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De marketing político
Por Luis Miguel Belda
Goebbels es el padre de la comunicología propagandística, lo más parecido a lo que hoy llamaríamos el marketing político. Muy lejos de estimar que lo del criminal nazi tenía un objetivo noble, lo cierto es que su trabajo lo hizo a la perfección, a la vista del éxito que cosechó entre un porcentaje muy elevado de la población alemana de su tiempo. En este ámbito, aquella propaganda maldita solo pudo ser contestada por una prensa libre, poco antes de dejar de serlo o desaparecer. Porque al marketing político mal entendido y dirigido no hay peor cosa que enfrentarle el periodismo cierto y riguroso como antídoto.
En otra esfera está el marketing bueno, aquel que reactiva en el público objetivo el deseo de creer, de comprar o de apreciar algo que, cabe esperar, no sea dañino ni para quien lo adquiere o se deje convencer, ni mucho menos para el resto, sino beneficioso para todos. Goebbels demostró que el marketing político puede ser letal, también el mal periodismo, es cierto. Pero es doblemente más peligrosa una propaganda maldita que una noticia cogida con pinzas. De ahí la idoneidad de que la clase política y los gobiernos jueguen con las herramientas del marketing, sí, pero a su tiempo y sin abusar, no sea que le tomen demasiado el (mal) gusto de los fuegos de artificio.
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