Cataluña
Diario de cuarentena con niños: Día 56
El niño ha corrido tanto que ha ganado la carrera y le han dado de premio seis puntos de sutura
Los accidentes son curiosos, porque siempre crees que los podrías haber evitado. Te caes, te haces un daño horrible, y empiezas a pensar.... “¿y si...?” Esta idea de que podemos controlar absolutamente todo los elementos es fascinante. ¿Podemos? Claro que sí y claro que no. Claro que sí porque en teoría es posible. Claro que no porque en la práctica nadie lo ha conseguido todavía.
Lo que he aprendido con mi experiencia con niños es que tres de cada diez veces que empiezan a correr acaban por los suelos. Es una media bastante estable. A veces se lo dices, te vas a caer, porque puedes prever lo que va a pasar, y entonces se caen y tu dices “¡lo ves!” Los niños creen que eres alguien mágico que ve el futuro, pero lo único que has visto una y otra vez es el pasado, o sea mucha gente caerse antes. Aún así, Pablo y Camila creen que puedo ver el futuro. Lo que pasa es que no les importa en absoluto, siguen sin hacerme ni caso.
A veces me siento como uno de esos epidemiólogos que avisaron hace años de lo que podía pasar con el brote de un virus nuevo. ¡Lo ves!, gritan ahora. Ahora nos sentimos tontos por no haberles escuchado, pero seguiremos sin hacerles ni caso cuando todo esto pase. Somos niños. La trágica Casandra no sufría ninguna maldición. El mito griego que podía ver el futuro, pero estaba condenada a que nadie la creyese es la imagen más fiel de un padre o una madre.
Así que no podemos controlar nada, ni siquiera lo que sabemos que va a suceder. Así que cuando el niño ha corrido como un loco, se ha tropezado y se ha caído sobre un baúl de madera, no he dicho ¡lo ves! Pablo ha empezado a llorar y él no llora nunca, así que esa era la señal de que algo fuera de lo normal había ocurrido. Hemos ido a verle, asustados, y cuando ha levantado la cara, hemos visto una brecha enorme sobre la ceja derecha que no paraba de sangrar.
El niño estaba muy asustado, su madre estaba muy asustado, su hermana estaba muy asustado, y yo estaba muy asustado, pero se me da de fábula disimularlo, así que he intentado tranquilizar primero al niño, después a la madre y por último a la hermana. Y he fracasado con los tres, porque quizá no se me da tan bien disimular. “¡Donde está el iodo!”, ha gritado Carmen y yo le he dado el alcohol. “¡Es que quieres matarle!”, ha exclamado y por suerte el iodo estaba al lado y no he matado a nadie.
Al final, tenía un agujero profundo sobre la ceja y un poco más abajo la brecha, con lo que el dibujo de lo que ha pasado lo tenía muy bien descrito en la cara. Su madre lo ha llevado al hospital y le han puesto seis puntos de sutura. Yo me he quedado en casa con Camila. “¿Te has asustado mucho?”, le he preguntado intentando que me contase cualquier sentimiento que la experiencia le haya provocado. No quería hablar, pobre.
Unas tres horas después han vuelto. El niño estaba bien, y su madre le ha comprado un peluche, así que estaba contento. Este pobre niño al final va tantas veces al hospital que está lleno de regalos. “Si te caes y te portas tan bien como yo cuando te cosan, te comprarán otro Camila”, dice y yo estoy tranquilo, porque sé que la niña no es de esas que se rompería una ceja sólo para que le comprasen un regalo. O al menos eso espero.
El día ha acabado sin más incidentes, salvo que el niño sólo puede dormir por el lado que no tiene la herida. El accidente ha ocurrido porque Pablo le había dicho a su hermana “a ver quien llega primero a comer” y habían iniciado una carrera. Camila iba en cabeza, pero a Pablo no le gusta nada perder y ha ido a por todas. Si lo hubiese visto, habría visto en seguida lo que iba a suceder. No, no se puede ver el futuro, sólo asustarse porque siempre pasa lo mismo una y otra vez y es imposible evitarlo.
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