Economía

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Los bares y restaurantes de Castilla y León seguirán sin poder abrir al público hasta el 3 de diciembre como mínimo, tras la última prórroga aprobada por el Gobierno autonómico. Un nuevo «golpe» para un sector que no entiende lo que está pasando, y que está indignado y enrabietado porque le demonicen y culpen de la expansión del virus. Sobre todo, cuando ve que hay un estudio del Ministerio de Sanidad que revela que los infectados en la hostelería apenas representan un tres por ciento o cuando comprueba que en la Comunidad de Madrid están derrotando al virus con los establecimientos funcionando.
La hostelería de Castilla y León agoniza y sobrevive al día como puede, pero no se resigna ni deja de pelear y soñar por un futuro mejor. Pero ahora clama porque necesita ayudas directas para poder salvar sus negocios y esquivar la ruina. Restaurantes, bares, empresas turísticas y de ocio rechazan más créditos y moratorias fiscales ya que lo que necesitan son ayudas a fondo perdido. «Los que están tomando decisiones viven en un mundo paralelo. No saben de donde proceden los contagios ni lo que es llevar un negocio», denuncia a LA RAZÓN, indignado, Eliezer Casado, gerente de la Cafetería Oxford, en el centro de Valladolid, que ha abierto su establecimiento junto a su mujer Ana Isabel Ruiz -tiene cuatro empleados en ERTE- para dar cafés , desayunos y menús, pero, sobre todo, «para dar servicio al cliente, ya que -apunta- nadie ha pensado en él tampoco».
Cuenta Eliezer que este servicio que está dando al día apenas llega al 15 por ciento de la facturación de un día normal y que la situación es crítica. Y advierte de que esta nueva prórroga es otro «mazazo» más del que va a costar salir, sobre todo si no hay un plan de rescate. «Necesitamos ayudas directas y no créditos porque me están impidiendo trabajar y un negocio cerrado es cero ingresos menos mucho, porque sigue habiendo gastos», se queja, al recordar que las cuotas a la Seguridad Social de los cuatro empleados que tiene en el ERTE las paga él. También insiste en que las ayudas tenían que haber llegado a la vez que se decidió el cierre, y lo que más le preocupa es la «incertidumbre» y no poder planificar ni empleados, ni compras para el negocio, «ni nada». Y aunque es optimista por naturaleza y un luchador, tiene claro que la Navidad «está perdida» para el comercio y hostelería.
Los hosteleros del medio rural también lo están pasando mal y ven con inquietud lo que está sucediendo y ante un escenario que pinta peor. «Me da mucha pena lo que ocurre y estoy muy enfadada porque están arruinando a muchas familias. Pero lo que más siento es rabia e impotencia de ver cómo nos machacan sin culpa, cuando la hostelería es el motor del país, y no poder hacer nada», señala Teresa Viejo, propietaria del Bar Deportes, en la localidad vallisoletana de Quintanilla de Arriba, en pleno corazón de la Ribera del Duero, y con 55 años de historia a sus espaldas.
Una hostelera infatigable, que no se rinde y que aunque tiene el local cerrado sí que prepara junto a su marido Agustín y su hija Raquel pedidos para llevar o recoger en el restaurante, que incluyen menús con un primer plato, un segundo y postre, e incluso pizzas y hamburguesas. Pedidos que envuelven siempre con una sonrisa y con mensajes de animo deseando un buen día al cliente. «No nos dejan trabajar pero no nos quitarán la ilusión de pelear por nuestro negocio, y con los pedidos -dice- al menos mantenemos fuerte el espíritu».
«No se ha valorado bien»
Desde Segovia, el prestigioso restaurador José María Ruiz, propietario del restaurante José María, tiene claro que el cierre de la hostelería «no se ha valorado bien». «En un país como España, donde el 90 por ciento vive del turismo y la hostelería no se puede cerrar y se acabó. Es necesario un equilibrio entre la salud y la economía», señala, mientras defiende la seguridad de los bares y restaurantes y que estos son un «refugio» frente al virus, ya que «impide las reuniones clandestinas» de personas que «sí» son un riesgo de propagación.
Ruiz está preocupado por ver como están de tristes las ciudades y los pueblos, y por la incertidumbre de una situación que no sabe cuando acabará. Pero confía en que los que mandan puedan rectificar a tiempo. «Si no -apunta- habrá más contagios». En su casa tiene 120 empleados en ERTE y trabajando a doce para atender la granja de cochinillos así como los pedidos y servir los cafés con pulguita a quien se acerque.