de Bernarda Alba» y en julio se va a la Huerta de San Vicente.
Muchos saben que lo van a matar, no solo en España, también lo saben en México, en Colombia, países que le ofrecen el exilio, pero Federico se queda en Granada.
Teme y busca refugio en casa de su «amigo» Rosales. La Guardia Civil lo localiza inmediatamente y lo detiene. Pasa su última noche encarcelado y la madrugada del 18 de agosto, lo fusilan por la espalda.
Nada se sabe de sus huesos, pero su carne estremecida late todavía.
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