Historia

El campesino catalán que intentó matar a Fernando el Católico en Barcelona (y el castigo horrible que recibió)

Las guerras remensas dejaron muchos descontentos con la gestión del monarca

El atentado contra Fernando el Católico
El atentado contra Fernando el Católicolarazon

Era un frío viernes de diciembre de 1492 y en Barcelona el clima político estaba tan tenso como el ambiente invernal. Apenas dos meses antes, Cristóbal Colón había llegado a las costas del Nuevo Mundo, consolidando el proyecto expansionista de los Reyes Católicos. Sin embargo, mientras los monarcas miraban hacia el Atlántico, dentro de sus dominios persistían conflictos latentes que amenazaban la estabilidad del reino. Uno de estos conflictos era el remensa, una revuelta protagonizada por los campesinos de Cataluña que buscaban su liberación de las cargas feudales impuestas por la nobleza.

Fue en este contexto que, el 7 de diciembre de ese año, Fernando II de Aragón, conocido como Fernando el Católico, salía de la capilla de Santa Àgata en la Plaza del Rei de Barcelona, acompañado de su esposa, Isabel de Castilla. De pronto, un hombre se abrió paso entre la multitud. Armado con una espada corta, se lanzó contra el monarca e intentó decapitarlo. Afortunadamente para el rey, sus guardias reaccionaron con rapidez y lograron reducir al atacante antes de que pudiera consumar el asesinato. Aun así, el monarca sufrió una herida que se extendía desde la oreja hasta la espalda, lo que generó una gran conmoción entre los presentes.

El responsable del atentado era Joan de Canyamars, un payés del Vallés cuya identidad y motivaciones exactas siguen siendo objeto de debate. Para algunos, se trataba de un remensa que había actuado por venganza. Lo cierto es que su acto se inscribía en un periodo de profundas tensiones sociales y políticas en la Corona de Aragón.

Las guerras remensas y la Sentencia Arbitral de Guadalupe

Para entender las razones tras el atentado, es necesario remontarse a los conflictos que marcaron la sociedad catalana en el siglo XV. Los campesinos remensas eran aquellos que estaban sometidos a la servidumbre feudal y debían pagar onerosas cargas para abandonar las tierras de sus señores. En el siglo XV, esta situación derivó en dos grandes conflictos armados: la primera (1462-1472) y la segunda guerra remensa (1484-1485). Durante estas revueltas, los campesinos se alzaron contra los señores feudales en un intento de poner fin a su condición de semiesclavitud.

Fernando II, que por entonces consolidaba su autoridad en la Corona de Aragón, intervino en el conflicto y, en 1486, dictó la Sentencia Arbitral de Guadalupe. Este decreto eliminaba los "malos usos", es decir, las cargas feudales que tanto oprimían a los remensas, a cambio del pago de una compensación económica a los nobles. Sin embargo, no todos los campesinos se vieron beneficiados por la medida, y el descontento persistía en ciertos sectores de la población. En este clima de tensión, Joan de Canyamars pudo haber visto en su ataque un acto de justicia o venganza contra un monarca al que algunos campesinos aún consideraban opresor.

El atentado y su brutal castigo

El ataque contra Fernando II fue visto inicialmente como un posible complot organizado por los enemigos del rey. La reina Isabel y los nobles castellanos de su séquito llegaron a sospechar que toda Barcelona estaba conspirando contra ellos. Sin embargo, tras interrogar a Canyamars en la cárcel, las autoridades concluyeron que había actuado solo. Según el cronista Andrés Bernáldez, el campesino declaró que había envidiado la "buena ventura" del rey y que el diablo le susurraba al oído que si lo mataba, él mismo se convertiría en soberano.

A pesar de no existir un complot, el castigo impuesto fue un ejemplo de la crueldad con la que se trataba a los traidores. El 12 de diciembre, cinco días después del atentado, Canyamars fue sacado de prisión y conducido desnudo por las calles de Barcelona atado a un palo. En cada plaza donde paraban, era brutalmente mutilado. Primero le cortaron la mano con la que había atacado al rey, luego le arrancaron un pezón con tenazas al rojo vivo, le sacaron un ojo, le cortaron la otra mano, el otro ojo, el segundo pezón y las narices. Los herreros abocardaron su cuerpo con tenazas y le fueron cortando los pies. Finalmente, le extrajeron el corazón por la espalda antes de apedrearlo y quemar lo que quedaba de su cuerpo en la hoguera.

Según la tradición recogida por el folclorista Joan Amades, la sangre de Fernando II dejó tres gotas imborrables en la escalinata de la capilla de Santa Àgata. Estas marcas, según la leyenda, siguen visibles hasta el día de hoy, recordando uno de los atentados más impactantes en la historia de la Corona de Aragón.

El intento de asesinato de Fernando II no tuvo repercusiones políticas significativas, pero sirvió como advertencia para aquellos que osaran desafiar el poder del monarca. El reinado de Fernando continuó con la expansión de la Corona de Castilla y Aragón, consolidando el dominio español en América, la expulsión de los judíos y la conquista del Reino de Granada. A pesar de las reformas emprendidas en la Corona de Aragón, la relación entre la monarquía y los estamentos catalanes siguieron siendo tensas, algo que se reflejaría en futuras crisis como la revuelta de los segadores en el siglo XVII.