Historia

La extraña historia de la viuda que guardaba la cabeza de su marido

Los restos del aventurero y escritor Sir Walter Raleigh tuvieron un curioso final tras ser ejecutado

Un grabado de época protagonizado por Sir Walter Raleigh
Un grabado de época protagonizado por Sir Walter RaleighLa Razón

Vamos a situarnos en Londres. Es el 29 de octubre de 1618. Un hombre está a punto de subir al cadalso. Le queda muy poco tiempo de vida. Se trata de un muy polifacético hombre que ha sido escritor, político, marinero, corsario y aventurero, pero que ahora constata que ya nadie lo puede salvar. Otras veces ha podido plantar cara a las adversidades, pero ahora todo es distinto porque todo ha acabado. Sir Walter Raleigh está solo. Ya no cuenta con el apoyo del rey que lo ha enviado en expediciones por buena parte del mundo conocido y del que quedaba por conocer.

La cosa venía de lejos. Cuando Jacobo I subió al trono, en 1603, Raleigh fue acusado de haber participado en una conspiración para derribar al rey y asesinarlo. Detenido y juzgado, Raleigh permaneció trece años encerrado en la Torre de Londres. No se crean que dejó derrumbar por las circunstancias porque mientras permaneció en prisión, porque aprovechó su tiempo para escribir un libro de ambicioso título llamado “Historia del mundo”, por cierto, muy acogido por sus contemporáneos cuando vio la luz en 1614.

Finalmente Jacobo I mostró su magnanimidad ante el reo y cuando consideró que el castigo se había cumplido de manera sobrada, decidió otorgarle el indulto. Así que Walter Raleigh, pese a estar de nuevo en la calle, sabía que estaba bajo vigilancia y que el monarca no les dejaría pasar ni una. Por esa razón aceptó todas las peticiones que le hizo Jacobo I, especialmente la expedición a Guayana, pero con la condición de no disparar ni un solo tiro a los territorios de la corona española en la zona. Se trataba de buscar el mítico El Dorado en unos parajes por los que nuestro protagonista ya había andado acompañado de sus tropas. Sin embargo, pese a las peticiones de Jacobo I, el aventurero no se pensó y decidió que se atacara el puesto de mando español de Santo Tomé de Guayana, a orillas del río Orinoco. En la operación estuvo acompañado de su viejo camarada Lawrence Kemys, pero las cosas no salieron como se esperaban. El hijo de Kemys quedó herido de gravedad en el asalto y su padre, al constatar el resultado de la tragedia, decidió suicidarse.

Paralelamente se desarrolló otro escenario que serviría para conocer la suerte final de Raleigh. En Londres, Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar y embajador español en territorio inglés, se quejaba ante Jacobo I que no se hubieran respetado los acuerdos de paz firmados entre las dos naciones. Raleigh había demostrado que había desobedecido la petición que le hiciera el monarca. El diplomático solicitó la pena de muerte para el aventurero y el rey aceptó la petición. La sentenció se cumplió el 29 de octubre de 1618. Raleigh se mostró frío ante el verdugo y le espetó: “Despachemos. En esta hora me sobreviene mi fiebre. No quiero que mis enemigos piensen que temblé de miedo”. El reo solicitó ver el hacha con la que su cabeza sería cortada. Ese compartimiento hizo que el propio verdugo tuviera dudas. “¿Qué temes? ¡Golpea, hombre, golpea!”, fueron las últimas palabras del condenado.

Alrededor del final de este personaje hay otra historia curiosa y algo macabra. A la viuda de Sir Walter Raleigh se le entregó el cuerpo del difunto, pero también y aparte, una bolsa con la cabeza debidamente embalsamada. Los restos fueron enterrados en la iglesia de St. Margaret, en Westmister, pero no la cabeza que la esposa del difunto siguió conservando, hasta el punto que viajó a todas partes con ella debidamente guardada en una bolsa de terciopelo rojo que se descubrió hace poco. Cuando la viuda falleció, la cabeza fue enterrada en la tumba de Raleigh en St. Margaret.