"Letras atlánticas"

Mil palabras

Las redes sociales se está imponiendo socialmente.REUTERS/Dado Ruvic/Illustration/File Photo
Las redes sociales se está imponiendo socialmente.REUTERS/Dado Ruvic/Illustration/File PhotoDado RuvicREUTERS

“Una imagen vale más que mil palabras” es una frase que ya no vale como antes de los filtros y el canvas. Y menos todavía la que dice que a las palabras se las lleva el viento porque, por suerte o por desgracia, no lo hace.

Vivimos en redes y aplicaciones llenas de imágenes y palabras casi imposibles de borrar. Lo de las imágenes es fácil, son reales o falsas, lindas o feas, te gustan o no te gustan; se puede sostener un perfil con imágenes. La cuestión está en las palabras porque los mensajes, posteos, comentarios, frases y cosas escritas se multiplican por el mundo. Y la ortografía es despiadada.

Ves la foto de una puesta de sol que dice: “atardeser en la playa”, ves un paisaje que “emosiona”, ves una imagen preciosa del invierno con la frase “ase frío”, ves un video saludable que invita a mejorar tus hábitos y la propuesta dice: “Aprende a cuidarte, ay un mundo más sano”, ves el perfil de una persona muy segura de sí misma hasta que escribe “¿soñastes alguna vez con…? Ves la muerte de la hache, el drama de las eses y las ces, la catarata de eses en los verbos del tú.

Las redes se sostienen con imágenes y #hashtags porque no hace falta escribir, el problema aparece cuando toca comentar, responder, opinar o escribir sencillamente una frase. Entonces la imagen ya no vale tanto. A veces, no vale nada y por supuesto no vale más que mil palabras.

Mil palabras es un montón, es muy difícil escribir mil palabras. Es como elegir mil semillas, cuidarlas y cultivarlas para que nazca una flor. Apenas una.

Pienso en Gabriel García Márquez, por ejemplo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Para escribir el inicio de “Cien años de soledad”, Gabo trabajó muchísimo, maldurmió, usó todas sus herramientas hasta elegir esas palabras, cuidó cada adjetivo, parió las dos acciones esenciales y escribió la premonición infinita: “muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Es lo que hacemos todos los días, señalamos cosas con el dedo para comunicarnos: like, click, repost, aceptar, enviar, seguir, dejar de seguir.

En la novela de Gabo, el mundo era muy reciente, tan reciente que las cosas carecían de nombre. En el mundo actual, los nombres nacen rápido porque a todo se le pone un #hashtag para mover tendencias y crear comunidades. Mucha gente participa con emojis, señala con el dedo un corazón, un fuego, una caca y listo. Pero mucha gente escribe y en la ortografía se ve el reverso de la imagen, los huesos de las caras y los cuerpos; la biografía secreta.

La escritura nos identifica, igual que la voz, el adn y las huellas dactilares, sin embargo, se cuida cada vez menos la importancia de escribir, leer, comprender un texto, redactar sin repetir y sin copiar.

Mientras se impulsa la cultura digital de la imagen, la vida real se aferra cada vez más a las palabras: rellenar formularios para todo, escribir nuestros datos usados por millones de organismos para saber qué consumimos y adónde vamos, empadronarnos, renovar documentos, contratar servicios. A la vida real no le importa nada la imagen, al menos yo no conozco a nadie que tenga una buena foto en el pasaporte.

Ahora que hay tantas publicidades para escribir un libro en tres semanas y autopublicarlo, cuando me siento a escribir no sé qué estoy haciendo en realidad, no sé si debería invertir el tiempo en hacer fotos o aprender recetas para ir a un reality, o cualquier otra cosa más #hashtag, pero por ahora nada me emociona más que la literatura aunque no conozca la fórmula para escribir un libro en un mes y convertirlo en tendencia.

Gabo cuenta en “Cien años de Soledad”: “Preguntó qué ciudad era aquella, y le contestaron con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en el sueño una resonancia sobrenatural: Macondo”.

No hay imágenes de Macondo. Macondo está hecha de palabras, es un nombre, una palabra apenas, pero cuántas imágenes nos regala todavía. Muchas más que mil.

Feliz inicio de Septiembre.