Opinión

Las cosas del campo

Campo de amapolas
Campo de amapolasLa Razón

La guerra en Ucrania, que, misteriosamente, y pese a ser, con mucho, el acontecimiento más grave y trascendental de la actualidad, ha pasado a ocupar un lugar secundario en los periódicos y las pantallas, amenaza ahora con desatar una crisis alimentaria sin precedentes en nuestra época. De hambruna, se habla ya abiertamente, pensando, como suele ocurrir en estos casos, en los países más pobres, los de África en particular, pero quién sabe lo que puede pasar, también cuando el coronavirus empezó a arreciar en China nos parecía que aquí nunca iba a llegar, que en Europa estábamos a salvo de esas contingencias, que en los países prósperos y desarrollados de Occidente las epidemias eran cosa de la Edad Media.

Todo por miedo a que los cereales de Ucrania, que es el granero de Europa, no puedan salir de los puertos del mar Negro y se pudran en los almacenes. Es decir, que, como en los tiempos bíblicos, seguimos dependiendo del grano que se siembra en el campo. Que en el campo, quién lo iba a decir a estas alturas, están la llave de la despensa y el principio de la abundancia, que es en el campo y no en las fábricas donde germinan y se cosechan los frutos que la naturaleza –la madre tierra, como se decía antes– ofrece generosa como sustento.

El campo que nos regala todo lo que espontáneamente produce (también la belleza con que se adorna, y no solo en los días del buen tiempo) y del que tan poco sabemos y al que tan desdeñosamente hemos vuelto la espalda. ¿Cuándo se habla de los problemas del campo si no es en las campañas electorales, a quién le interesan las vicisitudes de los agricultores y ganaderos que contra viento y marea mantienen vivas dos de las profesiones más nobles y antiguas de la tierra, cuántos se lamentarían si un día esa riquísima cultura rural que va camino del olvido llegara a extinguirse del todo? La España que se vacía por falta de medios y recursos, los jóvenes que no encuentran estímulos ni ayudas para tomar el relevo de sus mayores, las tierras de cultivo que se convierten en eriales y los pastos que se pierden confundidos con la maleza… La vida campesina, que nunca fue fácil (solo los poetas la doraban), pero que conservarla ahora es casi una proeza, como le ocurre a la familia protagonista de Alcarràs, la entrañable película de Carla Simón que aún está en las carteleras… ¿Por qué a casi nadie parece preocuparle esta triste situación, que bien podría calificarse de dramática, pues, de seguir así las cosas, quién se va a ocupar de sembrar y recolectar los cereales o de recoger la fruta de los árboles?

Todo lo cual no obsta para que en los hogares de los países desarrollados se sigan tirando a la basura millones de toneladas de comida, un tercio aproximadamente de los alimentos que se adquieren, según los cálculos de la FAO, el organismo de la ONU que se encarga de la Alimentación y la Agricultura.