Sociedad
La dispensa que ha permitido a José ver a la Blanca Paloma 47 años después
El cura de Almonte aplicó el artículo 1.196 del Código de Derecho Canónico tras la promesa de un devoto de la Virgen del Rocío
Se llama José, es almonteño y hace 47 años que no ve a la Virgen del Rocío, no por voluntad propia, pues hasta 1975 era de los que portaba a la ‘Reina de las Marismas’ cada vez que era trasladada en procesión, sino porque hizo una promesa, el mayor sacrificio: no ver más a la Blanca Paloma.
¿Qué pasó para que José decidiese no volver a ver a la patrona de su pueblo y para que ahora pueda volver a hacerlo?
La respuesta hay que buscarla en una carretera por la que circulaba con su moto cuando España todavía se dibujaba en blanco y negro, en la que resbaló por una mancha de aceite y fue arrollado por un camión.
Ese accidente de tráfico, que se produjo solo un año después de nacer su hija Noelia, a la que se aferraba para salir del hospital, hizo pensar seriamente a los médicos que perdería una pierna.
A punto de perder la extremidad, José González Moreno, con solo 29 años, prometió que si salía andando de su habitación no volvería a ver a la Virgen del Rocío ni a llevarla sobre sus hombros, lo que para él -como toda promesa que se hace a una divinidad- suponía el mayor sacrificio que podía ofrecer.
A su vez, el abuelo de Noelia llamó a su amigo Antonio Franco, don Antonio Franco, jefe de la unidad de Quemados del hospital Virgen del Rocío, quien -a punto de que le amputaran a José la pierna- ordenó a los médicos que pararan la operación. Aunque la gangrena era evidente, dijo que, bajo su responsabilidad, no se produciría la amputación.
Meses después, José salió andando del hospital. Con una secuela (perdió parte de un pie), pero con la pequeña Noelia en brazos.
Aquella niña tiene ahora 48 años y esta semana ha sido testigo de algo que solo se puede entender si se ha nacido en la tierra de la Blanca Paloma, cuando a Hinojos (Huelva), donde vive José, llegaron dos monjas, sor María y sor Cristina, que conocieron la historia y se la contaron al cura local.
El párroco les dijo que no veía razón para seguir con su sacrificio, aunque debía ser el sacerdote de Almonte el que le levantara su promesa: todo para conseguir que un hombre de 76 años vuelva a ver a quien más echa de menos, especialmente este año, cuando la virgen vuelve a su aldea después de más de dos años.
La historia llegó a oídos del cura de Almonte, quien se puso en marcha y aplicó el artículo 1.196 del Código de Derecho Canónico, que habla de las dispensas para las personas que hayan hecho promesas en situaciones concretas.
El articulo en concreto establece que, además del papa, pueden dispensar de las promesas “el Ordinario del lugar y el párroco, respecto a todos sus súbditos y también a los transeúntes; el Superior de un instituto religioso o de una sociedad de vida apostólica, siempre que sean clericales y de derecho pontificio, por lo que se refiere a los miembros, novicios y personas que viven día y noche en una casa del instituto o de la sociedad; o aquellos a quienes la Sede Apostólica o el Ordinario del lugar hubiesen delegado la potestad de dispensar”.
Así que, José obtuvo la dispensa y pudo tocar el manto de la virgen después de casi medio siglo. Lo que pasó por su cabeza sólo él lo sabe.
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