Méritos e infamias

Mediocres laureados

En este gazpacho veraniego, levantar los ojos del universo de Steiner provoca el asco de la última disputa por los títulos académicos de los cargos públicos

José María Ángel, ex comisionado de la Dana
José María Ángel, ex comisionado de la DanaEP

Enfrentarse a George Steiner produce el mismo efecto que afrontar la escucha consciente de una sonata de Beethoven. Cada compás se engarza en un concepto, casa perfectamente con el sentimiento adecuado, logra una emoción irrepetible. El viejo intelectual judío recorre a la inversa su camino dando puntadas sobre los aspectos y realidades que le han acompañado a lo largo de su vida, siempre con la sombra del Holocausto en la cabeza.

Leyendo “Errata” ves nacer un puzzle de conocimiento, como Spinoza, pacientemente, pieza tras pieza, con la habilidad de un relojero, que logra ensamblar todas las partes de un mecanismo que finalmente funciona. El pensador francés recuerda a los papanatas que pululaban por el espectro universitario después de la II Guerra Mundial, colocando etiquetas sobre el pecho de profesores e investigadores, clasificando conciencias, filtrando cerebros sobre prejuicios. Siempre es inútil tachar a alguien de la foto, porque más tarde o más temprano será tu frente la que soportará la cruz.

En este gazpacho veraniego, levantar los ojos del universo de Steiner provoca el asco de la última disputa (como si no hubiera otras cosas que arreglar) por los títulos académicos de los cargos públicos para alimentar al monstruo de la actualidad española. Da risa, a un lado y otro del espacio político, observar la actitud “highbrow” con la que auténticos mentecatos se exigen, los unos a los otros, méritos y logros universitarios, laureles al fin y al cabo, como si fueran héroes de la Antigüedad envueltos en la nostalgia.

Si no fuera por lo escatológico de la cuestión, es para mearse encima, asistir a este juego de pin-pon entre auténticos mostrencos, que deben el pan que se comen al único mérito de ser únicamente pegacarteles con suerte y nada más. No deben olvidarse que los mejores, los que empujan de verdad la sociedad española, no quieren ni oler de lejos el estúpido su escabeche en el que flota la turbia costra de la partitocracia. “Mediocres laureados”, que diría Steiner, lanzándose carnaza, lo que nos faltaba.