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Desconfinamiento por fases: ¿Se nos acaba la paciencia?

Un estudio demuestra que la impaciencia crece cuando no se asocia el tiempo de espera con la gratificación anunciada, lo que reduce de forma drástica los niveles de serotonina

Serie "Bendita paciencia" de HBO España
Serie "Bendita paciencia" de HBO Españalarazon

Antes de que el mundo se acabase y volviese a empezar, antes de que nadie supiese qué significaba pandemia y creía que confinarse era lo que hacía el conde Drácula para dormir por las mañanas, McDonalds descubrió un término llamado “el efecto paciencia”. Intentó ofrecer un producto de mayor calidad, una hamburguesa de carne de ternera fresca, que no eran esas palmas marrones precocinadas y puestas en el micro hondas, sino carne como podrías consumir en cualquier restaurante fuera del rango de comida rápida. La novedad no les salió bien.

Hicieron una prueba piloto en un Mac auto. Los clientes empezaron a pedir el nuevo producto, pero el nuevo régimen de espera empezó a ponerles nerviosos. Estaban habituados a que les trajesen la comida inmediatamente, y aquella espera les parecía innecesaria y, por tanto, negativa y violenta. Se sentían, en cierto modo, humillados. Y no es que te hicieran esperar mucho más que la hamburguesa normal, el nuevo producto sólo necesitaba un minuto más de cocción, pero eso ya era suficiente para que vieran cómo estos primeros clientes rechazaban el producto.

A la segunda ronda de clientes que pidieron el nuevo servicio, si les explicaron que el tiempo de espera sería un poco superior, y la sensación de recompensa se despertó en ellos. La paciencia creció al creer que ese tiempo de espera era como una bonificación por una promesa de mayor bienestar. A estas personas les hicieron esperar tres minutos y ninguno se quejó.

Ahora que estamos bailando entre fases, el “efecto paciencia” se está volcando y la sensación de frustración, engaño, humillación e irritabilidad está creciendo en poblaciones en que la prometida “fase 1” se les está negando. Es como si fuéramos esos nerviosos conductores esperando su hamburguesa que por algún motivo no acaba de llegar. La promesa de gratificación siempre es demasiado grande para revertirla. Quien tiene niños pequeños lo sabe. Si les prometes algo que luego no les concederás, su ira será la de Jesús en el templo.

Los científicos han identificado cómo nuestra capacidad de paciencia está basada en estímulos de anticipación. En un ensayo reciente realizado en ratones, descubrieron que el cerebro segrega altos niveles de serotonina si se cumplen nuestras expectativas de gratificación. Así, empezaron a darles comida abundante y sabrosa y la espaciaron cada vez más. Como el ratón sabía que tarde o temprano aquel manjar volvería a aparecer, estaba tranquilo y se mostraba sin ansiedad alguna.

Los resultados demostraron que los ratones necesitaban una certeza mínima del 75 por ciento de que iban a recibir la comida para que los niveles de serotonina fuesen altos y relajasen la ansiedad. Trasladado al ser humano, se demostró que la capacidad de generar expectativas de fácil cumplimiento aumenta la paciencia, pero si se desequilibria alguno de estos valores, es decir, el de espera y el de gratificación, entonces el carácter se oscurece y llega la impaciencia.

“Se paciente y duro. Algún día este dolor será valioso”, decía Ovidio, y es una filosofía estoica maravillosa para plantarse ante la frustración que genera actualmente no pasar de fase de desconfinamiento y pensar que vives en una especie de limbo sin dirección clara. “Primero te ignoran. Después de ríen de ti. Después luchan. Y al final ganas”, asegura Gandhi, pero bien podría haberlo dicho el mismísimo coronavirus. Primero lo ignoramos, luego nos burlamos y dijimos que no era importante. Luego fue importante y nos asustamos, y por último ganó y nos cambió la vida para siempre.

