Opinión
La palabra del año
A finales del pasado mes de diciembre, la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), organismo promovido por la Agencia EFE y la Real Academia Española, otorgó el título de palabra del año a la expresión inteligencia artificial. Acuñada en los años 50 por un informático estadounidense, se incorporó al diccionario de la Real Academia en 1992 con el significado de “inteligencia atribuida a las máquinas capaces de hacer operaciones propias de los seres inteligentes”. La definición actual que recoge el mismo diccionario desde 2014 varía sustancialmente: “disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico”.
El robot con el que conversamos en una consulta telefónica, la pantalla del móvil que nos contesta cuando buscamos información, el juego con el que nos entretenemos para pasar el tiempo son ejemplos elementales y cotidianos de la inteligencia artificial. Pero los interrogantes se multiplican y el panorama se ensombrece al pensar en el papel que desempeñará esa inteligencia artificial en el futuro: si servirá como ayuda en determinadas tareas, si no pasará de ser un asistente virtual o si, por el contrario, llegará a sustituir o usurpar la labor de algunos profesionales, en los medios de comunicación, por ejemplo. O si, incluso, será capaz de rivalizar con la inteligencia humana en los dominios de la creación artística: ¿se expondrán cuadros pintados por una máquina, que compondrá también música y escribirá novelas y elaborará incluso teorías científicas? ¿Se aplicarán esas máquinas pensantes a otras disciplinas, la arquitectura, la medicina, el derecho, la filosofía…? ¿Influirán en nuestra forma de ver el mundo, moldearán nuestra condición y nuestros hábitos?
¿Y en la educación? Isaac Asimov imaginó un mundo en el que los niños leen en telelibros y estudian en casa con un maestro automático provisto de una gran pantalla donde aparecen las lecciones; en una ranura destinada al efecto insertan los deberes y las pruebas escritas, y el maestro, programado específicamente para cada edad y grado de conocimientos, calcula las calificaciones en un santiamén.
Pero, sobre todo, qué ocurrirá en el mercado laboral cuando la inteligencia artificial compita con los seres humanos y obtenga acaso mejores resultados que ellos en la mayoría de las tareas relacionadas con el conocimiento. ¿Se verá amenazado el trabajo de las personas? (Aunque de trascendencia mucho menor, podría recordarse al respecto la humillación que sufrió la condición humana cuando, en 1994, una máquina, Deep Blue, ganó a Gary Kasparov, el campeón mundial de ajedrez.)
El horizonte que se dibuja no deja de ser inquietante y perturbador, y hay quien vaticina que llegará un día en que la realidad virtual será indistinguible del mundo físico. Otros, más optimistas, sostienen, y esa es nuestra esperanza, que la inteligencia humana prevalecerá.
En cualquier caso, la elección de la palabra del año 2022 es fiel reflejo de este tiempo nuestro inseguro y problemático, como lo fueron también las elegidas en 2020 y 2021, confinamiento y vacuna, respectivamente.
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