Análisis
Cofrades, ¡a la calle!
Andalucía es tierra añeja y, por tanto, en el sentido pleno de la palabra, conservadora
Dos años sin Semana Santa, ¡al tercer año resucitó y no era el Franco de Fernando Vizcaíno Casas!, propiciaron bullas para ver las procesiones como se recordaban desde la última y devotísima década del siglo pasado. Tres años de impaciencia acumularon los feriantes hasta el pasado primero de mayo, cuando la red 5G detectó medio millón de terminales conectados a la red del Real de Los Remedios. No hubo Carnaval en 2021, así que «Kichi» recetó porción doble para este 2021, en febrero y el mayo. Al votante andaluz no se lo convocaba desde las municipales de 2019, en fin, cuando Pedro Sánchez aún no había logrado formar Gobierno tras las legislativas del mes de abril. Había ganas de propinarle un buen sopapo.
El histórico cambio en la Presidencia de la Junta de Andalucía se sustentó en la desmovilización de los socialistas, hartos de sostener con su voto a un régimen que se desmoronaba entre el hastío y la cleptomanía. Ayer, volvió a quedarse en casa la izquierda para entregarle el triunfo a los derrotados durante los cuarenta años de turra progresista, ávidos de revancha ahora que las 300.000 papeletas pancistas que tradicionalmente van a parar al que firma la nómina pública no fueron para el PSOE. La cara amable del Estado de las Autonomías es, hoy, la de Moreno y así se lo reconocen esos ejércitos de señoras de avanzada edad que lo achuchan como una suegra en la comunión del nieto.
Más participación
Aun así, el ascenso de la participación era llamativo a las dos de la tarde con respecto a las últimas autonómicas que, en plena borrachera electoral –en diciembre de 2018, los ciudadanos llevaban tres años votando cada cuarto de hora–, registraron una abstención récord del 41%. Es impensable, sin embargo, acercarse al 72% de la última mayoría absoluta socialista, la de 2008, cuando el desapego entre ciudadanos y votantes todavía no era total. Dos crisis y una pandemia después, resulta quimérico imaginar que tres cuartas partes del electorado abandonen el ambiente placentario del aire acondicionado para acercarse al colegio. Nos dolemos a veces por la simpleza de los discursos que se escuchan en la campaña sin considerar, ay, que el votante real es cada vez más hincha y menos reflexivo. Hay una bolsa de ciudadanos resignados a no votar porque total…
Luego, finde playero obliga, resultó que no era tanto para y que el PA –históricas siglas del andalucismo dinástico que ahora pertenecen al Partido Abstencionista– logró de nuevo una mayoría holgada, casi tanto como la que los sondeos predecían para Juanma Moreno desde el mismo cierre de las urnas. La campaña popular desconcertó a los más pugnaces porque era como esas tácticas narcóticas de los entrenadores modernos. Toque inocuo, posesión cansina y pase de seguridad con la idea de aburrir al adversario, de desactivar su vigor, de convencerlo de que la victoria no va a sonreírle se ponga como se ponga. «Que no pase nada», era la consigna en la sede conservadora de la calle San Fernando y nada ocurrió, excepto que había calado el mensaje principal, casi único: si quieres arrearle fuerte al Gobierno Frankenstein, vótanos. Moreno gobernará en solitario en San Telmo y Feijóo, miren qué hallazgo poético, pone proa a La Moncloa.
Pronósticos electorales
Casi cualquier teoría es válida en el fútil ejercicio del pronóstico electoral, que en ocasiones se sustenta sobre premisas inexactas o directamente falsas. La ola de calor y la festividad del Corpus alimentaban el temor de los populares a un incremento de la abstención que mermase sus buenas expectativas, pero… resulta que las temperaturas bajaron de forma drástica desde el miércoles por la tarde y que sólo dos capitales, ni siquiera sus provincias, celebran la exaltación eucarística el jueves. Hubo puente, o sea, sólo en las ciudades de Granada y Sevilla –menos de un millón de votantes, ni el 15% del censo–, salió una mañana fresquita que invitaba al paseo. En 2018, este cronista madrugó para encontrarse a un pelotón de monjas acudiendo a votar, seguramente para desalojar al PSOE de la Junta de Andalucía. Ayer, había mucha pareja recién desayunaba apostando por Moreno, mucho más confiable que la sobreactuada Olona, que los cainitas de la izquierda extrema y que el pobre Juan Espadas, incapaz de explicar por qué demonios su jefe se besa en los morros a diario con Otegi, los de Esquerra y demás patulea disolvente.
Andalucía es una tierra añeja y, por tanto, conservadora en el sentido pleno de la palabra y no en el político. El hombre (homo-hominis, no vir-viri) meridional cree a machamartillo en que «más vale malo conocido» y por eso atornilla a sus gobernantes al asiento hasta más allá de la prudencia, casi hasta el instante previo a su eyección por motivos legales u otros escándalos. Durante más de treinta años, el vértigo a cambiar de gobernante apuntaló los resultados del PSOE y puede que estemos ante el amanecer de una larga hégira del Partido Popular, que gobernará la comunidad más poblada de España solo o en compañía de otros durante cuatro años más. No volveremos a castigarles, por no ser reiterativos, con la cita de las «Memorias de ultratumba» Chateaubriand y la entrada del ejército napoleónico en Sevilla para ilustrarles sobre el apego del andaluz al poder.
El retorno del bipartidismo, así, se apunta en los resultados de estas elecciones en las que Ciudadanos se ha volatilizado y el comunismo ha regresado a sus terrenos históricos.
Quedaría por limarse la protuberancia diestra que le salió al Partido Popular, apenas ya un esqueje para complementar a la casa madre allá donde necesite pactar. Pero esta tierra ya anticipó en 2015 el fin de la dicotomía PSOE-Partido Popular y ahora anuncia una vuelta a los viejos hábitos de la Transición: la única manera de sentarse en la poltrona es liderar, en el territorio que sea, a uno de los dos grandes partidos. Los demás son extras con más o menos frases en el guion.
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