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El desastre del desconfinamiento prematuro en la gripe española de 1918 que ha de servir de lección

En San Francisco se liberaron las medidas de distancia social en noviembre y un mes después la tasa de mortalidad ya era de 30 por cada 1.000 habitantes de la ciudad

Ahora que sólo hablamos de los protocolos de desconfinamiento a seguir a partir de ahora, sería bueno echar la vista atrás y ver qué ocurrió en la última gran pandemia que ha sufrido la humanidad, la gripe española de 1918. Existen numerosos casos documentados de cómo la precipitación en levantar las medidas de contención de la enfermedad llevaron a un rebrote todavía más violento y mortal. El caso paradigmático fue el ocurrido en San Francisco, la ciudad californiana y uno de los centros culturales de Estados Unidos.

Los primeros casos en la ciudad llegaron en otoño del 18, mucho más tarde que las grandes ciudades del este de Estados Unidos, que informaron de casos ya en marzo de ese mismo año. Esto posibilitó que las autoridades estuvieran preparadas y respondieran con rapidez ante la aparición de los primeros casos. Esto incluyó cierre de escuelas, teatros, cines y cualquier espacio que albergase a más de 50 personas. Confinamiento en casa y sólo salir para adquirir productos de primera necesidad. El 25 de octubre de 1918, la Comité de SUpervisión del Orden Público de la ciudad puso por ley la obligatoriedad de llevar mascarillas todo el tiempo en espacios públicos con importantes multas si se incumplía. Aquel mismo día habían muerto 94 personas por la pandemia

¿A alguien les suena todas estas medidas? El índice de casos en esta primera oleada fue el más bajo de todas las grandes ciudades del país y se empezó a hablar del “milagro” de San Francisco. Ya en noviembre de ese mismo año el número de casos era residual y después de seis semanas de encierro total se decidió abrir de nuevo la ciudad. ¿El resultado? Si en la primera oleada hubo un total 2.000 casos registrados y 200 muertes, en la segunda ya fueron 45.000 y más de 3.000 muertes.

Tal y como sucedió este domingo, cuando se permitió salir a pasear a los niños por primera vez en 45 días, la reapertura de la ciudad fue masiva. A pesar de que la intención era que se hiciese escalonada, las ganas de volver a la normalidad fueron demasiado grandes. La gente se amontonaba en los bares celebrando que habían vencido al virus y que pronto todo volvería a la normalidad. Incluso los teatros y espacios de baile volvieron a abrir demostrando que la gente tenía mucha necesidad de celebrar la reapertura.

Cuando se intentó volver a implementar las medidas por el rebrote, la respuesta ciudadana ya no fue la misma. Sentía con vértigo y estrés lo que acababa de vivir y estaba cansada y escéptica ante todos los poderes públicos. Todavía se recomendaba llevar máscara, pero sin ser obligatoria por ley. El 21 de noviembre se acabó con la ley y pocos llevaban mascarillas. Cuando en enero empezó el rebrote y se intentó volver a implementar la medida bajo penas de cárcel, se creó “La liga antimáscaras”, que incluía a algunos médicos y miembros del ayuntamiento. Declaraban la medida anticonstitucional. Lo mismo que ocurre ahora en Estados Unidos y los grupos que protestan en la calle por la obligación de quedarse en sus casas, estos protestaban “porque la medida va contra nuestra libertad”.

El 25 de enero, la liga antimáscaras reunía a 4.500 personas para conseguir apoyos para acabar con la ley que obligaba a que se llevaran máscaras en público. “Rezamos para que la gente se le permita el alibio de librarse de esta condenatoria medida”, aseguraban desde la asociación. La ciudad cedió y volvió a permitir que los ciudadanos pasearan por la ciudad sin protección. En febrero, el número de muertos llegó a los 3.213 y los contagios a más de 45.000

En el verano de 1919, cuando la pandemia se paró, se contabilizó que San Francisco había tenido una tasa de mortalidad de 673 muertos por cada 100.000 personas, una de las peores de todo Estados Unidos. El “milagro” de San Francisco se convirtió en la pesadilla. La carrera por el desconfinamiento, según nos cuenta la historia, tiene que ser obligatoriamente lenta, o las repercusiones de decisiones precipitadas podrían ser fatales.