La paciencia, está claro, es la virtud quien sabe esperar, postergando la necesidad de gratificación y aceptando el sufrimiento que generará esta espera. La impaciencia, por tanto, puede tener connotaciones muy negativas y provocarla innecesariamente, como parece que está haciendo este Gobierno, es peligroso. Lo malo de la impaciencia es la precipitación que provoca para alcanzar esa ansiada gratificación. A pesar de las ocho semanas de confinamiento, todavía conservamos el mapa de conexiones neuronales que esperan estímulos de gratificación rápida de nuestras esperanzas adquiridas.

La cultura del “click” y la gratificación virtual ha llevado a lo que se llama “impaciencia cognitiva”, proceso que nos ha convertido de por sí en más ansiosos e impacientes. La comunicación al principio del confinamiento era clara. Hay que quedarse en casa o la gente muere. No había ambigüedad en el mensaje. Ahora nadie entiende el mensaje y ya la sensación de incredulidad crece. Como explica hoy este diario, está empezando a aparecer “la fatiga social”, o la incapacidad de cumplir todas las normas de distanciamiento social al ya no tener un mensaje asociado claro e incuestionable.

La impaciencia es generadora de estrés y el estrés es uno de esos enemigos ocultos de la era contemporánea que erosionan poco a poco la salud y el bienestar. Es importante, por tanto, no precipitarse en la necesitad de gratificación e interiorizar que las fases no están asociadas a fecha alguna, como sí anunció el Gobierno, o nuestros niveles de serotonina estarán tan bajos que nos volveremos irritables e imprudentes. Tenemos el ejemplo del precipitado desconfinamiento de San Francisco durante la época de la gripe española, donde un confinamiento ejemplar, que salvó innumerables vidas, se convirtió en una pesadilla que triplicó las muertes. “La naturaleza no se da prisa, pero lo consigue todo”, decía Lao Tse. Hagámosle caso.

Paciencia y salud

Tenemos poca tolerancia al 'sufrimiento' de la espera pero, lo peor de todo, es que esta nueva manera de vivir tan relacionada con la cultura digital, se ha ido instalando en nosotros de manera silenciosa…tan silenciosa que muchos somos ciegos a ella.

A pesar de esta ceguera generalizada, la crisis del coronavirus ha vuelto a poner sobre la mesa lo valioso, importante y lo útil que es cultivar la paciencia para nuestro bienestar personal y social. La impaciencia genera ansiedad, la ansiedad es una de las principales causas de estrés, el estrés es uno de los mayores males de nuestro tiempo y la causa de múltiples enfermedades.

Por tanto, la paciencia no es solo una virtud que enriquece el alma: cultivarla también nos ayuda a tener mejor salud.

Cómo escapar de la cultura de la impaciencia

Si el mundo va tan acelerado y parece existir una norma tácita que nos dice que si no seguimos el ritmo nos quedaremos atrás; ¿cómo podemos hacer para salir de ese patrón inconsciente de impaciencia y cultivar la paciencia sin perder comba en este mundo acelerado?, ¿es compatible una cosa con la otra?

Aprender a generar espacios de calma y tranquilidad en los que cultivar la paciencia en medio del caos de un mundo acelerado, es lo que llevan décadas haciendo muchas culturas orientales. Por más excusas que nos queramos poner, sí se puede cultivar la paciencia en una capital europea en pleno siglo XXI. No hace falta escapar a ningún lugar silencioso y remoto…de hecho el verdadero desafío es aprender a hacerlo en medio de la cultura del click.

Mis dos propuestas para conseguirlo encajan bien en nuestra cultura occidental porque tienen que ver con la reflexión y el entrenamiento físico.

La reflexión: una necesidad para empezar a cultivar la paciencia

Debemos dedicar tiempo a la reflexión para poder detectar en qué ámbitos de la vida somos más impacientes, en qué situaciones sentimos más esa necesidad de obtener resultados inmediatamente. Este trabajo de reflexión consiste en prestar atención a nuestra propia vida y darnos cuenta de cómo esa ansiedad por tener resultados inmediatos nos puede llevar a veces a tomar decisiones precipitadas.