Opinión
El habitual de los pelmazos
Entre mis escasos, pero fieles lectores se encuentra una señora a quien le llevé hace años un caso, me pagó puntualmente y, al despedirse, me dijo además de algunos elogios profesionales que agradecí, que yo era muy simpático. Fue entonces cuando le hablé de esta columna semanal en La Razón, y me dijo que compraría el periódico para leerlo. A fe que lo cumplió, tan es así que me llamó preguntándome cuando saldría mi último artículo antes de vacaciones dedicado como cada año a los pelmazos. Aquí lo tienen y en especial para doña Elvira, a quien no afecta lo que escribo.
Este año, el riesgo de ataque de pelmazos se establece especialmente en dos categorías, el pelmazo procesista, cuya especialidad es interrumpirte mientras te tomas una caña y unos boquerones para preguntarte cómo crees que acabará esto. Al pelmazo procesista le salió el año pasado un duro competidor que es el pelmazo pandémico, es decir aquel que aprovecha el gintónic de después de cenar, para contarte sus opiniones sobre el efecto de las vacunas y lo hace con gran dogmatismo desde su conocimiento como propietario de una tienda de electrodomésticos o arquitecto municipal.
Conviene protegernos de estos y otros pelmazos varios tales como los de las de crisis de gobierno, el cambio climático, o la ley LGTBI, temas todos ellos muy interesantes pero inadecuados para el descanso veraniego que el pelmazo no concibe como tal, sino todo lo contrario, una magnífica oportunidad para agudizar sus ataques.
Salvando a mi familia y a mis amigos con los que siempre es un placer dialogar sobre cualquier cosa, el resto de la humanidad sepan que este verano mis temas favoritos son: los fichajes del Español, las historias de los paracaidistas en la segunda guerra y los tercios de Flandes.
Dicho esto solo me queda añadir que como no he visto ni un capítulo de la isla de los famosos, ni un programa de nuevos cantantes o aspirantes a cocinero, ni se lo que le pasó a Rociito, alternativamente y solo para juristas admito tertulias sobre el dolo eventual.
Como diría el grandísimo maestro mi tocayo Gay de Liébana, hasta septiembre, abrazos virtuales y optimismo a raudales.
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