Sociedad

El lado retro del Papa Francisco: un viaje a la infancia de Jorge Bergoglio

"Si había algo que hacía latir el corazón del pequeño Jorge era el fútbol. Fanático del San Lorenzo de Almagro, pasaba horas pateando una pelota de trapo en las calles de Flores"

El Papa Francisco recibe una capa alistana
El Papa Francisco recibe una capa alistanaIcalIcal

En un mundo que va a toda velocidad hacia el futuro, que castiga a lo antiguo y a lo viejo, hay personas que nos invitan a mirar atrás, a esa cotidianidad sencilla que cincela el alma.

Jorge Mario Bergoglio, el hombre que para todos será para siempre el Papa Francisco, llevaba en su corazón un rinconcito retro, un eco de aquellos años en los que las calles de Buenos Aires palpitaban con tangos, partidos de fútbol y sueños de aquellas gentes.

En 1936, Jorge creció en una Argentina donde la radio era la tecnología más puntera y los chicos jugaban en la vereda hasta que al llegar la noche caían rendidos en sus casas. Su infancia no fue de grandes lujos, pero sí del mejor de los cariños. Hijo de inmigrantes italianos, creció entre el aroma del café que preparaba su madre, Regina, y las historias de su padre, Mario, un contador empleado en el ferrocarril que le enseñó el valor del esfuerzo. En casa, la música era un puente hacia el alma: el tango, con su melancolía y su pasión, resonaba en los discos de vinilo. Jorge se dejaba llevar por las notas de Gardel, tarareando las historias de amores imposibles que contaban esas letras.

Pero si había algo que hacía latir el corazón del pequeño Jorge era el fútbol. Fanático del San Lorenzo de Almagro, pasaba horas pateando una pelota de trapo en las calles de Flores. No era sólo un equipo, era el motivo vital para reunirse con amigos y soñar con ser algún día como sus ídolos. Años después, ya como Papa, confesaría que ya no veía los partidos por televisión, pero que seguía los resultados a través de la prensa, como una alegoría más hacia lo analógico del papel.

La lectura también marcó esa época. Jorge devoraba los libros con la misma avidez con la que jugaba al fútbol. Los clásicos italianos, como I Promessi Sposi de Manzoni, transmitido por su abuela desde la más tierna infancia, le abrían ventanas a mundos lejanos, mientras las historias de santos y mártires aceleraban su espíritu inquieto. En la biblioteca de su casa, los lomos gastados de muchos libros eran testigos de un chico que no solo leía, sino que integraba los sueños en su forma de ver la vida.

Y entre esos sueños, el cine ocupaba un lugar especial. Las matinés del barrio, con sus películas en blanco y negro, eran una cita obligada. Las comedias italianas, con su humor sencillo, y las historias de Hollywood lo maravillaban. Años después, diría que La Strada de Fellini le había tocado el corazón.

Pero no todo era juego y fantasía. Jorge, también ayudaba en casa, aprendiendo de su madre el arte de la cocina casera: aquello era un ritual de unión familiar que le convirtió en un gran entendido de las artes culinarias.

En su juventud, antes de que la vocación lo llamara, Jorge también bailó largos ratos. El tango y otros ritmos. No fue un gran experto, pero sí un joven que disfrutaba de la música y la compañía. Esa alegría, esa capacidad de conectar con los demás, siempre estuvo viva en el Papa de la sonrisa y del mate en la mano.

Mirar el lado retro de Francisco es como abrir una caja de preciosos recuerdos: el olor a campo recién llovido, el ruido de una pelota rebotando en la calle, el crepitar de un vinilo de tango. Es un recordatorio de que, antes de ser el líder de millones, fue un chico que soñaba, jugaba y amaba las cosas simples. Tal vez el mensaje que nos quiso dar es que cualquier alma buena puede llegar a ser un gran guía para muchos.

Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, seguirá siendo eternamente ese Jorge que tenía a todo el mundo en su corazón, que rezaba con la misma fe de su niñez y que, en cada gesto, nos invitaba a no olvidar de dónde venimos. Porque, como él mismo diría, “la memoria es el combustible del alma”.