Opinión

Se llamaba Lucas

Lucas
LucasLa Razón

Sí, se llamaba Lucas y era un perro, era nuestro perro.

Creció junto a mis hijos siendo uno más de la familia, en silencio porque Lucas jamás ladraba. Era un schnauzer negro de mirada clara y compañía permanente. Era el que siempre venía a la puerta de casa a recibirnos.

No ladraba quizás porque se educó en una casa en la que se enseña que la queja es menos efectiva que la acción, aprendió a mirarnos menear el rabo y con eso manifestarnos su alegría o indicarnos si quería comida, agua o salir de paseo.

No todo en la vida son las grandes cosas, las grandes causas, las grandes luchas, porque cuando al final del día uno llega a casa cansado lo que se agradece es eso, una compañía que te mire con ojos dulces y te pida “sácame de paseo” y entonces en la acera mojada o en el calor del verano le cuentas, sí, le cuentas tus alegrías y tus sin sabores, él iba a la suya a sus necesidades pero parecía escucharme y yo un loco que sin ipods o como se llame, hablaba sólo, mejor dicho no sólo sino con Lucas nuestro perro.

No se si me excedo en confianza editorial dedicándole un artículo a quién tanto cariño con su intuición nos dio, la Patria, la Bandera, los enemigos, la ironía, Tabarnia, etc., presiden mis artículos, pero hoy estoy muy triste por un amigo de cuatro patas y necesito escribirlo y porque no? publicarlo.

Explicar como el día que nos despedimos de él, con su cuerpecito ya incapaz de levantarse, cada vez que oía la voz de uno de nosotros, alzaba altivo la cabeza y sacaba la lengua para darnos besos. Recordar como yo, veterano curtido en mil batallas, con una vida llevada a veces al límite lloraba incapaz de tomar una decisión y mis hijos y mi mujer me dieron una lección de entereza “papá Lucas no merece sufrir”, y ellos para quién era casi un hermano más, tuvieron la valentía de tomarla, quizás porque se han educado en un ambiente donde saben que “la muerte no es el final” para un compañero, aunque sea un perro.

Fue la última lección que nos dio, morir con dignidad, con la cabeza alta, un último esfuerzo ante la voz amiga, no creo que un perro sea consciente de que va a morir pero sí que sabe que no está bien y sufre, también en silencio, también sin ladrar. Fuimos a despedirle y en su cuerpo enfermo, en sus ojos vidriosos intuimos en el fondo un sentimiento, intuimos que nos decía; “sabía que estaríais aquí”.