Arte
El artista que quemaba con la pintura
El Mnac dedica una gran exposición a la obra de Feliu Elias, pintor realista y dibujante de humor ácido
Feliu Elias es uno de los grandes nombres de la colección del Museu Nacional d’Art de Catalunya (Mnac). Así que era necesario que este museo le dedicara una gran retrospectiva a un pintor que se movió entre la realidad y la caricatura. Eso es lo que puede ver quien se acerque a la exposición que en estos días tiene sus puertas abiertas en el Mnac. Hablamos de un autor que fue muy prolífico, como lo demuestra el hecho de que se contabilizan en 3.000 –una importante cifra– las obras que dejó, entre dibujos, cuadros y carteles. además de su producción literaria.
Lo que se encontrará el visitante de esta muestra temporal, que cuenta con el comisariado de Mariona Seguranyes, es una aproximación especialmente a la pintura de pincelada miniaturista de Feliu Elias, también conocido por su seudónimo de Apa. Todo ello lo engloba en lo que se puede calificar sin riesgo a exagerar como un realismo mágico, que le permitía elevar a lo más alto su ámbito familiar, tema que convirtió en uno de sus icono temáticos, así como su fascinación por la pintura holandesa, Alfred Sisley o la cerámica china.
A partir de las obras que se conservan en el Mnac, además de aquellas procedentes de colecciones privadas y de otras instituciones públicas, puede constatarse la calidad del pintor, un itinerario vital y artístico que ahora podemos seguir en las salas del museo. Esto se complementa también con obras de algunos contemporáneos de Apa, como Salvador Dalí, Pablo Picasso, Josep de Togores, Joan Miró, Marià Andreu, Celso Lagar, Rafael Barradas o Àngel Planells, entre otros. Tampoco se olvida la muestra de los vínculos del pintor con varios intelectuales de la talla de Francesc Pujols, Carles Riba, Ramón Gómez de la Serna o Josep Carner. Todo ello demuestra que el protagonista de esta propuesta no fue un simple espectador de su tiempo, un actor pasivo sino que jugó un muy destacado papel con su producción plástica en las primeras décadas del siglo pasado.
En el primer ámbito de la exposición podemos conocer al Feliu Elias caricaturista, aquel que dejó su personal huella como cronista ácido en algunas de las revistas más destacadas del momento, como «¡Cu-Cut!», «L’Esquella de la Torratxa» o «La Campana de Gràcia», además de «Papitu», semanario del que fue él mismo uno de sus fundadores en 1908. Apa no se mordió la lengua y en sus dibujos, por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, no ocultó su crítica a Alemania. También fueron objeto de sus viñetas tanto la Lliga Regionalista como los anarquistas de la FAI, hecho que le causó que tuviera que exiliarse en dos ocasiones a París.
Otro apartado nos ayuda a conocer el amor que sentía hacia la quietud que ofrece la realidad, todo lo opuesto a lo que Feliu Elias estaba acostumbrado a encontrar en las muy ruidosas redacciones en las que trabajó. El artista se encerraba en la soledad de su taller a pintar, especialmente tras su primer destierro en la capital francesa a partir de 1913. El crítico Rafael Benet apuntaba que su pintura quemaba. Es algo que contrasta con la recepción que tuvo su arte, especialmente en la prensa donde se calificaba de frialdad casi fotográfica a sus cuadros.
Las composiciones de este maestro se mueven entre el retrato y la naturaleza muerta, con una asombrosa minuciosidad y una perfección en el detalle, algo que había aprendido gracias a su estudio de su admiradísimo Vermeer de Delft. Fue hiperrealista antes de la llegada del hiperrealismo y de lo que serían las nuevas objetividades.
El de Apa no fue el único seudónimo que usó en las publicaciones de su tiempo. El otro que empleó, el de Joan Sacs, le sirvió para convertirse en martillo contra las vanguardias, es decir, contra el cubismo de Picasso o el surrealismo de Dalí, además de los trabajos de Joan Miró. Si ellos merecían su repulsa, el aplauso se lo reservaba para aquellos compañeros que se atrevían a continuar con la tradición, como Josep de Togores, Marian Andreu, Francesc Vayreda, Marian Pidelaserra, Manuel Humbert y Ferran Callicó. De esta manera puso sobre la mesa el debate entre realidad y vanguardia, entre lo viejo y lo nuevo, una discusión que todavía continua.
La exposición es una buena oportunidad para saber más de un pintor imprescindible, pero también para conocer al intelectual que había tras los lápices y los pinceles, un autor que merece ser rescatado.
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