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Cuando Mercè Rodoreda no quiso ser una dama de las camelias

Club Editor publicará en febrero una nueva edición del libro con el epistolario conservado de la autora de «La plaça del diamant» con su amiga Anna Murià

Mercè Rodoreda
Mercè RodoredaFundació Mercè Rodoreda

El próximo día 7 de febrero, Club Editor recupera «Cartes a l’Anna Murià (1939-1956)», uno de los libros que mejor permiten conocer a Mercè Rodoreda en la intimidad. Todo ello gracias al epistolario que la autora de «La plaça del diamant» mantuvo con Anna Murià y que se publicó por primera vez en 1985. En esta nueva edición, bajo el cuidado de Blanca Llum Vidal y Maria Bohigas, se aportan nuevos materiales sobre un libro que permanecía injustamente agotado y que nos permite conocer mucho mejor tanto a Rodoreda como a Murià.

Este epistolario sigue resultando imprescindible para conocer de primera mano cómo fue el exilio para la intelectualidad catalana. Son los años de la Segunda Guerra Mundial y de la posterior posguerra, con una Europa hundida y con la imposibilidad de regresar a Cataluña por culpa del yugo franquista. Todo esto aparece en estas cartas de gran importancia tanto literaria como biográfica. Pero no se trata de una reedición propiamente dicha porque las responsables de este volumen han incorporado nuevos materiales, como es el caso de dos cartas inéditas de Anna Murià, del 1 de julio de 1949 y del 3 de diciembre de 1956. Ambas, junto con una del 30 de mayo de 1940, son las únicas que se han conservado en esta dirección porque nunca llegaron a su destinataria, a Mercè Rodoreda. Igualmente se reproduce una conversación mantenida en 1985 por Isabel Segura y Mari Chordà con Murià, así como un texto inédito de Margarida Puig, nuera de Mercè Rodoreda.

Que la narradora confiaba plenamente en su amiga lo atestiguan estas cartas. Un buen ejemplo de ello es la misiva del 5 de abril de 1940 donde la autora de «Mirall trencat» confiesa que «estimada Anna, m’has fet molta falta i encara me’n faràs més». Veía, por tanto, en Murià a alguien como ella o parecida a ella. Rodoreda encontró en Murià a la persona con la que podía hablar de las miseria del exilio y de vivir en un país herido por la guerra, pero también sobre su relación con Armand Obiols, el gran amor de su vida. También tenemos la oportunidad de adentrarnos en el taller literario de la escritora, como cuando el 3 de mayo de 1940 apunta que «escric amb la finestra de bat a bat i damunt la taula tinc un enorme pom de lilàs que de tan perfumats, maregen. Totes les pomeres són blanques i tots els arbres són verds. Hi ha una invasió de muguet. C’est le beau temps». En la misma carta señala toda una declaración de principios sobre cómo plantea su vida y la obra que vendrá a continuación: «Qui no és feliç és perquè no vol i ja estic cansada de fer de dama de les camèlies. A treballar, a escriure, a veure si faig alguna cosa que el día de demà pesi en el meu país, a prendre la felicitat que em donin u a pensar en la mare i en el fill que de debò m’estimen».

Cuento o novela

Las preocupaciones e intereses literarios de la autora de «Aloma» también los encontramos en estas páginas, con juicios realmente interesantes. Es el caso de su aproximación a los géneros literarios, ese momento en el que Rodoreda está investigando sobre el camino que debe tomar su carrera. Nos encontramos en julio de 1946 cuando, desde Burdeos, escribe a la fiel Anna Murià en la carta que «no, no faig ni faré novel·la per ara. No tinc temps. Un conte es pot escriure relativament de pressa. Le temps d’un sein nu entre deux chemises. La novel·la és massa absorbent. A més, he descobert que el conte és un gran gènere. Penso fer-ne cinquanta. Ja sóc gairebé a la meitat».

¿Y qué respondía Anna Murià a su querida amiga? Las tres cartas conservadas son un verdadero milagro, aunque desgraciadamente nunca llegaron a mano de su destinataria. Gracias a ellas podemos saber, por ejemplo, que si Murià y Rodoreda decidieron quedarse en Europa en vez de América. ¿El motivo? A las dos, tal y como señalan en el epistolario, no les gustaba el color de la piel de los habitantes de aquel lejano continente. Así lo expone Anna Murià: «És clar que existeix la felicitat! Jo bé l’he trobada. M’ha costat, però, i encara em sembla un somni. Que he fet un nyap, dius, de venir! És l’únic veritable encert de la meva vida. París és molt bonic, sí... ja el tinc. El conec, l’he viscut, el veig en el record, el tinc, doncs. Però totes les meravelles del món no valen la meravella de l’amor reeixit. Prou ho saben els que ploren perquè no els reïx... ¿Oi que em dónes la raó? ¿Oi que comprens el “què hi foto entre els negres”? Ni hem renyit, ni renyirem. Cada dia estem més units. Sí, que té mal geniot, aquest home; sobretot el treu de polleguera el meu costum de fer tard a tot arreu; però el dia que crida, em revenjo l’endemà tornant a fer tard».

A este respecto, una mención aparte la merece la conversación que Isabel Segura y Mari Chordà mantuvieron con Anna Murià y que es uno de los complementos valiosos a esta edición. Las dos realizaron una entrevista en la que trataron de atar los cabos sueltos que podían quedar tras la lectura de las cartas. Murià no rechaza incluso entrar en el plano más personal. A este respecto, la escritora reconoce que a su amiga no tenía ningún sentimiento de maternidad: «No li havia fet il·lusió el naixement del fill, més aviat li havia fet nosa».