Generalitat

Aragonès, un presidente sin gobernar: una Ley en un año

Tan solo ha conseguido aprobar los presupuestos y se extiende la sensación de parálisis porque no toma decisiones

El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès.David ZorrakinoEuropa Press

“El Govern no va y no irá”. Así de contundente se mostraba un político catalán cuando definía el gobierno que preside Pere Aragonés. No le falta razón. En un año de vida solo ha aprobado la Ley de Presupuestos. Nada más. El presidente ha ganado la partida de los números pero los números no se reflejan en el día a día, porque el Govern no decide y el president no preside. Aragonés “es una buena persona, de trato agradable y educado, pero huye de hacer política. Elude cualquier decisión. No es un líder”, afirman desde la oposición. En ERC son conscientes de la falta de liderazgo. Quizá por eso le llaman “troiko”, porque es bueno haciendo números “y los hacía mejor que la troika que nos venían a ver desde Bruselas”, añaden fuentes republicanas.

Desde su llegada a la Generalitat, Aragonés no ha tomado ninguna decisión y dónde las ha tomado todavía dura el incendio. Es el caso del conflicto con la comunidad educativa. Se presentó en un colegio y dio una rueda de prensa para anunciar un cambio de calendario escolar. La sorpresa en los profesionales del sector fue mayúscula. Un cambio de calado no había sido consultado. Resultado varias jornadas de huelga y alargamiento del conflicto.

Pero el conflicto educativo no es la tónica. Aragonés elude cualquier decisión y ante el conflicto con los socios o conflicto social se aparca la cuestión. Sucedió así con la ampliación del aeropuerto de Barcelona. 1700 millones de inversión que se han perdido porque ERC del Baix Llobregat estaba en contra. Ante la división de opiniones sobre los Juegos Olímpicos de 2030, Aragonés ha convocado una consulta lo que ha provocado el enfado del COI y añadida a la tensión institucional con Aragón lo más posible es que los Juegos Olímpicos pasen al baúl de los recuerdos. Las comarcas del Pirineo piden que si no se celebra la cita olímpica se discuta un plan de reactivación económica, pero Aragonés no ha dicho ni una palabra. El plan duerme el sueño de los justos.

La pasada semana, la Generalitat dio plantón a la ministra Raquel Sánchez que anunciaba inversiones de 78 millones de euros en la B-40, el cuarto cinturón. La obra fue iniciada por el gobierno de José Montilla y sigue inacabada porque Junts está a favor. ERC en contra, y la casa por hacer. El Gobierno había acordado con la vicepresidencia de Jordi Puigneró las inversiones, pero Aragonés lo rechazó. Lo más llamativo es que el presidente se ha rasgado las vestiduras por la no ejecución de obras del Estado en Cataluña. No solo ha perdido el aeropuerto y se desmarca de la B-40, sino que la principal inversión no ejecutada es porque la Generalitat no ha firmado el contrato-programa que tutela la llegada de nuevos trenes. El plan previa la llegada de 100 nuevos trenes. No ha llegado ni una, aunque están adjudicados.

Las disensiones internas van más allá de las habituales en un gobierno de cohabitación porque ambas fuerzas casi empatadas siguen empecinadas en desgastar al contrario para que en una próxima campaña electoral el liderazgo del independentismo cambie de manos, por lo que las relaciones están cargadas de desconfianza. Por eso, siempre se miran de reojo y están ávidas de arrinconar al teórico socio de gobierno. Aragonés, además, es muy sensible, muy permeable a las críticas del independentismo más duro. Que le llamen botifler, es una afrenta que no lleva bien. Por eso, Aragonés fue el que impuso el no a la reforma laboral o el no a la Ley del Audiovisual. En esta última, por el espionaje que sufrió por el caso Pegasus que aprovechó para presentarse como adalid de la democracia y el independentismo. Esta obsesión le llevó a no presentarse en un acto de Seat, el primero de su nuevo presidente Wayne Griffiths, al que asistía el rey y el presidente Sánchez. La consecuencia más inmediata es que la fábrica de baterías a la que Cataluña optaba acabó en Sagunto. Lo mismo ha sucedido ahora con el blindaje del castellano en la enseñanza. Pactó con el PSC y los Comunes la ley pero ante la presión de Junts aprobó un decreto que deja la cuestión, de nuevo, al albur de los tribunales.

A los inicios de su segundo año, Aragonés afronta un complejo panorama con las elecciones municipales de fondo. Los socialistas son sus máximos adversarios porque resisten al empuje de ERC en el área metropolitana de Barcelona y porque Tarragona y Lleida pueden volver al redil socialista y en Barcelona ERC pierde fuelle con un candidato, Ernest Maragall, que precisamente no es candidato de futuro porque acudirá a votar con 80 años cumplidos.

Esta situación de interinidad no ayudará a que Aragonés lidere el Govern. Más bien, se mantendrá anodino pendiente de la auditoría y la consulta que Junts hará para mantener, o no, el gobierno de coalición. Los consellers de Junts no están por la ruptura, pero los más radicales quieren agitar el cóctel de crisis económica, crisis en Madrid por el auge del PP y crisis de diálogo con Pedro Sánchez, crisis democrática por Pegasus, y poner la guinda de la tensión en Cataluña haciendo caer el Gobierno. Aragonés sabe que hasta después de las elecciones es imposible para ERC hacer movimientos para buscar nuevos aliados. O eso es lo que él piensa. Otros apuntan a que “no se atreverá. No tiene el coraje suficiente. Después de las elecciones en función de los resultados y según la actitud de Junts podría tomar una decisión”. Una vez más “troiko” elude gobernar porque es el presidente que no preside. No tomar decisiones se ha convertido en su leif motiv.