Opinión
La llave
No hacía falta copiar medidas de otros países. Tampoco inventar una nueva. Nosotros, los españoles, teníamos la llave desde el principio. La pandemia nos pilló a todos en bragas y había que improvisar soluciones inmediatas. Así, surgieron en todo el mundo oleadas de iluminados que, con la mejor de las intenciones, aportaban al campo de batalla nuevas armas, en forma de ideas –un tanto erráticas– sobre lo que había que hacer y lo que no. Que si te contagiabas por el contacto, que si por el aerosol; que si ahora sí, que si ahora no; que si ahora esto, que si ahora lo otro.
En la tele nos explicaban con muñequitos y bolitas de plástico cómo funcionaba el virus, al más puro estilo «Barrio Sésamo». Volvíamos a la infancia.
Superado el desafortunado «Aquí, como mucho, tendremos un par o tres de casos», también nos pusimos manos a la obra: lo primero, para poder tirar de aquello en lo que somos imbatibles (echar la culpa al vecino), se nombró un «comité de expertos» tan secreto que ni sus miembros conocían su presunta pertenencia. Luego, la guerra de las mascarillas: que si la quirúrgica, que si la FFP2, la FFP3, con válvula, sin válvula…
Pero la solución definitiva estaba en la vacunación. Entonces que si Pfizer, que si AstraZeneca, que si Moderna o que si la Sputnik. Superada la controversia, lo primero, había que conseguirlas; y después, que la gente se las pusiera. Convencer a la población, aunque es verdad que aquí fueron pocos los que rechistaron.
El ritmo fue bueno desde el principio, muy bueno; y los resultados eran incontestables. Pero hacía falta un empujón más, subir el porcentaje de población con pauta completa. En Estados Unidos. ofrecían vacunas hasta en las churrerías y suculentos sorteos para animar a los indecisos. Pero en España, todo eso no hacía falta, la cosa resultaba mucho más sencilla. Ni premios ni leches. Nosotros teníamos la llave…
Aquí bastó con anunciar la ansiada reapertura de bares y discotecas, pero advirtiendo, eso sí, que para entrar, se exigiría estar vacunado.
Antes se había hablado de si las empresas podrían exigir o no dicho requisito a sus empleados para poder asistir al trabajo, y eso generó discusiones. Pero ahora ya era otra cosa, ahora ya sí que se iba en serio. En una semana, ya teníamos al 87% de la población con pauta completa.
La conversión de San Pablo, una broma comparada con la de los negacionistas que han claudicado. Que negacionista, vale; pero todo hasta cierto punto, no jodamos. Que llevamos mucho sin bailar y con ganas de cachondeo.
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