Opinión

Ministro supermoderno

El ministro de Consumo, Alberto Garzón, se dirige al público asistente después de firmar el convenio para la Junta Arbitral de Consumo con el consejero de Salud y Familias, Jesús Aguirre
El ministro de Consumo, Alberto Garzón, se dirige al público asistente después de firmar el convenio para la Junta Arbitral de Consumo con el consejero de Salud y Familias, Jesús AguirreÁlex ZeaEuropa Press

Garzón ha sobrevivido a la criba de Sánchez, y me alegro por él. Como tiendo siempre a ponerme del lado de los desfavorecidos, cuando veo que lo tildan de tarugo, de bobo o, directamente, de subnormal, lo encuentro cruel, un abuso frente a alguien limitado, con capacidades diferentes.

Además, él no tiene toda la culpa de estar donde está, sino que, sencillamente, tuvo la chamba de hallarse en el lugar adecuado en el momento oportuno. Albertito jamás habría soñado llegar a ministro; pero hete aquí que un día Pablo Iglesias necesitó a los votantes de IU, y los acopló hábilmente a su propia formación, conservando él, claro, el liderazgo supremo. A Garzón lo colocó en la trastienda, permitiéndole asomar la nariz de vez en cuando, pero siempre desde un discreto segundo plano. Luego, con el pacto de gobierno, Pablo tenía que comerse aquello de las cuotas acordadas y, así, a Garzón le cayó un ministerio que le va tan grande como a la reina Letizia un vestido de Falete.

Por su insensatez y para prevenir el arrojo del niño que se sabe ministro, a Albertito le atan corto y le dejan hablar poco, lo justo. Pero, en ocasiones, su propio equipo también puede errar el tiro. Porque lo de la carne, a él no se le ocurre… Se lo proponen y, en todo caso, da el OK. «Que vas a quedar superecologista y supermoderno, ya verás, ministro».

Normalmente, yo habría hecho nulo caso a su nueva ocurrencia; pero es que esta vez me pilló con el paso cambiado, pues me soltó la desafortunada simpleza cuando justo me estaba relamiendo, esperando un encargo de un pueblecito de Navarra, con unos chuletones que no se los salta un galgo; y a mí, ilusión tan suculenta y esperada no me la fastidia ningún tonto a las tres, pretendiendo hacerme sentir culpable.

Aparte, mira que hay que ser memo para meterse en un berenjenal así habiendo servido en tu propia boda, precisamente, solomillos y carpaccio de ternera a tutiplén. ¡Que te lo van a sacar, ceporro! Y luego, lo de la contaminación: que el consumo excesivo de carne es malo para el planeta, por el CO2 que producen las ventosidades de las vacas; cuando contamina más el combustible que consumes tú en vuelos y desplazamientos en un año, que todos los pedos juntos del vacuno español en 10. Ay…

Ojo no se te dispare ahora el consumo de carne, melón. Que los españoles somos muy nuestros… De momento, mis chuletones van a caer como hay Dios. Y el próximo encargo, en capilla.