Ciencia

Cómo Ramón y Cajal salvó de la pena de muerte a un acusado de asesinato

La intervención del Premio Nobel ayudó a solucionar un caso que marcó a la sociedad barcelonesa

Una imagen de Santiago Ramón y Cajal
Una imagen de Santiago Ramón y CajalArchivoArchivo

Hay veces que la vida nos da malas pasadas, que todo parece perdido hasta que aparece alguien que nos puede ayudar, que nos da una mano cuando todo no tenía solución. A Joan Mestres Solé esa mano se la brindó un Premio Nobel de Medicina llamado Santiago Ramón y Cajal cuando estaba a punto de ser condenado a la pena capital, acusado de haber dado muerte a dos menores de edad.

Para conocer mejor los hechos nos tenemos que trasladar a Trull de les Valls, una finca perdida en Torrelles de Foix (Vilafranca del Penedès). Fue allí donde aparecieron los cadáveres de dos jóvenes que habían sido salvajemente degollados. De ellos se sabía que eran traviesos y que acostumbraban a burlarse de Joan Mestres Solé, un tipo solitario que personificaba al candidato perfecto a ser sospechoso de un doble asesinato como ese. No tenía buena relación con prácticamente nadie, se metía con sus vecinos y su mayor afición era dedicarse a vagar por los montes cercanos. Aparentemente esos no son indicios para culpar a nadie de un homicidio, pero pesaron para señalar a Mestres Solé, algo que quedó refutado con la aparición de una prueba aparentemente sólida: una camisa con manchas de sangre que el sospechoso había intentado lavar. Los investigadores concluyeron que se trataba de sangre humana. Varios testigos también certificaban que el día de los asesinatos, Mestres había estado rondando por los alrededores del Trull de les Valls con escopeta en mano. Prácticamente era un caso cerrado, una investigación muy fácil de aclarar.

La defensa del acusado recayó en Tomás Caballé Clos, quien muchos años después recordaría aquellos días en un interesante libro de memorias titulado “La criminalidad en Barcelona”. El letrado trató de desmontar el dictamen facultativo presentado por el fiscal, Álvaro Becerra del Toro, en el que se hablaba de sangre humana en la camisa y que se había intentado lavarla. Caballé Clos recordaba que el entonces presidente de la Sociedad de Mozos de Lavaderos de Barcelona, así como otros compañeros suyos, “se trataba de una suposición sin fundamentos. Con razones de peso demostraron estos peritos prácticos que la ropa no había sido lavada”.

Pero, ¿y las manchas de sangre? ¿Era humana? Estamos hablando de un tiempo en el que no se podía detectar el ADN. Aún quedaba mucho para que la investigación científica entrara con fuerza en casos como aquel. Sin embargo, Caballé Clos apostó con fuerza por buscar en la ciencia. Para ello se puso en contacto con el mejor histólogo de su tiempo y, por aquellos días, catedrático de la Facultad de Medicina de Barcelona. No era otro que Santiago Ramón y Cajal, ya considerado como un sabio por todos. A Cajal le llamó la atención, en palabras del abogado, “la seguridad con que unos técnicos... de quinta fila afirmaban, en dictamen oficial, ser de sangre humana unas manchas cuyo verdadero origen no podía determinar la ciencia... de aquel tempo”.

Cajal se metió a fondo en la investigación, esperando aclarar un caso que no podía acabar en dos condenas a muerte para Joan Mestres Solé si el jurado lo consideraba culpable. Cajal pidió la colaboración de su discípulo predilecto, su ayudante Josep Soler i Roig, con el tiempo uno de los más celebrados cirujanos barceloneses, que se unió a un equipo firmado por otros dos médicos para comparecer en el tribunal. Allí expusieron que sí, que la camisa estaba manchada de sangre, pero no era humana sino de conejo de monte. Para la fiscalía el informe de los técnicos dirigidos por Cajal fue una humillación pública. Caballé Clos escribe en sus memorias que el fiscal, “en correspondencia, pretendió fuese procesado el perito, alegando había comparecido como médico no siendo entonces más que alumno de la Facultad de Medicina”. No se salió con la suya.

El jurado acabó declarando inocente al acusado por empate de votos: seis contra seis. El fiscal interpuso un recurso de casación contra la sentencia. No prosperó.

Muchos siguieron pensando que Joan Mestres Solé fue realmente el culpable de un caso del que se habló durante mucho tiempo. Pero Cajal estaba en lo cierto. Con el paso de los años, un moribundo, en secreto de confesión, reveló a un cura que él había matado a los dos chicos.