Entrevista

Jorge Molina: «La economía no puede estar por encima de la ley en Doñana»

Asegura que ahora «estamos debatiendo lo mismo que hace medio siglo» sobre este espacio natural

El escritor Jorge Molina
El escritor Jorge MolinaLuis SerranoLa Razón

En pleno debate de actualidad se ha reeditado «Doñana. Todo era nuevo y salvaje», del prestigioso periodista ambiental Jorge Molina. El autor lamenta que otra vez estemos debatiendo lo mismo que hace medio siglo, «descorazonador». También manda un mensaje a los gobernantes: «hay que dejar de hacer el ridículo».

¿Es «Doñana» la crónica de un sueño?

Doñana se salvó en ese momento, años 60, de sus destinos, que eran varios, desde el desarrollo turístico a las plantaciones de eucaliptos y de arroz, o su gestión meramente como coto de caza privado. Y ocurrió gracias a gente prodigiosa, golpes de suerte, talento y la movilización europea, pues en España no había «público» para este objetivo. Sí, un sueño.

La otra historia que narra esta novela histórica la protagoniza el arrozal, que creó Rafael Beca Mateos.

La novela narra otro hecho vecino y coetáneo a la salvación de Doñana: la conversión de una marisma natural en decenas de miles de hectáreas de arrozal. Una historia llena de esfuerzo, de crueldad, de malaria, posguerra y olvido. Rafael Beca, el elegido por Queipo para cultivar esa inmensa planicie, fue tan pionero como implacable, sobre todo con los jornaleros andaluces. Su estatua en Isla Mayor sigue estando sujeta a vandalismo.

Levantaron el arrozal lugareños y presos, desterrados, republicanos, valencianos.

En los años 40 en el arrozal había trabajo y al menos una comida al día. Y la propiedad de la tierra, eso sí, sólo si eras valenciano. Muchos braceros llegaron allí de bastantes lugares, algunos huyendo de la represión tras la guerra civil. Aquella comarca mantiene aún la atmósfera indómita de aquella época al margen de la ley.

Fueron muchos los que arrimaron el hombro y se jugaron la vida, el paludismo estaba al orden del día.

El mosquito del paludismo, como dijo José Antonio Valverde, fue el protector con mil millones de cabezas de Doñana. Vivir en aquella zona era del todo insalubre, por eso su vacío. Imagine en los años 40 y 50 sembrar arroz a mano, encorvado al sol, con agua hasta la rodilla. Era durísimo, casi inhumano y por supuesto con niños ayudando.

Y entonces llegó nuestro «Félix Rodríguez de la Fuente», el biólogo Antonio Valverde.

Valverde –que, por cierto, ayudó a Félix en sus inicios– es un personaje único. Un chico vallisoletano de 26 años sin estudios, dinero y ni siquiera salud que llega a Doñana y decide que su pasión ecológica ha encontrado sitio. Su empuje, su incapacidad para rendirse, motivaron las primeras compras de tierra para fines científicos y, a la postre, la conversión en parque nacional.

Hoy ese espíritu, tal Cid Campeador, lo reencarna Miguel Delibes de Castro. Ha pasado de «Medalla de Andalucía» a que le cierren las puertas del Parlamento.

Delibes fue el primer biólogo que vivió en Doñana, cuando aún no había ni luz. Aprendió mucho de Valverde, dirigió la Estación Biológica, y ahora todo su inmenso saber y su talante, tan paciente como ilustrado, lo erige en el abanderado de una nueva lucha. Algo que seguramente no se esperaba en el siglo XXI.

La situación es límite por la sequía, un puñado de votos y un sector productivo que genera riqueza a muchas familias.

Que estemos debatiendo lo mismo que hace medio siglo es muy descorazonador. Doñana se declara por el Congreso parque nacional para ser conservada y hacer ciencia. De paso genera rentas económicas y mucho orgullo andaluz, tantas veces de mero folleto turístico. Si queremos otra cosa para Doñana, pues se descataloga y la convertimos en parque periurbano con sus áreas de barbacoa y columpios.

Dice Delibes que declarar regable una zona sin agua no es la solución. ¿Es optimista?

El gobernante debe ser firme en las prioridades que van más allá de su mandato, y ya de paso debe no hacer el ridículo. La economía no puede estar al margen de la ley, ni del sentido común. Soy optimista –sobre todo gracias a la UE–, creo que esta batalla se ganará. Pero, ay, como dice Delibes, quizás la guerra se esté perdiendo.