Opinión
¿Adiós, memoria?
Desterrar el aprendizaje memorístico de la escuela, ese parece ser el planteamiento y el objetivo principal de la nueva ley de educación que empezará a aplicarse en el próximo curso, el 2022-2023.
En efecto, el Ministerio de Educación está empeñado en cambiar radicalmente la forma en que se aprende en la escuela y, según rezaba el subtítulo de la noticia periodística aparecida en su día en un diario nacional, “planea un vuelco desde el modelo enciclopédico a otro que enseñe cómo aplicar los conocimientos”. El modelo enciclopédico en cuestión es, evidentemente, para los impulsores y responsables de la reforma, el “sistema memorístico exhaustivo”, causante al parecer de todos los males educativos, pasados, presentes y futuros. Lo cual no es del todo verdad, pero eso nada importa cuando lo que se pretende es llevar el agua al molino en que a uno le interesa moler.
¿Qué tendrán contra la memoria los nuevos pedagogos, que llevan persiguiéndola desde que hace ya bastante años, y con las solas credenciales de esas jergas intrincadas que solo ellos y algunos iniciados entienden, se aposentaron en los despachos ministeriales? Y el nuevo modelo “que enseñe cómo aplicar los conocimientos”, ¿en qué va a consistir? Se supone que si los alumnos han de aprender a aplicar los conocimientos, previamente habrán tenido que adquirirlos. La pregunta entonces es cómo lo van a hacer, es decir, cómo van a aprender eso que después han de administrar. Y qué hará, según esto, el profesor, cuál será su función, y cómo se formará para enseñar a aplicar esos conocimientos.
Por suerte o por desgracia, más bien lo primero a tenor de cómo andan hogaño las cosas en el mundo de la enseñanza, los que hace ya tiempo que no somos jóvenes aprendíamos de memoria las lecciones y las recitábamos luego en voz alta delante del señor maestro (y de la vara que a veces tenía a su lado), y aprendimos así los reyes godos, y los cabos y golfos de España, y los partidos judiciales de cada provincia, y un buen número de poesías que aún hoy recordamos. Y no nos fue tan mal. Pero entre eso y lo que viene ahora hay un punto medio, o debería haberlo…
La memoria, que fue siempre, en todas las épocas y culturas, una cualidad tan alabada. Tiene mucha memoria, se decía del que “valía para los estudios”, y gozaba de gran prestigio y respeto la persona que se distinguía por poseer esa facultad y era capaz de retener nombres, fechas y hechos que atañían a lo individual y lo colectivo: la memoria como depositaria del saber.
La memoria, que es el hilo de la vida, y si se rompe es el anticipo de la nada. “¿Qué seríamos sin memoria? Nuestra existencia se reduciría a los momentos sucesivos de un presente que se desvanece sin cesar, y el pasado no existiría. Nuestra vida es tan vana, que solo es un reflejo de nuestra memoria”. Son palabras de Chateaubriand, pertenecientes a sus Memorias de ultratumba, así tituladas porque su autor las escribió para que fueran publicadas después de su muerte.
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