Entrevista
Blanca Cabañas: «Hay quien tiene ánforas romanas en el salón y no sabe que es delito»
Reivindica la literatura de territorio propio. Para ambientar una historia no hay que irse lejos y Chiclana puede ser un lugar magnífico como en «El hambre del pelícano»
La escritoria Blanca Cabañas reivindica la literatura de territorio propio. Una historia si es buena no hay que irse muy lejos para ambientarla, Chiclana puede ser un magnífico. No hace falta ir más lejos, ni documentarte en hechos de ultramar cuando el tesoro de un thiller frenético y apasionante lo tienes delante de tus ojos. En vez de volar a otros lares, a veces basta con bucear en el mar de curiosidad frente a tu casa. Y hacer como ella: juntar las ganas de «comerte» un buen libro con «El Hambre del Pelícano» (Ed. SUMA de letras).
Dicen que es bueno conocer la historia para que no se repita. En tu caso, para que no se olvide hasta el fin de los tiempos.
Pocos conocen de la importancia que tuvo para los fenicios y para el mundo conocido de entonces. Y mucho menos sobre el santuario de Melkart erigido hace tres mil años. Ni siquiera los chiclaneros. Fue una de las construcciones más extraordinarias del siglo XII a.C. y se dice que fue visitado por figuras como Aníbal o Julio César o que incluso bajo sus restos está enterrado el mismísimo Hércules. Lo más mágico de todo es que su ubicación exacta sigue siendo un misterio en la actualidad.
La economía de mercado se suele representar con el toro ‘ibérico’ de Wall Street. Pero la gran estatua del capitalismo estaba bajo las aguas de Chiclana, «Melkart».
Visto de esa manera, Chiclana fue cuna del capitalismo, un mar inspirador para la divinidad protectora del comercio. Melkart era el rey de la ciudad, una deidad a la que los fenicios rendían culto y que, posteriormente, en el mundo griego, sería conocido como Hércules. A partir del año 1984, debido a una draga de arena, quedó al descubierto un depósito de exvotos y vieron la luz las estatuillas de las que se habla en la novela.
A pesar de que el 80% de la tierra es agua, poco se habla del expolio en el patrimonio subacuático.
Y es muy común, sobre todo en esta zona. Hay quien tiene ánforas romanas en su salón sin saber que es delito. Y cuántas obras de construcción habrán seguido adelante guardando un secreto bajo sus cimientos. Lo que está claro es que después de leer la novela, el lector sabe cuál es el primer paso, avisar a las autoridades, y qué consecuencias puede tener si le aborda el romanticismo o el interés económico de quedarse algo que pertenece al Estado.
Hablando de arte en peligro de desaparición, usted dedica parte de la novela a homenajear a los artes de pesca tradicionales. Un modo de vida también en extinción...
Son varios personajes clave en la novela los que se crían en el antiguo poblado pesquero de Sancti Petri, situado en la localidad gaditana de Chiclana. Su origen se remonta al último tercio del siglo XIX, cuando la fábrica de conservas del atún precipitó su creación. En los años de esplendor y temporada alta de pesca, la población se multiplicaba dando cabida a dos mil trabajadores, hasta que en 1973 ese pescado tan aclamado empezó a escasear. Entonces, el Ministerio de Defensa expropió la península para fines militares y, posteriormente, cayó en el olvido. Actualmente, la Dirección General de Costas otorga una concesión de usos a Chiclana que lo ha convertido en un enclave náutico, pesquero, cultural, de ocio e investigación.
Lo que no se pierde es la avaricia, otro elemento capital de la novela. El morir por el «bien ajeno» está muy vivo.
La avaricia es la emoción que sostiene toda la novela. Lo que hago es poner a los personajes, e incluso al propio lector, en la tesitura de qué harían si hallaran una reliquia de incalculable valor histórico. Todos los personajes tienen sus luces y sombras y, aun conociendo el riesgo que asumen, rebasarán la línea del mal y jugarán con el poder. Es aquel que lee el que decide con quién empatiza y qué motivaciones le convencen.
Lo que sí me llama la atención es que con su libro salda una deuda pendiente: mantener la emoción hasta el propia final de la novela.
El género negro lo aguanta todo. Me permite contar historias de misterio con una base muy real y un ritmo frenético, que te lleva de la mano a un final inesperado y contundente, donde se desvela el significado de «El hambre del pelícano».
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