Opinión
¿A quién vacunamos, Greta?
Siempre he dicho que los italianos son los reyes del marketing, unos auténticos fenómenos. Unos tíos que han sido capaces de convertir en maravilla arquitectónica, reclamo turístico universal y patrimonio de la humanidad una torre que, mientras se construía, cualquiera podía ver que no estaba recta, merecen toda mi admiración. En cualquier otro país, al arquitecto lo habrían despeñado por el barranco más cercano; pero los italianos, astutos como nadie, vieron ahí un filón y decidieron vender la moto al mundo. Y vaya si lo lograron.
Hace unos días se publicaron unas declaraciones de Greta Thunberg, la archiconocida activista medioambiental, en las que abogaba por la preferencia en la vacunación de las personas de mayor riesgo de países pobres frente a los jóvenes sanos de países ricos. Razonable, parece. Mi ahijada, que es muy lista e inteligente, y que, además, en el colegio saca unas notas estupendas, opina igual que Greta; y es que la postura destila humanidad, solidaridad e incluso una buena dosis de sentido común.
Lo cierto es que Begoña –que así se llama mi apadrinada–, en las reuniones familiares, a menudo nos sorprende con sus ocurrencias y opiniones. Claro que no les damos mayor trascendencia que la que corresponde a una espabilada y estudiosa jovencita de catorce años. Desde luego, no les atribuimos una autoridad especial, propia de las personas avezadas en los campos que sean. De hecho, solemos atender más a las argumentaciones, coincidentes con la suya o no, que puedan ofrecer otros presentes más experimentados. Porque la experiencia, sabia consejera, no te la da una inteligencia superior ni un conocimiento extraordinario, sino sólo el ir pasando las hojas del calendario.
Con Greta es otra cosa. Cuando habla, sea de vacunas, sea de la ciencia que sea, parece que el mundo se detenga. Pero no hay que olvidar que sólo cuenta dieciocho añitos. Su popularidad se propagó vertiginosamente hace tres por todo el planeta. Bueno, mejor, por los países en los que un producto así le encajaba a los medios.
A mí, como símbolo, vale; pero de ahí a esperar a que abra la boca para desorbitar la autoridad de su opinión en cualquier materia, va un trecho. Algunos se tragan hasta la autoría de sus discursos. Otros sospechamos más del circo que tiene montado a su alrededor. Un equipo que la sabe llevar, explotar y, sobre todo, vender. Para mí, que lo dirige un italiano…
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