Ya en Barcelona

La odisea de una refugiada ucraniana y su hijo con cáncer

Gracias a la solidaridad de diferentes organizaciones, el 18 de marzo Svitlana pudo salir de Ucrania y viajar a la capital catalana con sus dos hijos para que uno de ellos, Andrii, pueda recibir tratamiento contra el tumor cerebral que padece

Svitlana Chubariev junto a Andrii y su hermana ya en Barcelona
Svitlana Chubariev junto a Andrii y su hermana ya en BarcelonaFUNDACIÓN JOSEP CARRERAS

Hasta el pasado mes de diciembre Svitlana Chubariev llevaba una vida razonablemente feliz y tranquila en Kiev, donde vivía junto a su marido, sus dos hijos gemelos, niño y niña, de 11 años y sus mascotas, un perro y un gato por los que la familia siente devoción. El matrimonio trabajaba en un empresa familiar de distribución a supermercados de artículos de plástico para la comida como vasos, platos y cubiertos, y el niño, Andrii, un chico muy deportista y gran amante del boxeo, estaba preparándose para competir en esta disciplina deportiva cuando llegó el primer varapalo para la familia.

En el mes de diciembre y tras haber recorrido numerosos hospitales y visitado a múltiples médicos por los fuertes dolores de cabeza que sufría Andrii desde el mes de septiembre, los cuales en ocasiones incluso le provocaban vómitos, tuvieron conocimiento que el niño sufría un tumor cerebral. “Andrii tiene un glioma que no se puede operar. Lo único que pudieron hacer tras el diagnóstico fue intervenir para ponerle una válvula mediante la cual sacar el líquido que, debido a la enfermedad, se le estaba acumulando en el cerebro y además cogieron una muestra del tumor para biopsiarlo”, explica su madre, quien al respecto comenta que, tras la intervención, lo primero que preguntó su hijo era cuándo podría volver a subirse al ring.

Andrii permaneció ingresado en el hospital hasta mediados de enero y debía empezar el tratamiento con quimioterapia, pero los resultados de la biopsia no llegaron hasta el 3 de marzo, ya que ésta tuvo que ser enviada a Alemania para su análisis puesto que en Ucrania los dos hospitales que la estudiaron, uno público y otro privado, ofrecieron a la familia resultados muy dispares.

Pero antes de que ello sucediera estalló la guerra y eso acabó de alterar por completo la vida de esta familia.

Atrapados por la guerra

“Por entonces estábamos viviendo en una casa que teníamos a las afueras de Kiev y a la que nos mudamos a raíz de la pandemia”, explica Svitlana, quien recuerda que “si el conflicto arrancó el día 24 de febrero, el 25 ya teníamos a las tropas en la puerta de casa”. “Por entonces se decía que las tropas rusas querían hacer estallar una presa que está a 500 metros de casa para arrasar con todo”, añade para a continuación comentar que “cuando se inició la guerra, pensábamos que acabaría pronto la invasión puesto que creíamos que nuestros hombres y soldados sacarían a los rusos rápido del país. En cualquier caso, el sentir general era que “Rusia entraría a Ucrania por otro lado, nunca pensamos que lo fueran a hacer también por Bielorrusia, por lo que creíamos que estábamos seguros en nuestra casa y llamamos a mis padres, que viven con mi abuela de 95 años, para que vinieran con nosotros”. Pero la realidad fue muy diferente. A día de hoy, la localidad en la que se refugió la familia Chubariev, atrincherada toda en el sótano a resguardo de los bombardeos y con los dos cabeza de familia turnándose para hacer guardia todas las noches, está completamente arrasada y el 70% de la población ha fallecido.

Durante esos días, Svitlana mantuvo conversaciones telefónicas con el médico de Andrii siempre que la cobertura y las comunicaciones lo permitían, y éste les aconsejó que salieran cuanto antes del país. “Solo tenía dos inyectables para mitigar el dolor que sufría Andrii y cuando le sugerí a su médico la posibilidad de volver a Kiev por el niño me dijo que ni se nos ocurriera, que allí no podrían hacer nada porque la cosa estaba muy mal”. “El médico me comentó que nos dirigiéramos a Lviv, un pueblo que hay cerca de Polonia, y me dio el contacto de una persona que nos ayudaría a salir del país”, comenta la madre, quien recuerda con angustia esos días en los que su objetivo era tratar de salir de la casa hacia un sitio seguro, pero parecía misión imposible.

“Estábamos en medio de los dos ejércitos y los soldados ucranianos habían destruido puentes y cortado carreteras con barricadas para impedir el avance ruso. El 2 de marzo, los solados ucranianos, a quienes nosotros les preparábamos comida y asistíamos como podíamos, nos dijeron que teníamos que irnos de allí en ese mismo momento, que era entonces o nunca, y salimos en coche con lo poco que pudimos coger”, explica Svitlana, quien recuerda que entonces Andrii solo cogió “la bandera de Ucrania y sus guantes y medallas de boxeo”.

