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“Els quatre Gats”: El primer «after» de Barcelona

El periodista Jordi Notó publica la historia detrás del emblemático local que vio desde la primera exposición de Picasso a la inauguración de la Asociación Wagneriana

Exposición "Barcelona i Els Quatre Gats"
Una persona observa la obra de Ramón Casas "Retrato de Pere Romeu", de 1898, una de las que integra la exposición de la galería Gothsland "Barcelona i Els Quatre Gats", que se realiza actualmente paralelamente a la aparición de este libro de Jordi NotóQuique GarciaEFE

Ramon Casas estaba un poco confundido y eso que llevaba su sombrero de pensar. Era tarde y Santiago Rusiñol no había llegado todavía. Tampoco había llegado Pablo Picasso, que era joven y puntual y era rarísimo que no estuviera allí. Utrillo acababa de enviar un telegrama para decir que se había torcido un dedo y no creía que pudiese llegar a tiempo para torcerse todos los demás, así que no vendría. Casas sacó su reloj de bolsillo y dijo, ‘¡caramba!’. Volvió a mirar si al menos estaban allí los hermanos Joan o Josep Llimona, pero no, tampoco, sólo estaba un tal Miquel Llimona, un abogado que sufría un caso gravísimo de irrelevancia.

«Xavier, Xavier Gosé!», empezó a gritar Casas, pero tampoco estaba allí o al menos el muy miserable no contestaba. Tampoco estaban Opisso, ni Joaquim Mir, ni Joaquim Sunyer, ni, «un momento», se dijo Casas y se acercó a una pobre señorita que al menos sí estaba allí. «No veo a Pere Romeu, el dueño, sabe...¿está enfermo?», preguntó y la joven lo miró con extrañeza. «No sé si está enfermo, señor, pero esto es un hospital, así que muy sano no puede estar», contestó la joven, enfermera de noche del Hospital Sant Pau.

Casas se colocó bien su sombrero de pensar y, disculpándose a la señorita, se marchó de allí corriendo. «¿Por qué me pasan estas cosas a mí?», se preguntó. Todavía no sabía cómo había confundido el hospital Sant Pau con «Els quatre gats», pero lo había hecho y esto significaba que llegaba tarde al local y no quería perderse nada. Eran las cinco de la mañana y no había muchos otros sitios a donde ir. «Si tuviese una alfombra mágica, mi comedor sería mucho más elegante» se dijo al ver que el cochero se iba sin él.

La vida bohemia siempre tiene sus monumentos y, en Barcelona, no hay uno mayor que «Els 4 Gats», el gran referente del modernismo catalán y que se convirtió a finales del siglo XIX y principios del XX en el gran eje cultural de la ciudad. El periodista Jordi Notó recupera su esplendorosa historia en «Els 4 Gats. Les set vides d’un local emblemàtic de Barcelona», (Viena Edicions/Ayuntamiento de Barcelona), un recorrido por más de 100 años por un local que ha tenido multitud de encarnaciones.

Como dijera Francesc Fontbona, «Els Quatre Gats» fue «la taberna que se convirtió en el cenáculo mágico del modernismo». Abierto en 1897 en los bajos del inmueble de la Casa Martí, construida por Josep Puig i Cadafalch, Pere Romeu, su dueño, célebre por ser uno de los dos biclistas en el tándem pintado por Casas, lo convirtió en el epicentro de actividades culturales, tertulias, presentaciones de títeres y sombras chinas. Además, lo convirtió en santuario de toda vida bohemia hasta el punto de ser «el primer ‘after hours” de Barcelona», como explocó ayer Notó.

En libro quiere «dejar testimonio» de aspectos del local que no tan conocidos, como su época como almacén textil en los 50 o el proyecto que lo reabrió en 1978 con la colaboración desinteresada de Joan Miró que, de pequeño, había ido al local a ver espectáculos de títeres.

De ateneo a almacén

Su primera y esplendorosa etapa acabó pronto, en 1903, pero le dio tiempo a ver la primera exposición individual de Pablo Picasso o la reunión que dio paso al nacimiento de la Asociación Wagneriana. Después de la marcha de Romeu, la taberna se convirtió en la sede del Cercle Artístic de Sant Lluc, por el que desfilaron figuras como Antoni Gaudí, Josep Llimona o Eugeni d’Ors. Tras la guerra civil se reabre el local castellanizando el nombre por ‘Los cuatro gatos’ pero no tuvo la misma suerte. En los 50 se convirtió en un almacén textil. Y en 1977, gracias al deseo de recuperar el emblemático espacio, Pere Notó, hermano del periodista, lo reabre graicas a Miró, que donó dos obras para subvencionar el proyecto.