Cataluña

Dalí, Woody Allen y el misterio de la urna de cenizas

La última morada de una millonaria se expone en el museo del pintor en Figueres

"El cáliz de la vida" de Salvador Dalí
"El cáliz de la vida" de Salvador DalíFundació Gala-Salvador Dalí

En el Renacimiento, los grandes mecenas como los Medici contrataban a los mejores artistas para encargarles sus mausoleos. Por ejemplo, Miguel Ángel fue el responsable de esculpir con su personal estilo la tumba de Juliano de Medici, duque de Nemours, en Florencia. Siguiendo esta tradición, hubo en el siglo pasado quien consideró que uno de los principales nombres de la vanguardia artística, Salvador Dalí, no solo era un renovador del arte funerario, sino el creador más idóneos para dar forma al lugar donde reposar eternamente. Y así comienza la historia de una curiosa urna para cenizas que sorprendió al mismísimo Woody Allen.

En su recientemente publicada autobiografía “A propósito de nada” (Alianza Editorial), el cineasta narra cómo organizó una gran fiesta de Nochevieja donde contó con la ayuda de la productora Jean Doumanian y el realizador Joel Schumacher como cómplices. Allen necesitaba un lugar que fuera espectacular y con el que poder sorprender a todo Nueva York. Y para ello se les ocurrió alquilar uno de los lugares más imponentes de la ciudad de los rascacielos: la llamada Casa Harkness, la mansión que había sido propiedad de Rebecca Harkness y que en aquel momento había pasado a ser una escuela de danza. La que fue mecenas de las artes había muerto y, por si había alguna duda de ello, en la entrada al edificio un extraño objeto, extraño por el lugar en el que se exhibía, lo recordaba. “Había una urna con las cenizas de Rebecca Harkness, diseñada por Salvador Dalí, con mariposas mecánicas que revoloteaban a su alrededor y todo”, escribe Woody Allen. ¿Era verdaderamente así o es una invención fruto de la imaginación del autor de “Annie Hall”?

En realidad, ella se llamaba Rebekah West Harkness, también conocida como Betty Harkness. Fue una millonaria estadounidense que invirtió su dinero en proteger a las artes, especialmente a la danza. Su boda en 1947 con William Hale "Bill" Harkness, un abogado que había heredado la fortuna Standard Oil de William L. Harkness, hizo de ella una de las mujeres más ricas de Estados Unidos. A su muerte, ocurrida en 1982, se calculó que dejó una fortuna valorada en unos 500 millones de dólares a la que había que sumar una importante colección de obras de arte. En su ático en el Carlyle de Nueva York, en la sala de estar, colgaba el retrato que había encargado unas décadas antes a Salvador Dalí. Al pintor de Figueres, poco amigo a que le dieran instrucciones a la hora de crear, le encantó la petición que le hizo Harkness para ese cuadro: la mejor manera de representarla era como un pájaro dentro de una jaula dorada.

Harkness y Dalí debieron conocerse a mediados de los años 60 en Nueva York, uno de los centros de operaciones del pintor ampurdanés fuera de su taller de Port Lligat. Es probable que fuera en el Hotel St. Regis, donde el artista recibía a sus invitados y a aquellos que querían conocerlo, donde se vieran por primera vez, aunque hay muy poca información sobre el hecho. Lo que sí es seguro es que la primera obra de Dalí que compró la filántropa no fue un cuadro sino una pieza de orfebrería llamada “El cáliz de la vida”.

Dicha obra, ideada por Dalí, fue creada por el empresario Carlos Alemany, responsable de materializar los proyectos del surrealista en el campo de las joyas, contando además con la financiación de un rico chileno llamado Arturo López-Wilshaw. En esta ocasión, Dalí partía por un lado de las piezas en las que se mostraban las reliquias de Santa Teresa de Jesús, pero también del estudio de la perspectiva de un cáliz de Paulo Uccello. Dalí tomó como referencia las proporciones ideadas por Uccello, pero cargando la copa de metales preciosos, como oro amarillo de 18 kilates, diferentes tipos de diamantes, rubíes naturales, zafiros, esmeraldas y lapislázuli. A todo ello, añadió un mecanismo a motor con reductor que actúa moviendo las alas de las mariposas que están fijadas en el cáliz.

A Rebekah Harkness le fascinó la obra, tanto que tuvo claro de inmediato de que esta sería la urna en la que podrían estar sus cenizas. No lo dudó y en 1964 pagó 250.000 dólares por ella. No quiso ocultar su adquisición y le pidió a su jefa de prensa que se pusiera en contacto con la revista “Life” para poder presentar en sus páginas el cáliz daliniano. Su fascinación por el artista catalán no se quedó aquí: Harkness siguió comprando obras de Dalí, especialmente joyas, como un broche con forma de estrella de mar con el que posó en la revista “Vogue”.

La millonaria trabajó con Dalí en varios proyectos, no solo en Estados Unidos. En 1966 ambos dieron una rueda de prensa en el Hotel Ritz de Barcelona en la que se quiso anunciar un ballet que, financiado por Harkness y con el apoyo de su compañía de danza, tenía como inspiración el Park Güell de Gaudí, además de vestuario de Paco Rabanne. Nunca se materializó. Lo que sí se llevó a cabo fue el diseño de Dalí para la portada del disco de Harkness “Barcelona Suite & Gift Of The Magi”.

La primera disposición en el testamento de la filántropa fue que “El cáliz de la vida” pasara a ser la urna con sus cenizas. Sus pinturas dalinianas irían para sus hijos mientras que el broche con la estrella de mar se donaba a la Casa Blanca para que pudiera lucirlo la Primera Dama. Rebekah Harkness murió el 17 de junio de 1982. Durante algún tiempo “El cáliz de la vida”, conteniendo sus cenizas, era el objeto que daba la bienvenida a los que entraban en la Harkness House. Por esto, Woody Allen lo contempló sorprendido durante la fiesta de Nochevieja. Pero la escuela de danza no estaba llamada a ser el lugar definitivo de la urna, que acabó siendo subastada y, por tanto, los restos de la millonaria fueron depositados, ya sin diseño de Dalí, en el mausoleo de su familia en el cementerio Woodlawn de Nueva York. El cáliz puede verse en la actualidad en el espacio dedicado a las joyas del Museu Dalí de Figueres. No hay dudas de que esta rocambolesca historia le hubiera encantado al surrealista Dalí, sobre todo por su giro final.