Diez días tardaron en llegar a Lviv debido al gran número de carreteras cortadas, a los bombardeos, a los soldados que les impedían el paso...y durante ese tiempo, hasta que no se dieron las condiciones para retomar el viaje, se alojaron en una casa de la familia de uno de los vecinos de los Chubariev que viajaba con ellos. “Convivíamos con 14 personas y apenas teníamos comida, así que la gente de la zona nos ofreció alimentos y nosotros, a cambio, les dimos tabaco o cualquier otra cosa que tuviéramos”.

El 12 de marzo, finalmente, la familia al completo, incluidos los abuelos y la bisabuela, llegaron a Lviv. Por entonces, la angustia y tensión acumuladas alcanzaban ya los máximos niveles, no solo por lo que supone estar viviendo en primera persona un conflicto bélico, sino, sobre todo, por saber que el niño de 11 años estaba gravemente enfermo y no estaba recibiendo la atención médica adecuada. Así, a su llegada, acudieron al hospital al que el doctor de Andrii les había remitido, pero en un primer momento, las noticias allí no fueron buenas. “Nos dijeron que no tenían sitio para Andrii y que no podía empezar con la quimioterapia porque, una vez iniciado el tratamiento, no se podía interrumpir y no tenían ninguna seguridad de poner disponer del fármaco durante el tiempo que fuera necesario”.

De hecho, en Lviv sonaban constantemente las alarmas que indicaban que nos pusiéramos a refugio porque se iba a producir un bombardeo y, durante los días que estuvimos allí, ayudamos en varias ocasiones a trasladar al sótano del hospital a los niños que estaban recibiendo quimioterapia”, señala Svitlana, quien además apunta que “en ese centro realizaron una revisión a Andrii y vieron que la válvula que lleva en el cerebro se había desplazado, de manera que había que intervenir para recolocarla o sustituirla por otra, pero allí no era posible llevar a cabo esa operación”.

Camino al exilio

Finalmente, el 14 de marzo llegó la mejor de las noticias. El Hospital Sant Jude Global, de Memphis, Estados Unidos, estaba tratando de evacuar a todos los niños ucranianos con cáncer pediátrico para poder seguir con sus tratamiento en hospitales de otros países europeos y el 16 de marzo estaba prevista la salida de tres autocares dirección a Polonia con este mismo fin. Svitlana y sus dos hijos tomaron uno de esos autocares, pero el resto de su familia, incluido su marido, se quedaron en Ucrania y optaron por regresar a Kiev, donde residen actualmente. “Hablamos mucho y nos comunicamos con frecuencia, pero les echo mucho de menos”, admite Svitlana visiblemente emocionada y dejando caer alguna lágrima. “Hay muchos ucranianos que se niegan a abandonar el país. Por ejemplo, mi hermana no quiere irse porque prefiere quedarse allí junto a su marido”, añade.

En cualquier caso, tanto ella como su familia son conscientes de que la prioridad es que Andrii reciba el tratamiento adecuado para poder derrotar a la enfermedad y en ello están ahora mismo. El 18 de marzo, la madre y sus dos hijos, junto a 15 familias más, aterrizaron en Barcelona, donde la Fundación Villavecchia y la Fundación Josep Carreras, con la colaboración de la administración y otras entidades, ya había organizado el dispositivo de acogida. A Andrii, quien por entonces ya sufría nauseas debido a la enfermedad, le derivaron al Hospital de Sant Joan de Déu, donde le realizaron todas las pruebas pertinentes para poder intervenir con la máxima urgencia posible, pero durante ese tiempo el niño tuvo que acudir a urgencias hasta en cuatro ocasiones debido a los fuertes dolores de cabeza que sufría. Finalmente, el 6 de abril Andrii era intervenido para recolocar la válvula y a día de hoy ya lleva tres sesiones de quimioterapia.

La enfermedad es la prioridad

“Es increíble el trato que hemos recibido aquí y los procedimientos que se usan en Sant Joan de Déu. Antes de la operación, mi hijo estuvo junto a mí viendo el fútbol hasta que le durmieron para entrar en quirófano y cuando se despertó de la anestesia yo ya estaba con él”, comenta Svitlana, quien, sobre el tratamiento, señala que “las primeras sesiones de quimioterapia le hacen estar algo cansado y se ha adelgazado un poco, pero el otro día ya estaba haciendo flexiones y saltando con la cuerda”.

Ahora, después de meses de pesadilla, Svitlana, sentada en el patio de una torre en Barcelona, que ha sido cedida por un particular para alojar a siete familias ucranianas en sus mismas circunstancias, admite que aún no es del todo consciente sobre lo que ha vivido desde que se desatara la guerra en su país. “Lo peor fue la incertidumbre de los primeros días de la guerra, en los que no sabíamos qué hacer, pero ahora, que están tratando a mi hijo en Sant Joan de Déu, he de admitir que hemos tocado el cielo”, relata con alguna lágrima cayendo por su rostro. “He de agradecer enormemente cómo nos ha ayudado y acogido la gente de aquí. Tienen unos corazones muy grandes”, asegura esta mujer, que jamás imaginó que le tocaría vivir algo como lo que ha experimentado en los últimos meses.

En cualquier caso, pese a que está alejada de los suyos y no sabe si podrá volver algún día a Ucrania, ya que es posible que allí, tras la guerra, no puedan ofrecer a su hijo la atención que necesita, tiene muy claro que “lo único que importa ahora es que Andrii se cure”.