Opinión
El lenguaje de las campanas
Del que poco sabemos ya, pues apenas se las oye, en las ciudades al menos, con tanto ruido y tanto trajín como se vive. Pero que hasta no hace mucho tiempo, y más aún por estas fechas de Semana Santa, con tantas ceremonias y fiestas de guardar, sonaban a todas horas, y muy en particular en el momento en que daba comienzo la madrugada del domingo de Resurrección, cuando volteaban en todas las iglesias, clausurando así el luto y el silencio del tiempo de Cuaresma para anunciar las albricias del día de Pascua Florida.
Todavía en las primeras décadas del pasado siglo XX, el sonido de las campanas se sobreponía en los pueblos y ciudades al rumor de la vida cotidiana, y sus tañidos regían y ponían orden y armonía en los trabajos y las horas de cada jornada. Sus voces, bien conocidas y familiares, pregonaban la alegría, anunciaban el duelo, invitaban al reposo, avisaban de un peligro, convocaban a un determinado fin… Y todos al oírlas entendían su mensaje y sabían lo que significaba su llamada. Bastaba con poner atención al tono y a la cadencia o modulación de sus sones: si repicaban o volteaban era señal de contento, si tocaban a rebato era advertencia de una amenaza inminente, si doblaban era porque un vecino se había ido para siempre.
Se las conocía además por sus nombres, como las seis que actualmente se conservan en la iglesia de Santa María del Pi de Barcelona, que figuran entre las más antiguas de la ciudad: l’Antònia, l’Andreua, la Maria, la Vicenta, la Josepa y l’Esquirol (o la Miquela). O las de la iglesia de Santa María del Mar: l’Assumpta, la Conventual, la Maria Salvatella, l’Andrea y la Vedada. La catedral de Barcelona, por su parte, cuenta con 21 campanas, todas con nombre femenino, y algunas son especialmente famosas: la Severa (bautizada en 1508), l’Honorata (fundida por Felipe V durante la guerra de Sucesión como represalia por haber anunciado la revuelta ciudadana, y sustituida posteriormente por otra con el mismo nombre), la Tomasa, l’Eulàlia, la Dominica, la l’Oleguera, la Mercè…
En algunas iglesias, cada vez menos, porque muchas han sucumbido a la tentación de los campanarios electrificados, se mantiene el toque manual y diario de las campanas, una tarea que corre a cargo de los campaneros. Uno de los pueblos en que se ha conservado esta tradición secular, que se remonta a la Edad Media, es Albaida (Valencia), donde no solo han mantenido la actividad del gremio de los campaneros, sino que han investigado la tradición y han recogido los más de tres mil doscientos toques de campana que se interpretan a lo largo del año: el toque del alba, para anunciar, como hacen los pájaros con sus trinos, el amanecer del nuevo día; el del ángelus al mediodía, para convocar a la oración; el del avemaría al atardecer, para avisar de la llegada de la noche y, en algunos sitios, llamar al rosario; el de ánimas, para despedir el día y evocar la memoria de los difuntos.
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