Municipios singulares
Este es el pueblo de España en el que sus habitantes viven desnudos
Un pequeño municipio rodeado de un frondoso bosque ha establecido como primera norma quitarse la ropa para entrar
En Copenhague hay un barrio (Christiania) en pleno centro de la ciudad que se ha autoproclamado independiente de Dinamarca y de la Unión Europea, donde rigen sus propias reglas y, principalmente, se ha hecho famoso por la libertad que hay para el consumo de drogas. Salvando mucho las distancias, algo parecido ocurre en el municipio catalán de El Fonoll, una pequeña localidad situada a 110 kilómetros de Barcelona (entre Lleida y Tarragona) que ha instaurado sus propias normas de convivencia: la primera y más elemental es que para entrar en el pueblo hay que quitarse la ropa.
El Fonoll se ha convertido en el primer pueblo nudista de toda España. Por allí pululan los vecinos y los turistas en cueros. El pueblo, del que hay constancia desde el siglo XIV, se reconstruyó en 1998 sobre las ruinas de un municipio abandonado: los arquitectos de este proyecto son Emili Vives y Núria Espinal, que tardaron 8 años en rehacerlo.
La localidad está situada en un valle, rodeada por un frondoso bosque y cuenta con una capacidad para más de un centenar de personas (hay más de una cuarentena de viviendas) y, hasta 2018, había una veintena de personas censadas. No hay cobertura telefónica en El Fonoll, pero eso no impide que sea un lugar en el que puedan cohabitar desde una joven “instagramer” hasta una jubilada con más de 80 años, pasando por un artista.
En todo caso, detrás de la reconstrucción está la historia de Emili Vives, un ingeniero electrónico y empresario de éxito que decidió dejarlo todo en los 90 para rehacer El Fonoll, que había sido abandonado en 1348, tras una oleada de peste negra. Las ruinas que quedaron pasaron a ser propiedad privada –pertenecen administrativamente al municipio de Pasanant– hasta que, en 1998, Vives, a pesar de sus iniciales reticencias, se lanzó a comprar la finca y empezó a restaurar todas las ruinas y edificar, con sus propias manos y esfuerzo.
El esfuerzo económico de Vives ha sido mayúsculo ya que ha tenido que vender el amplio patrimonio que tenía en Barcelona, pisos, principalmente. Si bien, poco a poco ha conseguido equipar un lugar con tienda, biblioteca, parque y, hasta moneda propia (el coel), acuñada con energía solar, una piscina, sauna, sala de cine y un albergue con 32 camas, entre otras cosas.
Además del gasto que ha tenido que asumir Vives, también ha tenido que lidiar con todo tipo de adversidades burocráticas procedentes de la Generalitat y del Ayuntamiento de Pasanant: durante la fase inicial de la construcción, les llegaron a requisar camiones y material, y tiene que pagar un IBI de 4.000 euros, pese a que no llega a la finca ningún tipo de servicio público, ni limpieza ni recogida de basuras. Para paliar todas estas dificultades, el promotor ha diseñado una red de voluntarios que se encargan de conservar el municipio en perfectas condiciones. No hay nada externalizado, es un pueblo concebido para ser autosuficiente, incluso a nivel energético. Vives distribuye las tareas, que pueden ir desde el mantenimiento del huerto a las labores de limpieza o de cocina –hay un bufet vegetariano en el centro del pueblo–, y controla que todo vaya según lo previsto.
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