Opinión
Enseñanzas de la naturaleza
Los efectos del cambio climático se han cebado este año con la primavera, que, a este paso, y si vuelve el calor de la semana pasada, puede tener los días contados. Con lo que tal vez lleven razón los agoreros que hablan de dos únicos ciclos estacionales: invierno y verano.
Pero confía uno en que esos negros presagios no se cumplan, y en que la primavera vuelva cada año y el clima respete el sabio calendario que ha regido el mundo desde la noche de los tiempos.
Aunque también es verdad que vivimos, y cada vez más, ensimismados en nuestros afanes, y que las cosas del mundo natural nos pasan casi desapercibidas. Las edades en que los trabajos y los días se ajustaban a los ciclos de la naturaleza forman parte ya de la utopía o del poso mitológico de la historia. Y al hecho, que debería parecernos mágico y milagroso, de que la naturaleza vuelva a la vida, apenas le damos importancia. Hablar y escribir de las flores que brotan, de los árboles que florecen, de los arroyos y de los pájaros que cantan es un tópico gastado, cuando no una vulgaridad. ¿Por qué hablar de las cosas bellas resulta tópico, y hasta cursi, y al revés no? ¿Por qué el optimismo se ve con malos ojos y en cambio el pesimismo, y lo feo y lo negativo gozan de tanto prestigio, en la literatura y en el arte me refiero?
Motivos hay, desde luego, para el pesimismo, y no solo por la guerra de Ucrania, y la crisis alimentaria, con la subsiguiente carestía de la vida, que se avecina, y tantas otras cosas. (Y a propósito de la guerra de Ucrania: ¿por qué ha dejado de ocupar la primera página de los periódicos y los primeros minutos de los informativos, siendo como es el hecho más grave y la noticia más importante de ahora mismo? ¡Y que esa nimiedad del espionaje, lo del Pegasus, siga dando tanto ruido, cuando es un asunto sin mayor interés!). Por eso vendría bien en estas fechas, y antes de que sea tarde, dar una vuelta por el campo y ver que los acontecimientos pasan y la naturaleza queda, que el mundo da vueltas y las montañas y los valles asisten impasibles al espectáculo, que los cuidados y las preocupaciones del ser humano son algo efímero e insustancial en comparación con las leyes y el orden inmutable del universo. Que, por mucho que nos empeñemos en creer lo contrario, es la naturaleza la que nos domina y nos sustenta y nos da cobijo y amparo.
Vivimos tiempos oscuros, sí, y el mundo, ya lo dijo el poeta, está mal hecho, pero la primavera tendría que servirnos como acicate y lección: para celebrar la vida, el simple hecho de vivir, el don de respirar, la oportunidad que se nos concede cada veinticuatro horas de saludar y despedir los días y las noches.
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