Terrorismo yihadista
No al fatalismo
Los atentados yihadistas de Londres y San Petersburgo nos han obligado a oír, en boca de personas con proyección pública, comentarios de lo que cabe deducir que tenemos que acostumbrarnos a vivir con este mal. Una especie de fatalismo que en nada ayuda a luchar contra los terroristas y que muchas veces esconde la profunda ignorancia de los que hablan, algo de lo que se informan sobre la marcha.
Hay que reconocer que dedicar horas a estudiar el asunto cuando hay decenas de temas sobre los que debatir a diario, sobre todo referidos a la política, de la que es tan fácil opinar como consumados expertos, es algo que te lleva mucho tiempo y (probablemente lo piensen) pocos resultados.
Mantener un actitud fatalista ante el terrorismo yihadista, que puede surgir en cualquier lugar del mundo con mayor e menor virulencia, es uno de los peores errores que se pueden cometer y, aunque no se pretenda, juega a favor de los que asesinan y causan destrucción.
Todo terrorismo es vencible y el yihadista también. Recuerdo los años en que ETA cometía un atentado y cuando estábamos enterrando a la víctima-s, nos llegaba la noticia de una nueva acción criminal. Entonces también se produjeron actitudes fatalistas y manifestaciones en privado de responsables gubernamentales de que nunca se acabaría con aquel terrorismo.
Tuvieron que ser un puñado de hombres y mujeres, con pocos medios al principio, pero con una inmensa voluntad de vencer, los que demostraron, al cabo de muchos años, que los fatalistas estaban equivocados. Valió la pena porque la democracia venció a los liberticidas.
Una anécdota. Se había instalado en uno de los puestos fronterizos con Francia un dispositivo del control (del que no voy a dar más detalles porque probablemente sigue operativo). Los agentes pasaban, por turnos, horas trabajando. Un día que el jefe visitó las dependencias, uno de los guardias le preguntó: “mi teniente coronel, cuánto tiempo vamos a tener que seguir con esto”. La contestación, lacónica pero contundente: “toda la vida”. Entonces era ETA, ahora serán los yihadistas y otro tipo de delincuentes, pero todos los medios son necesarios para combatir el mal. Y uno de los factores principales para lograr la victoria es la constancia.
Es cierto que el yihadismo es difícil de combatir, pero se cosechan éxitos si como en España, se desarrolla una estrategia de prevención, lo que no nos elimina del mapa del riesgo.
En LA RAZÓN, desde hace bastante tiempo, hemos mantenido (y, al final, las pruebas han avalado nuestras informaciones) que este tipo de terrorismo no es cosa de los mal llamados “lobos solitarios”, que actúan el día y a la hora que se les ocurre. No es cierto aunque puede haber casos. Todo a responde a planes preestablecidos, controlados mediante coordinadores y a través de unas redes que, si no se logran cortar, harán crecer el yihadismo en occidente.
Si el lector se fija, en los últimos atentados se ha producido el mensaje machaconamente repetido de que los autores no tenían lazos conocidos con el Estado Islámico, como si eso pudiera consolar a las víctimas o tranquilizar a la población. Como aquel ministro español para el que todos los atentados de ETA los cometían “comandos itinerantes”. Claro, como “itineraban”, no estaban y no se les podía coger. Cuando se les detenía, la realidad era casi siempre otra, pero esto es el pasado que sólo hay que recordar si sirve para aprender.
Al terrorismo yihadista se le puede y se le debe vencer. Hay medios humanos y técnicos suficientes para lograrlo. Se van a pasar momentos amargos pero la civilización no sucumbirá ante la barbarie. Ténganlo por seguro.
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