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La hija de un conductor de autobús que fue la primera en ver un coronavirus

La viróloga June Almeida consiguió ver en 1966 un nuevo y misterioso patógeno con un microscópico electrónico, que después utilizaría para identificar la rubéola, la Hepatitis B y el VIH

June Almeida, la viróloga que vio por primera vez un coronavirus en humanos
June Almeida, la viróloga que vio por primera vez un coronavirus en humanosLa RazónArchivo

No era más que una niña, pero estaba determinada a dejar su marca en el mundo. Con apenas 16 años, June Daziel Hart entró en el departamento de histología (parte de la biología que estudia los tejidos orgánicos) del hospital de Glasgow y empezó a ayudar a todos aquellos médicos que se pasaban la vida bajo el microscopio intentado entender cómo funcionaban los agentes patógenos. No tenía dinero para la universidad. No tuvo las mismas oportunidades que todos aquellos hombres, pero sí la voluntad firme de ser médico y salvar vidas con sus investigaciones. El 1964 completó este increíble trayecto al convertirse en la primera persona que conseguía identificar un coronavirus.

June Almeida nacía el 5 de octubre de 1930 a las afueras de Glasgow, en un barrio pobre y deprimido que parecía pre establecer de antemano la vida de todos aquellos que nacían allí. Su padre era conductor de autobús y su madre, estricta y distante, cuidaba de ella y sus hermanos. June no tardó en destacar en la escuela, pero su imposibilidad de poder acceder a estudios superiores la llevó a dejar la escuela y empezar a trabajar en el hospital de Glasgow. Su trabajo allí fue tan bueno que dos años después ya se mudaba a Londres para trabajar en el Hospital Saint Bartholomew.

En 1954 se casaba con un artista venezolano, Enrique Rosario Almeida, con el que se trasladó a Canadá decepcionada por las pocas posibilidades de ascender y conseguir respetabilidad en su profesión sin estudios formales. En Ontario consiguió un puesto como electromicroscopista en el Ontario Cancer Institute y su determinación, paciencia y análisis profundo de los detalles la convirtieron en la mejor en su trabajo. Esto le permitió regresar a Londres en 1963, en el St Thomas’s Hospital Medical School, el mismo hospital donde salvaron la vida a Boris Johnson por coronavirus hace unas semanas.

En el hospital empezó a participar en un ensayo centrado en un virus conocido como B814 relacionado con los resfriados comunes. El proyecto había determinado que algo extraño había en ese virus y estaba determinado a descubrir exactamente qué. El ensayo estaba enfocado a infectar a ciertos pacientes con el virus y ver cómo se desarrollaba en sus células.

Las investigaciones demostraron que el virus estaba recubierto por lípidos, lo que ya determinaba una diferencia clave con el virus de la gripe común, pero hacía falta una imagen nítida del patógeno para poder determinar exactamente que era y poder avanzar en la investigación. Los especialistas mandaron muestras al laboratorio de Almeida para que intentase descubrir qué escondía aquel virus, y lo cotejaron con muestras de gripe y herpes. “Ella aseguraba que podía encontrar partículas de virus con sus mejoradas técnicas de obtención de imágenes, así que lo intentamos, no sin mucho optimismo”, escribíría David Tyrell, el médico que lideraba aquel proyecto, en el libro “Cold wars: The fight against the common cold”, donde documenta aquel vital descubrimiento.

En 1966 Almeida entregó a los doctores las imágenes nítidas y reveladoras del nuevo virus, además de las muestras del herpes y la gripe. La diferencia era visible al segundo. El B814 parecía rodeado por un halo de espinas y la reacción general de los científicos que la vieron era la misma, parecía una corona. El coronavirus acababa de nacer.

Sus procedimientos para detectar el virus son los mismos que determinaron a los médicos de Wuhan que el nuevo patógeno era de la familia de los coronavirus. Sus técnicas también sirvieron para capturar mejor la imagen del VIH, el virus del sida, para capturar la rubeola y para identificar la hepatitis B. Falleció en 2007 en la pequeña localidad inglesa de Bexhill, sin el reconocimiento que merecía. “Nunca pudo dejar la electromicrobiología”, aseguraría su hija, Joyce Almeida.