Opinión
10 años
Aniversario del fin de la actividad armada de ETA, he tenido la paciencia de leer y escuchar: poco bueno, mucho regular y bastante malo.
Vayamos por partes, hubo hitos importantes, la reacción de la sociedad en general y en especial del pueblo vasco tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, el cambio de postura de Francia haciendo que dejase de ser un santuario para los terroristas, el apoyo logístico de Estados Unidos tras el atentado del 11-S, etc., etc.
Mucha gente trabajó de forma meritoria para conseguir ese objetivo: jueces, fiscales, abogados de víctimas, algunos políticos, pocos porque otros jugaron a sacar rédito partidista del terrorismo, pero quienes obligaron al cese de las armas fueron los cuerpos y fuerzas de seguridad con su trabajo incansable.
Si me lo permiten dentro de ellos con nombre propio la Guardia Civil, no olvido a la Policía Nacional, ni a los Mossos, y a la Ertzaintza , pero la Guardia Civil y, especialmente, el cuartel de Inchaurrondo, con casi 100 de sus hombres caídos en esta lucha, fue la punta de lanza.
El principio del fin de ETA arranca de 1992 cuando tenían planeado atentar contra la Barcelona olímpica, el Madrid capital cultural y la Sevilla de la Expo, los hombres de Inchaurrondo les dan un golpe mortal desarticulando la cúpula entera, después siguieron matando pero ese fue el principio del fin, un fin decadente, vergonzoso y cobarde para ellos.
Como me contó un hombre que estaba por entonces destinado en el sur de Francia a finales de la primera década del siglo los etarras se le acercaban para decirle “oye, soy fulano de tal, no tengo delitos de sangre, cuando esto acabe acuérdate de decir que yo quería que esto fuera el final”, como me dijo este mismo hombre “cuando un etarra iba a hacer un pipí, había un Guardia Civil, un Policía Nacional, uno del CNI y si me apuras hasta uno de la CIA, vigilando que no manchara el suelo”
Por eso se rindieron, aunque lo vistieran de otra forma, por eso dejaron las armas, solo les quedó recapacitar sobre cómo acabar. El resto un puro cuento, una demagogia retórica llena de supuestos expertos a los que no vimos, ni conocimos en la época más dura.
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