Cataluña
«Los niños han de expresar sus emociones. No hacerlo pasa factura»
Entrevista a María Leach/Periodista, poeta y autora de «¿Qué bigotes me pasa?»
Eduard Punset solía decir que si mandase, dedicaría los tres primeros años de la educación primaria a enseñar a los niños a gestionar sus emociones. «¡Es primordial!», exclamaba. Fue uno de los primeros divulgadores científicos en hablar de inteligencia emocional en España. Y de sus charlas con grandes investigadores, su olfato y experiencia concluyó que la nueva educación «debería formar a niños y adolescentes compasivos, sabios y considerados, para que de mayores se conviertan en ciudadanos más felices y seguros, capaces de moverse en un mundo cada vez más interconectado».
En la década de los noventa, hablar de emociones en la escuela no era nada habitual. «¡Ni en la escuela ni en casa!», matiza María Leach (Barcelona, 1979), periodista, poeta y ahora también autora de cuentos para niños y no tan niños. Porque el libro que acaba de publicar con el sello Baobab de Planeta y la ilustradora Olga de Dios, «¿Qué bigotes me pasa?», quiere ser un álbum ilustrado para ayudar a niños y adultos a entender que todas las emociones son buenas si sabemos identificarlas y gestionarlas. Leach recuerda que cuando era pequeña, «las emociones más bien se tenían que reprimir». «Yo vivía en un entorno en el que no estaba bien visto llorar, pero tampoco te podías mostrar demasiado eufórico si estabas contento. En casa, yo era la hipersensible. Siempre fui muy sentimental y como parecía que era malo expresar mis emociones, escribía poesía», cuenta.
La inteligencia emocional
Por aquel entonces, aún no se había publicado el libro de Daniel Coleman, que popularizó el concepto de «Inteligencia Emocional». Salió en 1995 y su obra, junto a los trabajos de científicos como Howard Gardner sentaron las bases de la primavera pedagógica. En su libro «Inteligencias múltiples», Gardner introdujo la idea de que los indicadores de inteligencia, como el cociente intelectual, no explican del todo la capacidad cognitiva, porque no tienen en cuenta la empatía ni la capacidad para comprenderse a uno mismo y apreciar los sentimientos, temores y motivaciones propios. Cuando la ciencia empezó a corroborar que las emociones nos atraviesan desde los primeros años de vida y que su gestión debería preceder a la enseñanza de valores y de contenidos académicos, la educación emocional se convirtió en un desafío para profesores y maestros. ¿Cómo se enseña eso? Punset habla de ayudar a los niños a identificar sus miedos, repugnancias, ira o alegría. «Esas emociones nos hacen humanos», añade Leach.
«Cuando educamos a los niños, esperamos convertirlos en seres buenos, personas que sean felices y no se depriman, pero para ello, no basta con llenarles la cabeza de información sin desarrollar ninguna cualidad humana. Queremos personas buenas y equilibradas, pero la educación aún parece estar centrada en otra cosa», lamenta Mattieu Richard, un monje budista biólogo que reivindica la meditación en las escuelas como herramienta para gestionar las emociones en un mundo cada vez más disperso.
Preguntamos a Leach si su «¿Qué bigotes me pasa?» podría ser un libro de cabecera en la escuela que soñó Punset. «Yo no soy ninguna experta en pedagogía ni psicología. Lo más experta que soy es que soy madre de un niño de seis años», admite. Y que tiene una gran habilidad para describir emociones. Lo ha demostrado de sobras en las exposiciones de poesía ilustrada que inventó con Paula Bonet y en su libro «No te acabes nunca» (Espasa), una «biblia» que ayuda a transitar en el duelo. Leach escribió este poemario como terapia cuando perdió a Charlie, su marido. Con sólo 33 años, en un año vivió lo que otros tardan media vida: Se casó, tuvo un hijo y se quedó viuda.
«A mi hijo nunca le he escondido cómo me sentía. Me ha visto llorar y aún y así es un niño bastante risueño», bromea Leach. Ese es el leitmotiv de «¿Qué bigotes me pasa?»: «Sea alegría, tristeza o miedo, sorpresa, calma, asco, enfado o ternura lo que siento, es de lo más natural hacer un poco el animal».
Cuando arrancó el proyecto de escribir un cuento sobre emociones, «pensé en explicarlas desde un punto de vista tangible y práctico». Hoy hay un «boom» de libros que pretenden ayudar a los niños a gestionar emociones. Hasta el punto de que hay librerías que tienen una sección específica sobre el tema. Pero el de Leach huye de simplificar las relaciones humanas, sólo quiere ayudar a identificar las emociones, a entender que se puede convivir con más de un sentimiento a la vez y lo hace con buena literatura, sin moralismos. Se atreve con las rimas y con metáforas. «Las lecturas están para aprender vocabulario», reivindica, «y para disfrutar» . «El personaje es un spray rosa fucsia, sin sexo, al que le salen unos colmillos punzantes cuando se enfada si no le compran cromos o le toca ordenar y no le da la gana, como les pasa a los niños».
A las emociones primarias, alegría, tristeza, miedo y rabia, Leach añadió, calma, sorpresa, ternura y asco, «para poner humor». Porque el humor es una magnífica herramienta para adaptarse a situaciones agradables y desagradables. ¡Qué sería la vida sin humor! El libro tiene una buena historia, arranca con una pregunta, empuja a los niños a pensar y a ponerse en la piel de otro personaje. Ya hay colegios que trabajan con él. Leach no esconde su alegría cuando lo cuenta. «Expresen sus emociones, porque no hacerlo pasa factura».
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