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El proyecto que salvó la vida a cientos de escritores durante la Gran Depresión

Saul Bellow, John Cheever, Jim Thompson o Ralph Ellison, entre otros, se beneficiaron de una línea de publicaciones subvencionada por el Gobierno para dar trabajo a sus autores

Escritores protestando cuando a partir de 1939 se bajó el presupuesto del programa de ayuda a los escritores
Escritores protestando cuando a partir de 1939 se bajó el presupuesto del programa de ayuda a los escritoresLa RazónArchivo

La cultura vive con angustia unos días en que la parálisis de su actividad es prácticamente absoluta y su única posibilidad es ofrecer contenidos gratuitos por la web. El ministerio de Cultura comenzó la crisis asegurando que no habría presupuestos directos para reactivar el sector, ante la sorpresa y la incredulidad generalizadas. Esta semana, sin embargo, el Gobierno rectificó y anunció un paquete de ayudas por valor de 76 millones de euros. Sin embargo, no parece que haya un proyecto claro detrás.

No siempre fue así. Durante la Gran Depresión americana, la mayor crisis económica de la historia, el presidente estadounidense, Franklin D. Roosvelt, puso en marcha el New Deal, programa intervencionista para reactivar el empleo y la economía y así ayudar a los sectores más vulnerables de la sociedad. Paralelamente, Roosvelt activó otros planes similares de ayuda, quizá no tan conocidos, pero sí igual de efectivos. Entre ellos destaca el Federals Writers Project, programa que ayudó a miles de escritores a poder seguir escribiendo y encontrar un mínimo aliento en una época tan oscura.

El 27 de julio de 1935 se iniciaba un programa que consistía en crear toda una serie de publicaciones que documentasen la vida y el territorio de los 48 diferentes estados, además de Alaska y Puerto Rico. De esta forma, se crearon desde guías turísticas a recolección de testimonios de la gente del territorio o compilaciones de folclore e historias orales. Durante los ocho años que duró el proyecto, el FWD dio trabajo a miles de escritores que no sólo conseguían un sueldo con el que asegurarse un plan de vida, sino que les obligaba a buscar historias y entrar en contacto con gente que nunca hubiesen conocido de otra forma.

El resultado no fue simplemente trabajos alimenticios, sino una literatura capaz de trascender su enfoque local para tocar al mundo entero. Por ejemplo, una de sus publicaciones más rememoradas fue la “Colección de relatos de esclavitud”, del folclorista Benjamin a. Botkin, que después usaría el reciente premio Pulitzer Colson Whitehead para escribir su novela “El tren subterráneo”.

Se calcula que el programa dio trabajo a 10.000 personas. Entre los grandes escritores que se beneficiaron del proyecto están premios Nobel como Saul Bellow, totems de la novela negra como Jim Thmpson o genios del relato corto como John Cheever. Escritores como Ralph Ellison, autor de “El hombre invisible”, realizaron relatos en primera persona de su experiencias en diferentes comunidades. Otros trabajadores que se veneficiaron del proyecto fueron Nelson Algren, Richard Wright, Frank Yerby o Zora Neale HUdson, cuyos trabajos se publicaron postumamente.

La repercusión de estos textos es incuestionable. John Steinbeck aseguró que estas guías “son el recuento más exhaustivo y emotivo que los Estados Unidos ha reunido nunca". Por su parte, Thomas Pynchon afirmó que estas publicaciones “crea lecturas placenteras e instructivas. De hecho, hay partes tan buenas en la guía de Berkshires, tan llenas de detalles y emociones profundas que hasta yo me he avergonzado copiándolas en más de una ocasión”. El proyecto también incluyó al teatro con el Federal Theatre Project que dio pie al musical “Cradle will rock”.

¿Podría el gobierno encontrar ahora soluciones similares para asegurar trabajo a los escritores y demás protagonistas del sector cultural? Buscar soluciones a los problemas es lo mínimo que se puede pedir a nuestros gobernantes.