Cultura
Tal y como recuerdan los Monty Python en ‘La vida de Brian’, los romanos legaron a las sociedades occidentales el alcantarillado, la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden público, la irrigación, las carreteras y los baños públicos.
Con ese legado, también sobrevivió una identificación entre el lado izquierdo y lo siniestro. “Hasta hace unas décadas, ser zurdo estaba mal visto y era, en muchas ocasiones, castigado desde el colegio”, recuerda Diego Herrero, director del Museo Arqueológico de Cacabelos. El centro de la villa del Cúa expone como pieza del mes una curiosa jarra de madera para zurdos elaborada por un vecino de la villa fallecido en 1943, Santiago Pestaña, cuyo caso se conoce como el del ‘artista inconsciente’.
Aquejado de numerosos problemas psiquiátricos y con ingresos en varios sanatorios mentales, su historia, que llegó a oídos del fundador de la escuela del psicoanálisis, Sigmund Freud, parece confirmar esa extraña relación entre lo zurdo y lo funesto. Las primeras referencias al caso se remontan a 1927, cuando Pestaña ingresa por orden judicial en el manicomio de Conxo, en Santiago de Compostela, por “tener perturbadas sus facultades mentales y poner en peligro su vida y la de quienes le rodean”, según relata el auto de internamiento.
El paciente contaba entonces con 46 años de edad y quedó en manos del psiquiatra José Pérez López Villamil, que años más tarde escribiría sobre él en el número 254 de la revista ‘Los progresos de la clínica’. Según su diagnóstico, los episodios de agitación de Pestaña se correspondían con los de un cuadro maníaco-depresivo latente y se desencadenaban por un consumo de alcohol “en cantidades tóxicas para su personalidad”.
En su artículo, el psiquiatra identifica a Pestaña como un labriego “de escasa cultura, que lee con bastante torpeza la letra impresa y escribe con caligrafía y expresión difícilmente inteligibles, sin ortografía alguna”. Sin embargo, hay un detalle que llama la atención del doctor. A lo largo de su internamiento, Pestaña aprovechaba sus paseos por el exterior o las estancias en el patio para llenar sus bolsillos de pequeñas piedras, trozos de vidrio o fragmentos de alambre.
Más tarde, cuando sufría algún episodio de agitación, utilizaba estos pequeños tesoros para tallar figuras con un “fuerte colorido religioso”, en palabras del propio doctor, con símbolos relacionados con antiguas creencias que supuestamente no debería conocer alguien con una formación básica como la que él había recibido, inspirados en la esfinge de Gizeh (Egipto) o en los sacerdotes del Friso de los Inmortales del Palacio de Susa (Irán).
Además, al finalizar el episodio, Pestaña no reconocía sus obras como propias, se mostraba incapaz de reproducirlas y no sentía por ellas el menor interés, prefiriendo elaborar objetos pequeños y sencillos con una clara utilidad práctica y lejos del simbolismo recargado de las piezas que surgían de sus manos cuando entraba en esa especie de trance creativo.
Para explicar estos hechos, explica Herrero, el doctor Villamil recurre a la teoría del inconsciente colectivo de Carl Gustav Jung, según la que los episodios de creación compulsiva permitirían al paciente acceder a información arcaica heredada, una suerte de herencia humana común que no tendría que ver con sus experiencias personales.
El psiquiatra llegó a plantear su hipótesis en una carta dirigida al prestigioso Sigmund Freud, que refuta este planteamiento en una carta fechada en octubre de 1933. En ella, el médico austríaco relaciona las obras de Pestaña con el conocido caso de una “criada ignorante” que hablaba hebreo durante sus delirios. Con el tiempo, se llegó a saber que la mujer había servido en casa de un pastor que estudiaba hebreo en voz alta mientras ella limpiaba la habitación.
“Así quizás un examen de su paciente pueda sacar a la luz la ocasión en su vida en que hubiera podido familiarizarse con esas cabezas”, señala Freud, que insta a su colega a indagar en el pasado de su paciente para encontrar algún momento de su vida en que pudiera conocer representaciones artísticas similares.
El artista inconsciente
El curioso caso, denominado en la literatura científica de la época como ‘el artista inconsciente’, volvió a la palestra a finales del siglo XX, de la mano de los psiquiatras Tiburcio Angosto, Rosa Pérez y Rafael Fernández.
En su estudio, los investigadores trataron de contactar con familiares del hombre y llegaron a visitar la villa del Cúa en el año 2004, donde conocieron la jarra de madera para zurdos, recuerda Herrero. “Es posible que hubiese alguna pieza o pintura más en Cacabelos, aunque el tiempo ha impedido seguir su rastro”, lamenta el director del museo. Algunas de las tallas de Pestaña forman parte de una exposición itinerante con más de 400 obras realizadas por pacientes psiquiátricos en España entre 1917 y 1990.
En su búsqueda de nuevas claves en el caso, los investigadores consiguieron hablar con una de las hijas de Pestaña, de 92 años, que confirmó que tanto él como su mujer sabían leer y escribir perfectamente. Sus nietos aportaron bastantes nuevos datos sobre la historia familiar que permitieron descubrir que el berciano no era tan inculto como creía Villamil y que no era solamente un labriego, sino que también trabajaba, cuando había posibilidad, como carpintero, de manera que estaba muy habituado a tallar. De hecho, en su casa existían varios santos tallados por él mismo y una hornacina que contenía una estatuilla de la Virgen de las Angustias copiada de la que se conserva en la iglesia del mismo nombre.
Tras encargar a un especialista en arte que evaluase algunas de las obras de Pestaña, el equipo dirigido por Angosto, que también investigó el célebre caso de otro berciano, Manuel Blanco Romasanta, conocido como el ‘hombre lobo de Allariz’, concluyó que muchas de sus obras tenían “una clara influencia románica”.
“La inspiración de las obras podría explicarse por ser el paciente natural de Cacabelos, un lugar de la ruta románica del Camino de Santiago, además de imágenes que pudo ver en algún libro o en el paso por el pueblo del teatro ambulante”, explica el psiquiatra.
Una jarra para zurdos
La única pieza conocida que se conserva aún en Cacabelos es la jarra de madera, seguramente para vino, que talló el propio Santiago, de acuerdo con los estudios realizados hasta el momento. A simple vista podría parecer una jarra normal, pero hay una característica que la hace especial: está diseñada para zurdos.
Así, el asa de la jarra y pico por el que se vierte su contenido están separados por un ángulo de 90 grados que hace difícil su uso por una persona diestra, ya que necesitaría un movimiento poco natural de la muñeca y el brazo, explica Herrero. Tallado a partir de un bloque de madera maciza, este pequeño objeto será durante enero la pieza del mes en el museo y se podrá ver en la vitrina cero, en la recepción del edificio.
De la mano de este pequeño tesoro, los más curiosos podrán acercarse a la historia de su creador, un cacabelense nacido el 25 de julio de 1882, que se casó a los 23 años con Nemesia García, con la que tuvo siete hijos. Su historia finaliza en un sanatorio en Valladolid, donde ingresó en 1939 y donde fallecería el 23 de julio de 1943 y su legado artístico es una muestra de que, cómo dejó escrito Nietzsche, “si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada”.