Opinión

Positivismo y realidad

Conferencia universitaria
Conferencia universitariaPatricia GalianaEuropa Press

Existe una corriente que pretende presentarnos la vida como un cosmos gobernado por la felicidad más exagerada: hay que vivir con ilusión, con alegría, con optimismo y con entusiasmo porque la vida es fascinante, maravillosa, estupenda y fenomenal. Todo es formidable, todo es genial y, por lo tanto, todos debemos sonreír constantemente y adoptar una actitud superpositiva ante la vida.

El mensaje, claro y sencillo, resulta fácil de transmitir. Empleando las palabras adecuadas y con un público ávido de escuchar un relato tan agradecido, todo es miel sobre hojuelas. El boom del positivismo desmesurado se entiende entonces perfectamente, así como la proliferación de autores y conferenciantes que, con discursos similares, llevan en volandas a sus audiencias hacia una Arcadia en la que todo resulta maravilloso y la desdicha parece no tener cabida. Pero claro, la gente no es tonta y sabe que esto es irreal. El discurso motivacional vacío de contenido funciona un tiempo, hasta que se descubre su vacuidad. Entonces, lejos de calar, termina cansando y provoca hasta rechazo.

Yo intento desmarcarme todo lo que puedo de esta corriente. Sostengo un mensaje positivo y optimista, sí, pero aceptando siempre que la vida no es un camino de rosas sino, muchas veces, todo lo contrario. Por mucho que nuestra realidad, nuestro micromundo, sea mayoritariamente envidiable, por mucho que nuestras vidas sean seguramente privilegiadas, los problemas y las dificultades no dejan de acompañarnos, menoscabando, en los peores momentos, nuestras preciadas reservas anímicas. La felicidad es una meta porque todos la perseguimos; pero ello no significa que todos vayamos a alcanzarla en igual medida, pues dependerá, en cada caso, de condicionantes diversos.

A veces oyes conferencias y parece que tengas que salir de ellas dando saltos de alegría y abrazando a todo el mundo, porque nos han convencido de que somos geniales y valemos mucho. Pero eso dura hasta que te levantas a la mañana siguiente y retomas tu rutina, con tus ganas de vivir la vida, por supuesto, pero también con la realidad que te acompaña, que no se habrá desvanecido como por arte de magia. Por eso, por la calle no vamos dando saltos, sino andando; por eso reímos y disfrutamos, igual que sufrimos y lloramos.

A mí, este «maravillosismo» me espanta, huyo de él. De una conferencia mía nadie saldrá dando saltos. Puede que sí concienciado de lo que tenemos delante y de que desaprovecharlo sería un pecado. Seguro también que invitado a disfrutar de la vida al máximo; pero aceptando siempre lo que hay y con los pies en el suelo. Porque idiotas, tampoco somos.