Opinión

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Un hombre con maletas en la terminal T1 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas
Un hombre con maletas en la terminal T1 del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-BarajasÓscar CañasEuropa Press

Viajar enriquece. Conoces nuevos lugares, nuevas costumbres y nuevas gentes. Viajando descubres que, en lo esencial, las personas somos bastante parecidas en todos los rincones del planeta, en los que encontraremos gente buena, menos buena y también mala. No obstante ello, es igualmente cierto que existen parajes en los que se respira un aire especial, que, como un acento marcado, permite reconocer a sus lugareños en cualquier sitio. Yo no lo hice cuando, regresando de un viaje la semana pasada, me llegó el turno de facturar mi equipaje en el aeropuerto. Quizás debería haber sospechado algo, ante la dulzura y simpatía con que me atendió aquella chica morena, amable y sonriente, que el destino me puso delante. Quizás debería haber intuido entonces alguna conexión tinerfeña; y más, cuando se dirigió a mí en ese español como caribeño que no identifiqué inicialmente, tal vez despistado por haberla oído hablar en holandés con total fluidez y por estar atendiéndome en el aeropuerto de Schipol.

A Estefanía –que así me dijo que se llamaba– no le asustó verme llegar al mostrador de facturación, sentado en un armatoste de 150 kg., con unos palos de golf a un lado y empujando con la mano una silla de ruedas con una maleta encima. Este panorama no pocas veces lleva a que te busquen más pegas que soluciones. Pero no fue ése el caso. La solícita empleada exprimió su meliflua cordialidad canaria. Parecía haberse autoimpuesto como tarea del día regalar a cada pasajero un buen recuerdo de los escasos instantes que iban a compartir con ella. Todos, desconocidos a los que nunca más volvería a encontrarse. Pero… ¿qué importaba eso?

La cara, la mirada, la expresión de la joven chicharrera representaban el puro antagonismo a la hosquedad y el desapego que otras veces me he encontrado en personas que, sobre el papel, están para ayudarte o para prestarte un servicio. No sólo en aeropuertos, sino en cualquier otro lugar. Porque malcarados e indeseables, los hay también en todos los rincones.

Siempre digo que conseguir que la gente que se cruza en tu camino, aunque sea fugazmente, se lleve –voy a ser benévolo– una buena sensación, es totalmente gratis. Y todos lo agradecemos. La sociedad lo agradece. Muchas veces se nos llena la boca diciendo que queremos mejorar la sociedad, pero no sabemos bien por dónde empezar. Puede que mejorar nuestro trato personal, incluso con quien no vamos a ver nunca más, sea un camino. Puede que Estefanía, aun sin saberlo, nos lo esté mostrando, que nos esté invitando a imitarla; que nos esté diciendo, en silencio, que necesitamos más Estefanías y menos indeseables.